En su discurso frente a miles de personas, el candidato propuso una “gran reforma constitucional” que limite el poder del gobernador y también habló de “hacer el amor” o “hallar al alma gemela” para alcanzar la felicidad.

Por: Mario Galeana

Entre la tercera y cuarta semana de campaña, el discurso de Miguel Barbosa dio un quiebre que suponía que había dejado de cavilar sobre las posibilidades de sus rivales para empezar a delinear el gobierno que presidiría los siguientes cinco años.

Él estaba de pie frente a la parálisis del PRI, hundido hasta el sótano de las preferencias por las dos pesadas losas que significan las palabras “Mario Marín”; y frente al académico Enrique Cárdenas cuya campaña no terminaba de cuajar quizá porque en su grupo, partidos y ciudadanos, nunca lograron ponerse de acuerdo.

Si hubo un festejo anhelado por Barbosa durante los dos años de disputa electoral que ha liderado para alcanzar la gubernatura, este ocurrió ayer, en medio de oleadas de personas que desbordaban la Plaza de la Victoria y un sinfín de banderas y gorras y silbatos y trompetas y tambores donde por doquier se leía su apellido.

Barbosa dio un largo discurso, un discurso socarrón y lleno de matices y señales, en el que llegó a proponer la construcción de una “gran reforma constitucional” que limite el poder del gobernador —que sería el suyo—, y habló también de “hacer el amor” o “hallar al alma gemela” para alcanzar la felicidad.

Rosario Orozco, su esposa, y el séquito de políticos a sus espaldas estallaron en carcajadas, y él mismo, despojado ya de la indefinición que supone la jornada electoral del siguiente domingo, parecía suelto y tranquilo.

—A mis 59 años de edad me declaro un hombre plenamente feliz. (Veo) la felicidad como un equilibrio entre la vida y la naturaleza; la felicidad no es la acumulación de bienes materiales, sino la plenitud de sentimientos, en el amor. ¿Verdad que sí, Rosario?

A sus espaldas, Gabriel Biestro, presidente del Congreso local, y la presidenta municipal Claudia Rivera —que se mantuvo casi siempre a lado de Barbosa— empezaron a corear: “¡Beso, beso, beso!”. Y el beso llegó.

Aquella figura, la de Rosario, ha cobrado una relevancia definitiva en los últimos dos meses. Tanto que la misma dirigente nacional de Morena, Yeidckol Polevnksy, dijo ayer que era “una inspiración para todas las mujeres”, y que, si cada uno tiene lo que se merece, entonces Barbosa era maravilloso porque tenía a su lado a la “mejor mujer”. La participación de Rosario fue un contraste total en comparación con el año pasado, donde quizá fue una figura ausente en la campaña electoral, a la que varios hicieron alusión, pero sólo como recordatorio de la lucha de la que Barbosa había salido librado.

De candidato a candidato perdedor en tribunales, de candidato perdedor en tribunales a líder de la resistencia, de líder de la resistencia a súbito puntero y, si los pronósticos son certeros, de súbito puntero a gobernador. Un súbito puntero que al mediodía de ayer no soltaba la mano de su esposa.

Todo el mensaje de Barbosa estuvo poblado de señales y de mensajes dirigidos a Andrés Manuel López Obrador y a la Cuarta Transformación, a quienes dijo que dedicaría el triunfo en las urnas del 2 de junio.

Repasó el “me canso ganso” y hasta el “sonrían, vamos a ganar”, una vieja frase que los partidarios de López Obrador convirtieron en calcomanías que adherían a las calaveras de sus autos allá por 2006.

—Voy a encabezar un gobierno inspirado en los principios de Andrés Manuel López Obrador, voy a guiarme por los principios de la Cuarta Transformación. Este triunfo, el triunfo de Puebla, ¡se lo dedicó a Andrés Manuel López Obrador y a la Cuarta Transformación!

UN FESTEJO ADELANTADO

Quien hubiera estado ayer habría notado que, más allá de un cierre de campaña, se trató quizá de un festejo adelantado. Un festejo raro precedido por bandas que iban de la trova a la cumbia de crítica social, y hasta un ritual semiprehispánico, seminew age, con danzantes que soplaban el copal hacia los cuatro puntos cardinales.

Cuando Barbosa y la plana mayor de las cúpulas nacionales de Morena, PT y PVEM atestaron el podio, la masiva movilización ya había hecho su magia. Ríos de gente subían por las pendientes que conducen hasta la plaza de Los Fuertes, y de cada camión atiborrado seguían saliendo más y más personas.

Desde aquel presídium que ocupaban Barbosa y cuando menos tres decenas de políticos se veía poco, porque 50 metros más adelante el horizonte se poblaba de torres de sonido, carpas y banderas gigantes que impedían mirar más allá, hacia la oleada de gente que seguía atestando la plaza.

Las tablas del podio vibraban bajo los pies de los políticos, que iban en riguroso pantalón de mezclilla y camisa blanca, salvo Alberto Anaya, el líder nacional del PT, que debía estar achicharrándose dentro del traje negro que portaba.

A la llegada de Barbosa y su grupo, los danzantes semi-semi volvieron a subir al podio y restregaron el humo del copal sobre aquellos que ocupaban el ojo de las cámaras. Portadores de amplios penachos, cuando los danzantes giraban en torno suyo, las plumas terminaban en los ojos de Mario Delgado, coordinador de diputados federales de Morena, o de Yeidckol Polevnsky.

Luego subió el batallón de Xochiapulco, al que los presentadores se cansaron de anunciar como el batallón de Zacapoaxtla, y más tarde un grupo de ancianos oriundos de Coyomeapan que mientras hacían una danza simpática arrojaban pétalos sobre las cabezas de aquellos cuerpos apretujados en el templete.

Un trovador cerró el preámbulo de los discursos cantando una vieja canción dedicada al Che Guevara, que sólo corearon de principio a fin Polevnsky, Barbosa y su esposa.

“Aquí se queda la clara/ la entrañable transparencia/ de tu querida presencia/ Comandante Che Guevara”.

Después, llegaron los discursos.

LA BUFALADA

De los cinco oradores, no hubo uno solo que no hiciera alusión al resultado electoral del año pasado, que terminó definiéndose por un solo voto: el de una magistrada federal. Para todos fue un robo, o un fraude, o una elección ilegítima. Una elección ilegítima que, a decir de Gerardo Fernández Noroña, el primer orador, se recompondría con la elección del 2 de junio.

Delgado siguió la misma ruta. Dijo que este 2 de junio inauguraría la época de Puebla libre de fraudes electorales.

—Llegó la democracia para Puebla. Es hora de que la gente decida, y la gente ya se decidió por el cambio, porque Puebla entre a la Cuarta Transformación de la mano del presidente Andrés Manuel López Obrador y del gobernador Miguel Barbosa.

Luego tocó el turno a Carlos Puente, dirigente del Verde, que parafraseó lo mismo que sus antecesores; y después Alberto Anaya, del PT, que terminó por saludar a Puente como Ricardo y no como Carlos.

La última oradora antes del largo discurso de Barbosa fue Polevnsky, que equiparó al candidato con un “gigante que ha salido librado de todos los obstáculos”.

Ese mismo podio atiborrado de discursos obsequiosos y cantos de triunfos anticipados fue, también, un lugar de reencuentros: Polevnsky se veía, después de tanto, con el senador Alejandro Armenta, al que en alguna ocasión llamó veladamente “sabandija”, y con la presidenta municipal Claudia Rivera, de la que se distanció precisamente porque ésta mantenía diferencias con Barbosa.

El festejo, sin embargo, los unió a todos.