Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

El art-déco está ahí para recordarnos que no hay esplendor que sea eterno; que se puede, a pesar de nuestro siempre fallido intento de permanecer, decaer con dignidad.

En Puebla yo he contado, en mi calidad de flaneûr, una decena de edificios con las características de ese estilo, cuya principal intención, alguna vez, no fue otra más que la de ser futurista; hoy sus pretensiones resultan ser algo paradójicas: ilustran recuerdos de un futuro que jamás llegó.

Para mí, el hecho de ir andando y encontrar algún motivo de esas características incrustado en la fachada concebida por algún arquitecto desafiante, es una forma de complicidad que tenemos la ciudad en la que vivo y yo, porque en una selva repleta de vestigios coloniales, muchos de ellos ya en completo estado de descuido, encontrar un buen día un tosco ornamento cubista, una vegetación recta, o una nariz griega, se vuelve un tesoro pasajero e invaluable, un regalo, un agradecimiento mutuo y un perdón —entre la ciudad y yo— por lastimarnos, también, mutuamente cada día

En mi camino diario, he localizado dos edificios que guardan con cierta vergüenza uno que otro motivo art déco, y digo así, con vergüenza, porque parece ser que tienen la cicatriz de algún loco que quiso dejarles la marca de un estigma cubista. Hoy no pueden más que gritar silenciosamente su declive.

En la Ciudad de México, los guiños art déco son mayores. Si uno camina por el centro histórico los encontrará en algunos vestíbulos y en ciertas fachadas, siempre ahí, anunciándonos lo que escribí antes, que el esplendor no es eterno.

En la colonia Roma y en la Condesa, esos guiños, los art déco, son todavía más constantes, aunque debo decir, también más crudos, pues, si ya de por sí, esas colonias son la viva imagen de la decadencia digna, toparse de frente con un edificio art déco le produce a uno cierta disonancia sentimental.

El jueves pasado conocí el Frontón México, un recinto construido específicamente para alojar juegos la pelota vasca en 1929, localizado a un costado del Monumento a la Revolución (otro monumento repleto de guiños) en la Colonia Tabacalera.

Un edificio imposible de admirar sin que la pupila genere una atracción fatal hacia él. Y digo fatal porque así son las atracciones que usualmente parten de una tentación, y en este caso, la tentación encarna  en su intenso color rojo granada y sus motivos art déco recién limpiados y que le hacen a uno tener fantasías gramaticales como aquella que me vino a la mente cuando entré a su vestíbulo y admiré sus columnas de platino y líneas rectas: la decadencia restaurada.

            De vuelta en Puebla, ayer me desperté pensando en qué pasaría si a alguien se le ocurriese hacer lo mismo —lo que hicieron con el Frontón México— con el Cine Coliseo, esa joya arquitectónica fallida del art déco incrustada en la cuadrícula del Centro Histórico. ¿Se imaginan que dejara de ser el pretexto para alojar en su antiguo vestíbulo una tienda de telas? ¿Se imaginan recuperar sus toscas lineas?

 

Yo solo digo, ¿qué pasaría si restauramos la decadencia?

 

Seguiré contando.

 

Foto: Pablo I. Argüelles

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PS

Tengo una playera de los Looney Tunes que uso de pijama y me vengo enterando que en Cholula las venden a 1500 pesos.