Hace dos años, cuando ambos llegaron al partido fundado por López Obrador, incluso formaron un efímero frente en el que también estaban José Juan Espinosa y Fernando Manzanilla.

Por: Mario Galeana

Miguel Barbosa Huerta y Alejandro Armenta Mier llegaron a Morena hace exactamente dos años, pero hoy se encuentran al borde del rompimiento definitivo por la disputa de una candidatura al gobierno del estado.

Testigo de su arribo al partido fue Andrés Manuel López Obrador, quien los convocó a un mitin realizado en Ciudad de México la tarde del 9 de abril de 2017. Ambos estaban de pie en un templete aparejado al imponente Monumento a la Revolución. Las fotografías del evento los muestran alejados, a por lo menos cuatro cuerpos de distancia. Pero allí inició la disputa política más importante en la corta vida de Morena.

Ambos acudieron a aquel mitin para firmar el “Pacto de Reconciliación Nacional”, un membrete por el cual el entonces candidato presidencial hacía públicas las adhesiones a su campaña por parte de políticos que militaron en otros partidos.

Barbosa y Armenta llevaban unos cuantos días despojados de la militancia que portaron por casi dos décadas en partidos antagónicos, pero con un presente hermanado por su estrepitoso fracaso: el PRI y el PRD.

Barbosa hizo oficial su renuncia al PRD el 3 de abril de ese año, tras haber urdido una efectiva estrategia para desmoronar la bancada del Sol Azteca en el Senado. Junto a él, 11 senadores renunciaron al PRD y se sumaron al grupo legislativo del PT-Morena. Aquella operación política sería decisiva para que Barbosa se mantuviera en la brújula de simpatías de López Obrador.

Armenta no estaba precisamente fuera del PRI, pero, en todo caso, el partido ya no contaba con él. Por esa época, había acusado a los integrantes de la cúpula nacional priista de ser cómplices del ex gobernador Rafael Moreno Valle e incluso culpó a César Camacho Quiroz de haber ordenado un allanamiento a la oficina que tenía en la Cámara de Diputados.

Cuando el ex priista hacía sus pininos con AMLO. CORTESÍA FACEBOOK

UNA BREVE ALIANZA

Juntos, Armenta y Barbosa fueron integrantes de un efímero frente al que también se adhirieron José Juan Espinosa Torres y Fernando Manzanilla Prieto.

Eran los “advenedizos”, los chapulines, los “arribistas”, los “neomorenistas”. O esos eran, al menos, los adjetivos que les endilgaban los fundadores del partido Morena en Puebla.

En agosto de 2017, cuando el instituto político preparaba la organización del proceso interno para repartir la avalancha de candidaturas por la otrora avalancha de cargos en juego para el siguiente año, los cuatro formalizaron su alianza.

Aparecieron juntos en un hotel del Centro de la capital de Puebla para exigir que las encuestas —y no los consejeros estatales de Morena— definieran las candidaturas para el proceso electoral de 2018. El archivo fotográfico de aquella aparición los muestra incómodos aunque sonrientes, quizá sabedores de que aquella alianza duraría sólo lo necesario.

En aquella época, cuando nadie mostraba sus pretensiones, Barbosa alzó el brazo de Armenta y de Rodrigo Abdala Dartigues, uno de los fundadores de Morena, para decir entre risas: “¡Estos dos son mis gallos!”.

Por una decisión cupular —y quizá para prevenir un rompimiento temprano—, la dirigencia nacional de Morena sólo incluyó a Barbosa en la encuesta que definiría la candidatura al gobierno de Puebla. Armenta fue relegado de esa competencia, pero incluido en el sondeo por la candidatura de la primera fórmula a la Cámara alta.

Todo parecía simple. Todo parecía en paz. Hasta que dejó de parecerlo.

Este mensaje lo posteó el candidato en abril de 2017.
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EL ROMPIMIENTO

El desgaste de la relación política entre Barbosa y Armenta inició no ahora, sino desde la campaña electoral del año pasado. El círculo cercano al candidato al gobierno de Puebla vio con sospechosismo el distanciamiento que el senador con licencia realizó casi un mes antes de las elecciones del año pasado.

Después, durante el largo conflicto poselectoral, Armenta optó por el desapego definitivo de Barbosa. Era, como se comprobaría más tarde, uno de sus principales rivales de Morena. La derrota de él era su victoria, y actuó en consecuencia. No calculó —nadie lo hizo— la posibilidad de que en Puebla se realizaran nuevas elecciones.

Empujado por el senador Ricardo Monreal, Armenta decidió que sería mejor enfrentar al grupo político de Barbosa ahora, y no en cinco años, cuando se realice una nueva sucesión política. Movilizó su estructura, emprendió una compleja estrategia de promoción, fue medido en la encuesta… y perdió.

Su rebelión ha llegado a los tribunales federales. Barbosa lo considera ya un “traidor” al partido: el mismo al que llegaron hace dos años.