Sin decir palabra, el ex gobernador Marín Torres da su aprobación al candidato, como si fuera el coordinador de campaña que está convencido de que “se dijo bien” lo expresado por Alberto Jiménez.
Por: Osvaldo Valencia
Cuando Alberto Jiménez Merino comienza a hablar con la gente de Azumiatla se vuelve imposible para él no mencionar su trabajo como funcionario en el sexenio de Mario Marín Torres.
A cinco metros de distancia es el mismo ex gobernador poblano –el último surgido de las filas del PRI– quien asiente con la cabeza, como si dijera “sí, eso hicimos”, y con una ligera sonrisa saliendo de su rostro.
Es el único con quien encuentra respuesta sincera a su discurso. Blanca Alcalá observa hacia el público, ofrece pequeños saludos a la distancia y dialoga en corto con el enviado del Comité Ejecutivo Nacional, Jorge Márquez Montes; Xitlalic Ceja se sumerge en su smartphone para revisar sus mensajes de texto; Lorenzo Rivera y Ramón Fernández intercambian palabras, y sólo cuando guarda silencio Jiménez Merino y los aplausos del público se hacen presentes, ellos se sincronizan para aplaudir de pie.
Al frente, Jiménez Merino ve que el escenario priista no es el mismo al de hace años, cuando los eventos de campaña atiborraban las plazas y los centros donde iban con miles de personas y no sólo con poco más de 600, como lo hacen ahora en una cancha pública de la junta auxiliar de San Andrés Azumiatla.
Pero ahora el discurso es que para el priismo poblano el proceso electoral extraordinario es la oportunidad de un nuevo comienzo –así lo dice el eslogan de la campaña– y, a la vez, una última oportunidad de regresar no sólo al gobierno, sino al plano político del estado.
El mensaje del PRI de Puebla dice “un nuevo comienzo”, pero para ello recurren a las acciones del pasado, así como de los personajes que encumbraron y hundieron al partido en Puebla.
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Desde su toma de protesta como candidato, la sincronía entre Mario Marín y Jiménez Merino es imperdible.
Cuando Alberto Jiménez no está en el templete, ambos aprovechan para intercambiar palabras, risas y palmadas en la espalda de vez en cuando.
Al estar ante el micrófono, el candidato tricolor habla de la atención al campo, del rescate de mantos acuíferos, de la seguridad, de lo hecho cuando trabajó con Mario Marín; habla de la falta de inversión para zonas rurales como Azumiatla, de la inseguridad, del agua, de lo que se ha dejado de hacer –desde su visión– sin Mario Marín.
El ex mandatario estatal es el único que presta atención a las palabras de su ex secretario, y a cada final de párrafo mueve la cabeza de arriba a abajo, aplaude efusivamente y agita el puño al tiempo de gritar “Merino gobernador”.
Sin decir palabra, Marín Torres da su aprobación al candidato, como si fuera el coordinador de campaña que está convencido de que “se dijo bien” lo expresado por Alberto Jiménez.
Desde su silla alienta a sus compañeros, intercambia ideas con Lorenzo Rivera, comenta detalles con Xitlalic Ceja, quien después de escuchar las palabras del ex gobernador guarda –aunque sea por un momento– el celular.
Con quien no llega a comunicarse es con Blanca Alcalá, quien en todo momento expresa un gesto serio que transita a ratos en lo amable, y que se tiene que conformar con escuchar su nombre acompañado de “la ex senadora, la ex candidata, la ex presidenta municipal, la ex embajadora”, pero nunca como la ex gobernadora.
En poco coinciden Mario y Blanca: ambos dejan que sea Alberto Jiménez quien firme solo sus compromisos de campaña, sin que alguno de los dos le quite el protagonismo.
Ambos concuerdan sin decirse una palabra en que con Jiménez Merino va la última oportunidad del partido en Puebla.
