Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio

Una de las críticas que se escuchaban con mayor frecuencia a la Reforma Educativa aprobada el sexenio pasado –actualmente en proceso de desmantelamiento en el Congreso– es que se trataba fundamentalmente de una reforma laboral que poco hacía por actualizar los planes de estudio.

A reserva de ver cómo opera la nueva legislación en materia de acceso, reconocimiento y promoción de los maestros, seguramente enfrentará la misma crítica que su antecesora: ¿qué se va a enseñar a los niños y jóvenes en las escuelas de educación básica? El asunto es de la mayor relevancia, pues, por su enseñanza, México se ha colocado en el sótano del conjunto de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, grupo de las 36 naciones más desarrolladas al que nuestro país se sumó hace ya casi un cuarto de siglo.

La última vez que se aplicó la prueba PISA, elaborada por la OCDE, el resultado fue que sólo 1% de los estudiantes mexicanos que la tomaron pudo colocarse en un nivel alto de conocimientos y habilidades básicas. Es una lástima que nuestra discusión pública sobre educación siga centrándose en los derechos laborales de los profesores y no en las necesidades de aprendizaje de los alumnos. Y es que, además del rezago educativo, el país se enfrenta a la innegable realidad del cambio de paradigma en el mundo del empleo.

Alentado por mi compañero Ángel Verdugo, el fin de semana leí las 151 páginas del informe del Banco Mundial llamado La naturaleza cambiante del trabajo. Ahí se advierte que “muchos niños que actualmente asisten a la escuela primaria, una vez que lleguen a la edad adulta, trabajarán en empleos que hoy ni siquiera existen”, por lo que la institución llama a los países en desarrollo a “adoptar medidas rápidamente para asegurarse de que podrán competir en la economía del futuro” y advierte sobre las consecuencias de “descuidar las inversiones en capital humano en términos de la pérdida de productividad de la próxima generación de trabajadores”.

Es cierto que la amenaza de la pérdida de empleos siempre ha acompañado el desarrollo de la técnica y que éste, al final, ha logrado crear más fuentes de trabajo que las que destruye.

Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió con la aparición del libro impreso, hace más de 500 años, cuando la labor de los escribas dejó de tener un propósito, la transformación que entraña la más reciente ola tecnológica –con los avances en la robotización y la inteligencia artificial– podría arrasar con muchos empleos infinitamente más rápido de lo que desaparecieron los clientes de los copistas (un siglo o más) o de los tejedores manuales (décadas).

La diferencia entre esta ola y las anteriores, dice el historiador Yuval Noah Harari, en su libro 21 lecciones para el siglo XXI, es que “a la larga, ningún puesto de trabajo se librará de la automatización” y que los nuevos empleos “exigirán un gran nivel de pericia”. Por ello, no será posible improvisar el entrenamiento de quienes se desempeñen en los nuevos campos laborales.

Entiendo al secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, cuando dice que la educación debe incluir la enseñanza de civismo y humanismo, para formar ciudadanos para la convivencia y no sólo para el trabajo. Es verdad, pero no puede dejar de preparar a los alumnos para su entrada en el mercado laboral, especialmente cuando se consideran los cambios que he descrito arriba. Qué maestros les darán las armas para enfrentar esas transformaciones debe ser una prioridad del Estado mexicano.