De los citados a la audiencia donde se denunció calumnia, sólo el periodista inculpado por un mensaje en una red social, el cual hace referencia a una cita textual, se presentó; el tiempo para mostrar pruebas y defenderse fue de 30 minutos.
Por: Mario Galeana
La sala de audiencias de la Junta Local del INE en Puebla es pequeña y sencilla, blanca perfectamente blanca, con sus dos hileras de sillas y sus dos mesas perfectamente blancas, y otra mesa con cafetera y botellas de agua en la esquina, sin ventanas o nichos o escaleras, más dos tipos que me reciben muy serios, sin llegar a ser adustos. El primero me da la mano, buenas tardes señor Galeana, tome asiento en donde usted quiera, pero si quiere tome asiento allí, junto a la laptop. Y yo le digo gracias y me siento donde me dice, justo al lado del tipo que ahora, también, me extiende su mano.
Y miro alrededor —la salita, las sillas, los dos tipos—, y no dejo de preguntarme en dónde están todos. En dónde está Guadalupe Sandy García, mi denunciante, o en dónde está su abogado. En dónde Miguel Barbosa, el principal denunciado, o en dónde su abogado. En dónde están todos y por qué el único que está aquí, en esta sala perfectamente blanca, compareciendo por el presunto-supuesto-probable-hipotético delito de haber escrito un tuit de 40 palabras, soy yo: un periodista.

Pero a la sala entra otro tipo que pasa con naturalidad y se sienta al otro lado de la laptop, justo frente a mí. Entonces me digo debe ser él: él debe ser el abogado de aquella que me denunció, y trato de mirarlo feroz pero el otro es esquivo, y me convenzo y digo sí, sí, es él, es él, hasta que el primero que me recibió me ofrece café o una botella de agua, y yo acepto la botella. Luego camina hasta la puerta, la cierra, se vuelve y me dice que, antes que nada, me ofrece una disculpa.
—Antes que nada, señor Galeana, le ofrezco una disculpa por todas las molestias que esto puede haber generado. Nosotros sabemos…
Lo miro de frente, con su guayabera y el bigote espeso blanco, y mientras él recarga las manos en el respaldo de otra silla, me dice que su nombre es Marcelo…
—Mi nombre es Marcelo Pineda Pineda, soy vocal secretario de esta Junta Local…
Y yo pienso ah, con que eres tú, con que esa era tu firma, con que fuiste tú quien envió al periódico seis citatorios, con que fuiste tú, fuiste tú quien permitió todo este absurdo. Marcelo lo nota y dice que lo acompañan, como testigos de esta audiencia, los licenciados…
—Me acompañan como testigos de esta audiencia los licenciados Edgar Malagón Martínez, líder del Proyecto de Análisis e Investigación, y José Luis Chiquito Tlachi, asistente local de la Vocalía Ejecutiva
Y los dos asienten, y descubro que Malagón es el de la laptop y Chiquito al que confundí por abogado de la denunciante. Los miro detalladamente. Malagón es alto, cacarizo, barba de candado. Y Chiquito es chiquito, ancho, mirada huidiza y rostro perfectamente olvidable. Están tan incómodos, tan serios, que siento que de una u otra forma saben que esta solemnidad oculta algo inverosímil y absurdo.

Pineda continúa y dice que, siendo las doce horas con tres minutos, inicia formalmente esta audiencia de pruebas. Que la denunciante no se ha presentado. Que, en realidad, desde el día en que presentó la denuncia —el 3 de marzo— no se le ha vuelto a ver ni por escrito. Que Miguel Barbosa, a través de su abogado, ha enviado un documento con su propia declaración para esta audiencia.
Y que, por tanto, tengo treinta minutos para presentar mis pruebas y alegatos.
Así que empiezo. Digo que no hay ninguna prueba para denunciarme y que deberá declararse la inexistencia de la violación referida en la queja. Digo que el 24 de febrero cubrí el arranque de precampaña de Miguel Barbosa. Digo que, aquel día, Barbosa criticó directa e indirectamente a Alejandro Armenta —a quien la lógica vincula con la denuncia que me tiene este mediodía en la sala—. Digo que yo reproduje parte de ese discurso en el tuit por el que hoy me acusan. Digo que no recibí ningún beneficio o pago por haberlo escrito. Y enlisto, uno a uno, todos los artículos, las jurisprudencias, los precedentes legales que protegen el derecho a la información, la libertad de expresión y, sobre todo, el ejercicio periodístico.
Son trece hojas. Reviso mi reloj y ya he tomado cinco minutos al leer sólo dos. No me dará tiempo, pienso. Así que brinco del artículo 1 al 6, del 6 al 7, del 7 al 13, del 13 al 19, y después a varias sentencias de la Corte Interamericana, de la Primera Sala de la Corte en México, de la Sala Superior del Tribunal del Poder Judicial de la Federación, y cuando miro el reloj ya he consumido diecisiete minutos, así que me detengo, doy un sorbo a la botella de agua, Pineda da unos cuantos pasos alrededor y me mira a lo lejos, se sienta, se levanta de nuevo, Malagón teclea dos, tres cosas, y Chiquito no se mueve, fijo en su asiento hunde la mirada sobre la mesa.
Entonces sigo. Digo que mi tuit no pudo ser “propaganda” que “sobrepasó los límites de la libertad de expresión al cometer actos de calumnia” —como decían los citatorios que me enviaron—, porque la propaganda corresponde sólo a dichos o actos de partidos y candidatos, además de que la calumnia se derogó hace ocho años en Puebla. Y cuando veo el reloj ya sólo me quedan ocho minutos.

