La Mirada Crítica 
Por: Román Sánchez Zamora / @RomansanchezZ

Augusto, no sabía lo que pasaba…

Ese día se bajó del camión muy pensativo.

No era un día como otro, es más, pensó en ese instante que nunca su vida volvería a ser igual.

Terminaría con Maribel, pues esto ya no podía seguir.

–Pero yo te amo –le retumbó en la cabeza por días, por semanas, hasta que el olvido llegó.

Su familia se apartó de él.

Cuando llegaba a las reuniones familiares, no sabían cómo tratarlo sin que nadie saliera ofendido.

Aunque el siempre muy correcto y serio, ya no sabía cómo llegar y hacer los mismos chistes, las mismas charlas; ya nunca nada fue igual.

Con los días poco a poco se fue quedando en la soledad absoluta.

En el trabajo era vivir el acoso de todos en medio de burlas y desencuentros.

Puso su propio negocio.

Se endeudó, salió adelante con mucho esfuerzo, se vio en las penumbras de los adeudos y apostando que el próximo día estaría mejor.

–Quizá busque un posgrado para administración de negocios.
–No es buscar más actividades de las que ya tienes, es encontrar el error dentro de tu proceso de venta, allí, considero, debes buscar –le dijo su amiga, la de toda la vida, la que a pesar de todos los rechazos nunca lo vio diferente.
–¿Todos te abandonaron verdad?
–Quizá nunca fueron sinceros conmigo hasta que me vieron en mi propia naturaleza.
–Relájate y sigamos trabajando, sigamos viviendo, sigamos en esa búsqueda de vivir mejor, de soñar mejor, de sonreír por los que queremos.

Se tomaron de la mano y en un abrazo se despidieron…

–Y mi tío Augusto? –preguntó Roberto, y todos callaron, se comenzaron a ver unos a otros.
–¿Dije algo malo?
–Decidió irse al sur de la ciudad, rara vez viene, pues su vida es rara o algo paso en él, después de ser un ejemplo, no sé, todo cambió un día, no sabría cómo explicarte –le dijo otro de sus tíos.

La inclusión social, el seguir la vida condicionando el amor, la compresión se disuelven hasta en los familiares por el rechazo a todo lo que es diferente a uno: porque es muy alto, porque es muy gordo o muy delgado; eso desde niños se vuelve algo común y cuando llega la madurez parece natural extirpar a un familiar, a un amigo, sólo por su condición, por su naturaleza o por su preferencia.

Jóvenes que lloran, que gritan o, en defecto, festejan llenos de alegría porque un equipo de futbol ha ganado o ha perdido, es parte de esa soledad y la necesidad de ser incluido en un grupo social.

¿Cómo hacer patria, cómo buscar la inclusión, la formación cívica, la reintegración de las redes sociales impulsando siempre el respeto? ¿O será que vivir en las sombras y los secretos de familia permitían vivir así y cuando alguien la deshonraba se sacaba del círculo cercano y se mandaba lejos, se recluía en algún monasterio, la vergüenza la insensatez de la aceptación y era mejor buscar el dolor como castigo?

¿Cómo estamos formando a nuestros jóvenes ante nuevos escenarios locales, internacionales, y los flujos de información?

–Mi abuelita, cuando no quería que viéramos algo, como la televisión o una revista o un libro, lo cubría con un manto –le dijo Augusto a Roberto.
–¿Recuerdas a la vecina que de pronto se fue para el norte? –asintió en afirmativa Roberto.
–No era porque estaba enferma, estaba embarazada, por el qué dirán la tuvieron que esconder y el supuesto sobrino que trajeron de otro de sus familiares, era su hijo. Todos la vimos cómo estaba enamorada del vaquero, ese señor que llegaba con sus caballos y siempre muy lustrado, él le rogó al papá que los dejara salir y nunca lo permitieron, después de eso, el vaquero ya no regresó, ese fue su secreto de familia –suspiró Augusto. Tomó un trago de su cerveza que tenía en la mano derecha.
–¿Y cómo va la tienda tío?
–La tienda, muy bien, ahora pondremos un restaurante, aún tenemos algo de terreno.
–Siempre tú muy visionario, y siempre un gran ejemplo para mí, por ti me fui a estudiar y nunca dejé la carrera, pues siempre sabías más que los demás y siempre guardaban silencio cuando hablabas –le dijo Roberto muy emocionado.
–¡Vaya! Gracias. Pero eso implica una gran responsabilidad y ya lo verás con los años, supongo que viniste a ver por qué me alejé de todos y ya no es la casa de mi madre como antes, ¿verdad? –Augusto tomó otra cerveza y se la dio a Roberto, quien desvió la mirada.
–Mira tío, nadie me dijo, sólo quería verte, pues eres ese alguien que siempre admiré y aún te sigo admirando. Y gracias, gracias por ser esa voz que me exigía no renunciar, gracias.
–Quédate a comer, Pablo Arturo no tarda en llegar, hay tanto que platicar –cerraron la tienda y fue una velada extraordinaria, de anécdotas y risas, esa primera velada que se repetiría cada dos meses.

Epílogo.

–Augusto, es tu tío. ¿Qué querrá a esta hora? –dijo Pablo Arturo, quien ya se asomaba a la ventana.
–Mijo, por favor, necesitamos nos apoyes, murió mi esposa y mi hijo está en el hospital –le dijo muy afligido.
–¿Cuánto necesitas? ¿O qué necesitas? –dijo Augusto.
–Te vendo mi coche, por favor, dame lo del coche, pero préstamelo para poder seguir con el tratamiento de mi hijo, ¿se podría?
–Claro, con gusto.

El tío se retiró media hora después con el coche y el dinero.

–Pero sabes que no te va a pagar, menos aún te va a traer el coche.
–Lo sé, él fue el que más me maltrató durante mucho tiempo, considero es tiempo de superar las cosas, de romper con cadenas, de mi parte ya lo hice, él, por desgracia, sus penas hacia mí se van a recrudecer, yo ya hice mi parte –dijo Augusto, al tiempo que veía la foto de su abuelita y se preparaba para regresar a dormir.