Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11 

Paradójicamente, triste, es una de las palabras más hermosas de nuestro idioma.

Triste. Su etimología es incierta, o al menos eso es lo que pude concluir con una eficaz aunque escueta búsqueda en mi navegador de confianza. Lo siento, para columnistas más cultos acuda a las páginas contiguas.

Triste, repítala muchas veces hasta que pierda sentido. Porque sí, con los años he descubierto que las palabras (y las ideas) repetidas un montón de veces, pierden sentido.

¿O no?

Como aquel juego que aprendí de niño y que consistía en pedirle a la víctima más próxima que repitiera muchas veces la aparentemente sin sentido palabra trenedor. Y entonces venía la pregunta aburrida del adulto: para qué o qué, misma que podía ser apagada inmediatamente con sabiduría infantil: pus nomás.

            Y entonces el elegido repetía trenedor, trenedor, trenedor, trenedor, trenedor, y así hasta que uno lo paraba en seco y preguntaba: ¿con qué se come la sopa? Entonces, nuestro conejillo de indias respondía —casi siempre— falto de sentido: con el tenedor.

            Algo así es con triste.

            Ande, repítalo muchas veces y perderá sentido conforme vaya pensando las cosas que el cerebro relaciona con esa palabreja:

 

Triste. [el aire de hoy]

Triste [este café mal hecho]

Triste [mi libreta en blanco]

Triste [el sueño de anoche]

Triste [lo nunca dicho]

Triste [lo mal dicho]

Triste [lo dicho siempre]

 

Aquí una pausa. Y luego sigue:

 

Triste [A Kind of Blue]

Triste [Un saxo solitario]

Triste [Stan Getz]

Triste [João Gilberto]

 

Y entonces me doy cuenta, que si triste en castellano es una palabra bella, en portugués lo es todavía más. Porque en el idioma de Gilberto, triste se pronuncia como si la murmurara un niño desilusionado: trishti, así, como con vergüenza y dolor benévolo:

 

Ah, por que estou tão sozinho?

            Ah, por que tudo é tão triste?

 

A veces la tristeza se pronuncia en portugués: decaído pero no abatido, cruel pero nunca desafortunado.

 

No triste, pero trishti.

 

           

***

 

¿Seremos los poblanos los seres más egoístas sobre la faz de esta triste tierra?

No lo sé. Hay días.

¿Seremos los poblanos los seres más hipócritas del continente?

Tampoco lo sé, pero casi puedo dar fe de ello (he sido testigo de cómo una madre de sociedad destroza con los más infames calificativos a su propia hija ante una mesa llena de gente importante.)

¿Seremos los poblanos los peores automovilistas de este triste país?

Estoy seguro.

Yo crecí escuchando aquella historia de que los tlaxcaltecas son los peores conductores del mundo, vamos, que los tlaxcaltecas manejan, diría Don Pepe, mi taquero de confianza, “como su puritita chingada”.

Pero cada día compruebo más que esa leyenda es falsa.

Ayer caminaba por las calles del centro histórico, precisamente en el cruce de la 4 oriente y la 2 norte, y mientras esperaba para cruzar la calle, veía como los coches bajaban terriblemente rápido por la 2 y pensé: si alguien choca aquí, a esa velocidad, no la cuento.

Cuando yo ya había avanzado hasta la esquina siguiente, escuché el estruendo: dos coches habían chocado en la intersección en donde yo había estado hacía menos de un minuto, y donde también me había preguntado:

¿Seremos los poblanos los conductores más egoístas, mezquinos y detestables del planeta?

La respuesta sólo tardo en llegar lo mismo que yo a la siguiente esquina.

 

Seguiré contando.

 

***

PS

Debí haberme cortado los pelos de la nariz antes de poder hacer trenzas con ellos.