Entonces digo, al fin, que todo esto no tiene sentido. Que aquella denuncia por el tuit debió ser considerada una denuncia frívola, que nunca debió haber sido aceptada. Pero que, ya que estamos aquí, en esta sala perfectamente blanca, deberá desecharse cualquier tipo de procedimiento en mi contra.
Pineda me agradece, me habla tan tranquilo, casi paternal, y me dice que a continuación redactaremos juntos —dice “juntos”— el acta de la sesión. Malagón voltea la laptop hacia mí. Vamos repasando cada momento. Y Pineda, de pronto, se sincera:
—Esta fue una denuncia muy compleja. Y esta ciudadana te incluyó en esta denuncia contra el señor Miguel Barbosa como si fuera publicidad, como si te hubieran pagado por escribir esto.
—¿Y por qué no fue suficiente con la primera contestación que les mandé? Ahí ya advertía que no había recibido nada.
—No es que no haya sido suficiente… —contesta Pineda, tan sereno, tan meticuloso— digamos que fue suficiente para esa etapa de este proceso. Pero a efecto de no dejarte en indefensión jurídica, porque no sabíamos si la ciudadana Guadalupe presentaría nuevas pruebas, tuvimos que llamarte a comparecer.
Ya veo. Toda esta investigación por un tuit. Todo este cuestionario por un tuit. Toda esta audiencia por un tuit. Todo este proceso para no dejarme en “indefensión” por un tuit. Porque en un tuit cabe —supongo que suponen— toda la fatalidad de un delito inexistente: la calumnia.
—No deja de sorprenderme que yo sea el primero por esto —les reprocho.
—Si me permites decirte algo —interviene Malagón— esto es muy común. No eres el primero. Llegan muchas denuncias de este tipo…
Y lo veo y endurezco el gesto porque sé que no es verdad: porque no conozco a un solo periodista en todo Puebla —o en todo el país—, que haya tenido que comparecer ante el INE para explicar por qué carajo escribió cualquier cosa en su cuenta.
—… la Sala Regional del TEPJF a veces nos pide ser muy meticulosos, exhaustivos. Pudimos llamarte a comparecer o no. Pero cabía la posibilidad de que el Tribunal, cuando recibiera este expediente, nos pidiera llamarte a preguntar si era verdad o no…
—Pero nosotros siempre hemos privilegiados la libertad de expresión —agrega Pineda—. Regularmente estas cosas se desechan. La Sala Regional ha estado desechando todo tipo de solicitudes para bajar contenidos. Y nosotros hemos desechado estos casos cuando nos han tocado. De hecho, muchos de los artículos que tú mencionaste son algunos de los que nosotros citamos para desechar estas quejas.
Y casi les creo. Sí, seguro hacían su trabajo. Sí, qué bueno que me citaron. Sí, ellos entienden. Pero luego recuerdo que me obligaron a traer 15 recibos de nómina para probar mi capacidad económica, por si hubiera que pagar una sanción económica por ese mismo tuit. Y se los recuerdo:
—¿Y qué va a pasar con estos documentos?
—¡Tráeme un sobre y una engrapadora! —le pide Malagón a Chiquito, y Chiquito se apresura y sale de la sala. Entonces Malagón se dirige a mí.
—Mire, al ser documentos sensibles, lo que se tiene que hacer es sellarlos. Vamos a sellarlos aquí mismo y así se envían a la Sala Regional del Tribunal. Si el Tribunal desecha el expediente —como seguramente va a ocurrir— estos documentos se destruyen así como están: sellados.
Chiquito regresa no sólo con el sobre y la engrapadora, sino con el acta impresa de la audiencia, que se da por finalizada a las trece horas con siete minutos. Guarda mis recibos en el sobre que después engrapa, mientras Pineda me pregunta si deseo leer otra vez el acta. Digo que no y todos firmamos al calce de las nueve hojas del escrito. Cuando me pongo de pie, Pineda dice que, una vez más, me ofrece disculpas…
—Pues, señor Galeana, una vez más le ofrezco disculpas por todas las molestias de este procedimiento. Créame que nuestra intención nunca fue molestarlo. Pero así son estos procedimientos… además, está usted muy joven para estar en problemas como estos.
No se preocupe, Pineda.
No se preocupe, Malagón.
No se preocupe, Chiquito.
Que no se preocupe nadie.
Que ahora entiendo con cuánto tambalea una institución: con tan solo un tuit.
