Por: Mario Galeana

La tarde del 16 de diciembre Miguel Barbosa se preparaba para convertirse en el líder de la oposición en Puebla. Eran los días más aciagos para él y para su equipo; pero, incluso así, reunió a un par de miles en la Plaza de la Democracia, justo en el corazón de la capital, para decirles que los siguientes días serían intensos porque habría que prepararse para la resistencia. Y nada cansa más que resistir.

Un largo juicio había precedido al anuncio. Varios habían abandonado la lucha poselectoral, pero muchos más seguían allí, de pie junto a él, al borde de una lucha política que habría durado seis años de no ser porque ocho días después, la tarde del 24 de diciembre, la vida política en Puebla tuvo el más estrepitoso viraje del que se tenga memoria.

Es posible que Miguel Barbosa recuerde los últimos tres meses como los más extraordinarios de su vida. La plaza desde la que anunció el inicio de la resistencia se convirtió ayer, durante la noche, en la plaza desde la que anunció el inicio de su gobierno: el primero, el único.

No son sólo las encuestas, no es la percepción; no se trata únicamente de las estructuras o de la maquinaria electoral en que Morena se ha convertido. Es todo eso, sí, pero también es el aire del tiempo. Casi todos creen que en estos 10 días de precampaña no se definió sólo al candidato de Morena, sino al gobernador en sí.

Lo creía el hombre de sombrero que ayer, aferrado a la ventana de una camioneta blanca, despedía a Miguel Barbosa diciéndole: “¡No te olvides de nosotros, no te olvides de nosotros!”.

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Eran sólo él y ella. Eran sólo Miguel Barbosa y Rosario Orozco. Eran sólo las palmas de ambos, juntas y apretadas hasta el final. La multitud estaba callada, atenta, y el resto de los invitados en el presídium aguardaban sentados sobre la alfombra o tirados sobre sus rodillas.

Eran sólo él y ella. Ella miraba por encima de su hombro con los ojos trémulos y la mano siempre pegada a la de su esposo.

Eran sólo él y ella. Él miraba impávido hacia la gente —alrededor de seis mil personas— y hablaba bajo, en un tono que parecía ser una confesión.

—Yo no les fallé. Nunca los traicioné. Nunca pacté con el poder al que nos enfrentábamos. Siempre estuve con ustedes. Siempre estuve con el movimiento. Me siento con la cara limpia y la frente en alto para pedirles que sea yo el candidato, porque me siento con la fuerza para ser gobernador del estado de Puebla.

Eran sólo él y ella, y el estallido de la multitud proclamándolo a él gobernador.

—De los contendientes, hay quien nunca empezó y hay quien se cansó porque tenía eventos de 200 o de 300 personas. Yo fui por todo el estado. A la Sierra Norte. A la zona del volcán. A las Cholulas. A Tehuacán. A Ajalpan. Al Centro. A la Mixteca. A Amozoc. A todos lados.

Eran sólo él y ella y la mirada entre ambos, antes de que él sintiera la calidez de su mano, y se acordara.

—Fui acompañado de ustedes, pero fui también de la mano cálida de una gran mujer: de mi esposa.

Eran sólo él y ella, y las porras de un grupo de muchachos al frente gritando: “¡Chayo te queremos!”, y el amoroso manotazo que ella le dio a él en el brazo antes de recargarse sobre su hombro.

Eran sólo Miguel y Rosario.

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Desde el primer día de precampaña, Miguel Barbosa tuvo a sus espaldas al grueso de la estructura de Morena en el estado. Los mismos que acompañaron su arranque asistieron ayer al fin de su etapa como precandidato.

La novedad fueron José Narro Céspedes y Armando Guadiana Tijerina, dos estrafalarios senadores de Morena que asistieron al mitin para decir que muchos más senadores respaldan su candidatura, y no la de Alejandro Armenta.

Ellos y una larga lista de oradores precedieron al discurso que Miguel Barbosa ofreció en la víspera de que Morena oficialice su designación como candidato.

La primera fue María del Carmen Nava Martínez, la presidenta municipal de Acatlán a la que Barbosa sonreía casi con ternura, embelesado por la electricidad de su discurso.

—Señora Rosario, ¡cuide a nuestro gobernador! Y señor gobernador, ¡cuide a nuestra próxima presidenta estatal del DIF!

Le siguió Gabriel Biestro, el jefe de la bancada de Morena que, exultante, decía que Miguel Barbosa pasaría a la historia como aquel que lideró la resistencia.

—¿Quién fue el único que se mantuvo firme? ¿Quién fue el que no se fue al gobierno federal para encabezar la resistencia?

Quién. Quién. Quién.

Continuaron Melitón Lozano y Guillermo Aréchiga, presidente municipal de Izúcar y diputado federal, en ese orden y con discursos muy semejantes a los anteriores, y terminaron Narro y Guadiana.

—Él (Barbosa) sabe que muchos senadores estamos con él. Nosotros venimos en representación de muchos de ellos, que tienen su corazón junto a él en la batalla por la dignidad y las libertades de Puebla —arengó Narro.

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Para cuando la noche había acaecido sobre la Plaza de la Democracia, Miguel Barbosa había dejado de pensar en la precampaña y dirigió, así, el primer discurso contra sus adversarios políticos.

—Aquí estamos alimentando un gran movimiento y vamos a ganar con gran legitimidad, con una gran fuerza. ¡Así como arrollamos en la precampaña vamos a arrollar en la campaña!

(Lejos, a cientos de kilómetros, en un salón de un partido en ruinas, se anunciaba entre las sombras el alumbramiento de Alberto Jiménez Merino. Y más lejos, a cientos de kilómetros, en un salón de un partido en ruinas, el PAN aún cavilaba para elegir a su candidato).

Sabedor de la debacle de ambos, Barbosa advertía que Morena recibiría a todos los “buenos hombres y buenas mujeres”. A todos, salvo a “los arribistas y los oportunistas”.

—Miguel Barbosa no está repartiendo cargos ni candidaturas. Miguel Barbosa y su equipo de precampaña no son la dirección del partido ni están afiliando gente. Está claro ¿verdad?

Así hablaba el hombre que, hace tres meses, se preparaba para liderar a la oposición. / Mario Galeana