La campaña del abanderado tricolor terminó antes de que empezara, la tarde del 15 de marzo, cuando acudió el ex gobernador Mario Marín a su toma de protesta como candidato.

Por: Mario Galeana

De entre los tres candidatos a la gubernatura, quizá sea Alberto Jiménez Merino el que mejor conoce la intrincada geografía del estado. El priista ha desempeñado cargos públicos relacionados con el desarrollo de las comunidades rurales desde hace más de dos décadas y no se le conocen grandes escándalos, salvo que en 2007 promovió la llegada de Ismael Coronel Sicairos como inversionista en un proyecto de cría de búfalos de agua. En 2011, el empresario ganadero fue detenido por ser presunto operador del cártel de los Beltrán Leyva, aunque en 2015 fue liberado y exonerado de cualquier delito.

Sin acusaciones a cuestas y con una profusa memoria de las regiones que componen el estado, Jiménez Merino pudo haber sido uno de los candidatos más competitivos del PRI. Sólo pudo. Porque, en realidad, las encuestas y la percepción parecen arrojar que llevará a su partido a la peor derrota en toda su historia.

La última encuesta del diario Reforma, publicada el 15 de mayo, sitúa al priista con 16% de las preferencias electorales: la mitad de lo que posee el segundo lugar, Enrique Cárdenas Sánchez (32%), y menos de una tercera parte de la votación que obtendría el puntero, Miguel Barbosa Huerta (52%). Se trata de un sondeo con 95% de confianza que se realizó del 9 al 14 de mayo de 2019 a mil electores de Puebla, pero sobre todo es un sondeo como tantos otros en los que el priista habita el sótano de preferencias electorales.

¿En qué momento se quebró la campaña de Alberto Jiménez Merino? Se podría pensar que todo terminó la mañana del 11 de abril, cuando una magistrada federal ordenó la detención de Mario Marín Torres, el último gobernador del PRI en Puebla, por los actos de tortura cometidos contra la periodista Lydia Cacho en 2005. Pero la campaña del candidato tricolor terminó antes de que empezara, justo la tarde del 15 de marzo: la misma tarde en que Marín acudió, orondo y sonriente, a su toma de protesta como candidato.

La víspera de la emisión de la orden de aprehensión, Marín Torres seguía asistiendo a la campaña de Jiménez Merino. No se sabe si el candidato conocía la orden detención que rondaba sobre su principal promotor de campaña, pero por la mañana del 14 de abril, cuando el periodista Mario Alberto Mejía Martínez ya había publicado el nombre de la magistrada federal que ordenó la aprehensión, el candidato se mostró estupefacto.

Jiménez Merino viajaba en un vehículo que transitaba por la Sierra Norte cuando tomó la solicitud de una entrevista telefónica solicitada por este reportero:

—Mario, no sé quién es tu fuente ni qué intenciones tienes, pero yo lo que quiero decirte es que cada quien es responsable por sus actos, cada quien tiene que responder por sus actos y sus consecuencias.

A partir de ese día, el candidato se refugió en la serranía. No convocaba a la prensa a sus eventos públicos y el contacto entre él y los reporteros se redujo al comunicado diario que su equipo dispersaba entre la prensa. Unos días después, Jiménez Merino dejó su exilio para repetir que cada uno era responsable de sus actos, y después de eso ha mantenido un perfil más bien bajo, que rompe cada vez que una cámara empresarial o una universidad realiza un encuentro al que convoca a todos los candidatos.

LA BUFALADA Y SU HUIDA

La orden de aprehensión contra Marín dio a otros militantes del tricolor el margen de maniobra suficiente para mostrar su respaldo público a otro candidato. La desbandada de los búfalos priistas ha beneficiado en gran parte a Barbosa Huerta, quien es postulado por la alianza Morena-PT-PVEM.

El de los priistas ha sido, desde hace mucho tiempo, un juego de sombras. Tantos han tenido el cuerpo metido en su partido, pero las manos trabajando para otro. Quizá el caso más añejo sea el de Javier López Zavala, el delfín fallido de Marín que impulsó la creación del partido Pacto Social Integración (PSI), cuya competencia en las elecciones de 2013 permitió a Rafael Moreno Valle contar con una amplia mayoría en el Congreso local.

Hoy, López Zavala trabaja con Barbosa Huerta, en una suerte de amasiato idéntico al de tantos otros priistas que se cuentan por docenas.

Por ejemplo, Leobardo Soto Martínez, dirigente de la Confederación de Trabajadores de México (CTM). El líder gremial fue un reconocido aliado del morenovallismo y, tras la muerte de sus dos principales líderes, mudó su alianza al candidato puntero en las encuestas. Con él arribó también el Consejo Taxista del Estado de Puebla (CTEP), una organización desde la cual se empuja a Erika Díaz Flores, su dirigente, como secretaria del Transporte en el estado.

La más reciente suma a la campaña de Barbosa Huerta es la de Maritza Marín Marcelo, una ex dirigente de la Confederación Nacional Campesina (CNC) —sector emblemático del PRI— con presencia en la Mixteca poblana. Su adhesión se entiende como parte de la alianza que el tricolor y Morena formaron en el actual gobierno estatal, donde el secretario de Finanzas resulta ser otro priista: Jorge Estefan Chidiac, ex diputado federal por la Mixteca y amigo de Marín Marcelo.

LOS CONVERTIDOS

Algunos priistas abandonaron demasiado rápido a su candidato al gobierno del estado antes siquiera de que se conociera su nombre.

Ardelio Vargas Fosado, un experimentado operador del PRI en la Sierra Norte, apareció junto a Barbosa Huerta desde el 26 de febrero, es decir, en precampaña. Con el morenista ya trabajaban también Víctor Díaz Palacios, otro operador tricolor en Teziutlán, y el dirigente de la FROC, René Sánchez Juárez, cuya lealtad a su partido vacilaba también desde la llegada del PAN.

A principios de abril, casi dos semanas antes de que la orden de aprehensión contra Marín fuera liberada, Barbosa también integró a su equipo oficial de campaña a la priista Vanessa Barahona de la Rosa, quien había sido delegada del Trabajo en Puebla durante el sexenio de Enrique Peña Nieto.

El único priista que se ha acercado al PAN es Enrique Doger Guerrero, que intentó, sin éxito, ser gobernador en 2018 y un año después intentó, otra vez sin éxito, ser postulado una vez más por su partido.

El 1 de abril, Doger Guerrero posó junto a la dirigente estatal panista Genoveva Huerta Villegas y el ex coordinador de la bancada del PAN en la LIX Legislatura, Jorge Aguilar Chedraui. Varios analistas políticos vieron en ese encuentro la adhesión del priista no para las elecciones de este año, sino para las de 2021, cuando se renueve la presidencia municipal de Puebla y los otros 216 ayuntamientos del estado.

En medio de toda aquella marea de reacomodos políticos se encuentra Jiménez Merino, a quien sus más cercanos colaboradores describen como una persona afable y humilde, aunque los adjetivos cambien a “timorato” y “anticlimático” cuando se cuestiona a aquellos que se mostraron reticentes a su designación.

Ni la dirigencia estatal del PRI ni su candidato parecen dispuestos a idear un plan que los salve del despeñadero, del desgajamiento infinito, repetido tantas veces desde aquel lejano 2010 en que perdieron el poder en el estado.