La salida o permanencia del Reino Unido del “club” de la Unión Europea comienza a ser tan plúmbeo como aburrido. Hoy se van. Mañana se quedan. Pasado vuelven a marcharse.
Con la voz ronca y desgastada por el cansancio y la presión, la primera ministra británica, Theresa May, llegó a un último acuerdo con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Pero cuál fue su sorpresa cuando la mayoría de los diputados del Parlamento británico le dijeron que no lo aceptaban.
Ella insiste en que el acuerdo con la Unión Europea para que se vayan es el mejor. Sin embargo, no piensan lo mismo los diputados empezando por el líder de la oposición, Jeremy Corbyn.
En el fondo lo que subyace es una renuncia a la salida. Muchos culpan al anterior primer ministro, David Cameron, que es el que se jugó a un volado al convocar el referéndum sobre la permanencia o no de Gran Bretaña en la Unión Europea.
El resultado fue la salida, y con ello unas consecuencias que para Gran Bretaña aún no comienzan, pero que ya las avizoran.
Cuando salgan, si es que salen porque nada se ha escrito todavía, su economía sufrirá una contracción de 6% y les tocará pagar los costos de la fiesta. Los aranceles hoy prácticamente inexistentes dentro de la Unión aparecerán como también las fronteras y sus entradas.
A Gran Bretaña no le quedará más remedio que mirar a Estados Unidos –su socio natural– si quiere salir del fango en el que se metió. La primera ministra, Theresa May, no tiene precisamente las mejores relaciones con el rudo presidente Donald Trump. Necesitará plegarse a los modos y a veces indiferencias de Trump si quiere conseguir algunas canonjías para su país.
La Unión Europea que, durante más de dos años se plegó a que Gran Bretaña reconsiderara su postura, está más que cansada. El negociador europeo Michel Barnier interpreta esta nueva negativa del Parlamento británico a Theresa May como un gesto de querer ganar tiempo en las negociaciones.
Barnier y el resto de los políticos europeos involucrados en las negociaciones han entrado en un momento de hartazgo en este punto. Además, la admiración que siempre hubo por la clase política británica cae a pasos agigantados al ver que subyace una mediocridad incapaz de salir del atolladero de este Brexit incómodo para todos.
La salida o permanencia de Gran Bretaña ha entrado en una rueda sin salida. Salga o no, ya supone una rémora para todos. Especialmente después de asistir a este espectáculo de políticos europeos y británicos que rozan en el ridículo.