Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio

He argumentado aquí que la participación de militares en tareas de seguridad pública debería ser una solución temporal para enfrentar la grave crisis de inseguridad por la que atraviesa el país.

También, que no me gustó cómo el hoy Presidente de la República contradijo su discurso de campaña de regresar gradualmente a soldados y marinos a sus cuarteles.

Uno de los mandatos que recibió Andrés Manuel López Obrador al ser elegido fue reducir los índices de inseguridad. Tenía derecho y obligación de presentar su propio plan para ello.

Creo que lo adecuado hubiera sido retomar lo que los gobiernos anteriores habían comenzado, con la participación de la sociedad civil, y no pudieron llevar a término: la construcción de cuerpos policiacos civiles, bien entrenados y sujetos a controles de confianza. En tanto eso ocurría, no había de otra: los militares tendrían que seguir en las calles.

Ese plan nunca se realizó por falta de colaboración de los gobiernos estatales. Recibieron con gusto el dinero federal para organizar nuevos cuerpos policiacos, pero incumplieron su parte del trato, por negligencia o incapacidad. Además, porque es mucho más fácil tener a los militares en las calles, pues el Ejército y la Armada gozan de prestigio social. Además, los políticos nunca tienen paciencia para hacer las cosas bien pues siempre están pensando en la siguiente elección y el siguiente escalón de su carrera.

El actual gobierno ha profundizado ese error, al elevar a nivel constitucional la participación de soldados y marinos en tareas de seguridad pública.

Se le podrá llamar de otra forma –Guardia Nacional– y los militares involucrados podrán separarse de sus funciones castrenses, pero eso no quita que la mayor parte de los miembros de la nueva institución procede de las Fuerzas Armadas, incluyendo a sus mandos. La estrategia es la misma.

Dicho eso, yo doy el beneficio de la duda a la Guardia Nacional. Su conformación es un hecho. La reforma constitucional que le da sustento ha sido aprobada (aunque el espíritu con que se logró que la oposición en las Cámaras apoyara los cambios era algo distinto a lo que se puso en marcha).

Apoyo a la Guardia Nacional en su arranque porque representa nuestra única oportunidad como país para lograr la paz en las calles, al menos en lo que toca al uso legítimo de la fuerza del Estado. La apoyo porque las personas a las que se colocó al frente del nuevo cuerpo de seguridad –comenzando por su comandante, el general Luis Rodríguez Bucio– son conocedoras de la materia.

La apoyo, porque tengo confianza en las Fuerzas Armadas. Lo he escrito muchas veces: el Ejército y la Marina son las mejores instituciones del país, probadas muchas veces en su compromiso con la sociedad. Le deseo éxito, porque si fracasara en su tarea de pacificar al país, ¡ay de nosotros!

Una cosa es vigilar que la Guardia Nacional haga bien su trabajo, con apego a las leyes y los derechos humanos –cosa que haré permanentemente en mi condición de periodista– y otra muy distinta es apostar por su fracaso. Esto último es sinónimo de desear que triunfen los criminales que tanto daño nos han hecho.

Al final del sexenio habrá un juicio ineludible sobre la estrategia de López Obrador. Los números dirán si tuvo razón o no. Suyo y de nadie más será el éxito o el fracaso de la Guardia Nacional. Por el bien de todos, ojalá sea lo primero.

*Esta Bitácora volverá a publicarse el lunes 22 de abril.