Letras al Vuelo
Por: Aldo Báez 

El significado de la distinción de la violencia en
legítima e ilegítima no es evidente sin más.

Benjamin

 

Discordia, insaciable en sus furores, hermana y compañera del homicida Ares, la cual al principio aparece pequeña y luego crece hasta tocar con la cabeza el cielo mientras anda sobre la tierra. Entonces la Discordia, penetrando por la muchedumbre, arrojó en medio de ella el combate funesto para todos y acreció el afán de los guerreros, no dice Homero. Desde la postura romántica (dirían los filólogos) aun recordamos cuando nos decían que la discordia, dis-cordis, lo que del corazón se aleja, lo opuesto a lo cordial, la violencia.

La belleza no es sino el principio de lo terrible./…/ Y si un ángel/ inopinadamente me ciñera/ contra su corazón, la fuerza de su ser/ me borraría; porque la belleza/ no es sino el nacimiento de lo terrible /…/ Todo ángel es terrible.” Escribía hace poco más de 100 años Rilke, por eso ahora tenemos que preguntar, en qué momentos cambiamos el curso de las cosas y perdimos hasta la dignidad de la violencia…

Vivimos tiempos de violencia, de eso no hay duda, tal vez el tiempo de los asesinos, del que Rimbaud hablaba… pero antes, ¿recuerdan? Heráclito nos aconsejaba que «Lo contrapuesto concuerda, y de los discordantes se forma la más bella armonía, y todo se engendra por la discordia», suenan bien las anteriores afirmaciones, sin embargo ahora ya no podríamos firmarla sin un cierto temor al fracaso, ese del que Sartre nos prevenía.

Pues desde la perspectiva sartreana, la violencia supone una acción desplegada al margen de una forma o legalidad; esto hace que difiera de la fuerza, pues en esta última la acción se ejerce siempre conforme a algún tipo de legalidad natural o social. El ejercicio de la fuerza, por insertarse en el plano de la legalidad, es, entonces, inocencia, en cuanto solo pone en movimiento un juego de leyes que, en principio, solo afecta a los objetos del mundo. Pero ocurre que la fuerza puede transformarse en violencia; es más, la violencia remite, originalmente, al fracaso de la fuerza. Pero, como sostiene Walter Benjamin -una de las tantas víctimas de la violencia del siglo veinte- en una fórmula que calza perfectamente con el enfoque sartreano, “una causa eficiente [una fuerza] se convierte en violencia, en el sentido exacto de la palabra, solo cuando incide sobre relaciones morales”.

El poeta Efraím Medina pone el dedo en la llaga cuando escribe “Menos el asesino todos los demás son víctimas /… / El asesino camina las calles, es arrogante y hermoso. Me-nos él todos saben que pueden morir /… / Menos el asesino todos los demás tienen culpa.” (“El gato en el horno ii”).

El Estado moderno es según Weber:“…una asociación de dominación con carácter institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio la violencia física legítima como medio de dominación y que, a este fin, ha reunido todos los medios en manos de un dirigente y ha expropiado a todos los funcionarios estamentales que antes disponían de ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas…” en donde el termino o expresión de monopolio de la violencia hasta la fecha busca su equilibrio.

Nos permite parafrasear en contra del pensador francfortiano, después y entre la misma violencia se debe seguir escribiendo

Vir, etimología sustantiva de las palabras violencia, lo es también de las palabras vigor, virtud.