Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11 

El mes pasado los vecinos de Billy Joel se quejaron públicamente de las molestias sonoras que les ha causado, desde hace tiempo, la forma en la que el pianista —quien mañana cumple 70 años— se desplaza de su mansión, cerca de Oyster Bay, Long Island, al trabajo.     

            Y es que la forma en la que lo hace nada tiene que ver con las maneras que un hombre común tendría para moverse entre su casa y la oficina: Billy Joel se mueve en helicóptero, en uno enorme, desde los suburbios neoyorquinos hasta el mismísimo centro de la civilización, el centro de Manhattan, en donde Joel despacha desde hace cinco años.

Pero aunque la historia del helicóptero —que lo usa como si fuera una bicicleta, todos los días, a todas horas— suene extravagante y totalmente inconsciente, Joel, nacido el 9 de mayo de 1949, no es nada más que uno de esos hombres comunes, un baby boomer,  que ahora, en la comodidad del retiro, se dedica a cuidar la “empresa” que pasó toda su vida construyendo.

Esa “empresa” tiene su sede en la arena más famosa del mundo, el Madison Square Garden, en donde, desde 2013, el neoyorquino —conocido, a su pesar, como Piano Man— toca un concierto una vez al mes.

No ha habido una fecha que no haya llenado (en el Garden caben al rededor de 20,000 personas), haciendo que, esa llamada “residencia” —parecida a la que algunos artistas sostienen, por ejemplo, en los casinos de Las Vegas— sea la más rentable y prolífica de la industria del pop en los últimos años, convirtiendo a Joel, por si sus más de 120 millones de álbumes vendidos fueran poco, en el artista que más veces a tocado —y llenado— el Garden en toda su historia.

Al principio, a la prensa neoyorquina le parecía inverosímil que dicho proyecto triunfara. Hoy nadie le ve final.

Imagínense, si ya para un artista de medio pelo significa todo un hito el poder tocar ahí, y, además, con trabajo, llenarlo una sola vez, piensen en lo que significa llenar ese lugar cada mes por cinco años sin problema.

 

1,500,000 personas.

 

Y la historia sigue, y sigue.

 

A pesar de todos los “millones” que esta historia contiene, y, por millones, me refiero a toda clase de millones (espectadores, dólares, boletos originales y de reventa, litros de cerveza) lo que más hay que reconocer al compositor de origen judío, es que se las ha arreglado para que cada uno de esos conciertos sea como un concierto local, de la banda local, en el bar local; concierto en el que todos los asistentes, inevitablemente terminan abrazados coreando melancólicamente Piano Man, su canción más famosa, y pidiéndole, implorándole al baby boomer calvo que está majestuosamente sentado en medio del escenario, ante un piano de cola negro,  que nos toque una canción esta noche.

 

Si algún día pudiera platicar otra vez con él, me gustaría saber qué es lo que ese Billy Joel de hoy le diría/aconsejaría a aquel muchacho flaco que se hacía llamar William Martin y que dormía de tanta pobreza en las lavanderías de Long Island, sin un quinto en la bolsa y que intentó suicidarse tomando un buen sorbo de líquido para pulir madera.

 

Me gustaría preguntarle si por eso de ir al trabajo en helicóptero es por lo que todo valió la pena. Creo que ya sé la respuesta.

 

Felices 70, Billy. Por muchos más:

 

Don’t take any shit from anybody.

 

***

 

 

 

PS

 

No al aborto de tuits.