Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio

Ayer, Germán Martínez se convirtió en el más efímero director general del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en los 76 años de la dependencia.

Estuvo apenas 169 días en el cargo. Menos que el primer encargado del IMSS, Vicente Santos Guajardo, quien calentó la banca durante un año para el fundador de la institución, Ignacio García Téllez, secretario del Trabajo del presidente Manuel Ávila Camacho.

También duró menos que Sealtiel Alatriste, quien asumió la dirección general en el inicio del sexenio del presidente Gustavo Díaz Ordaz, pero fue removido, en enero de 1966, luego de culpar a su predecesor, Benito Coquet, de haber causado problemas al IMSS, lo que se interpretó como una crítica de Díaz Ordaz a su antecesor, Adolfo López Mateos.

De la larga carta de renuncia de Martínez podemos desprender que hay grupos en pugna dentro del gobierno federal, algo que se viene comentando desde hace algunas semanas.

El michoacano identifica a unos como tecnócratas “neoliberales” y a otros como “revolucionarios”. Si nos atenemos a sus palabras, el famoso pleito entre los llamados “chairos” y “fifís” se vive en las filas del oficialismo.

Martínez se queja del yugo que los “neoliberales” de Hacienda que tienen sobre las finanzas del IMSS, lo cual no permite realizar la transformación del instituto “como lo ordena el Presidente”.

En su opinión, “algunos funcionarios de la Secretaría de Hacienda tienen una injerencia perniciosa en el IMSS y ponen en riesgo la vocación igualitaria, de justicia y, concretamente, de prestación de servicios de salud que tiene el Seguro Social”.

Como en todos los pleitos, habría que escuchar la versión de la contraparte para otear la verdad.

No me queda claro si se trata de un problema ideológico, de operación política o de egos o una combinación de las tres cosas. Lo cierto es que la estrategia lopezobradorista de atraer a su coalición a personas de origen y pensamiento distinto podría estar haciendo agua.

Sin duda, el frente electoral que armó –y que califiqué durante la campaña como un peronismo a la mexicana– permitió a Andrés Manuel López Obrador ganar la Presidencia.

No obstante, la interacción de esas distintas personalidades, por más que tengan en el Presidente a un líder indiscutible, está sacando chispas.

La carta de Martínez revela que hay un serio problema contable en la administración federal. El dinero es escaso para el tamaño de las promesas que hizo López Obrador.

El renunciante acusa a Hacienda de “desviar a otros fines” los ahorros del IMSS (no dice a cuáles). Abunda que “ahorrar y controlar en exceso el gasto en salud es inhumano, pues “llega a escatimar los recursos de los mexicanos más pobres”.

Y, como buen abogado que es, advierte que “nadie, en su sano juicio, se hará cargo desde el IMSS de instrucciones y resoluciones falladas (tomadas) sólo en la Secretaría de Hacienda”.

La carta da datos para entender la renuncia como resultado de la desviación de los objetivos de la Cuarta Transformación, pero también como una advertencia a tiempo de los efectos que está provocando la política hacendaria, que no ayuda al IMSS a aumentar las cuotas que recibe –“es indispensable una labor tributaria eficiente”– y que expone al instituto a litigios que le ocasionen “cuantiosos daños patrimoniales”.

Se trata de la renuncia más relevante que se ha dado hasta ahora en el gobierno federal. Lo que opine sobre ella el Presidente de la República será ilustrativo de cómo se halla la correlación de fuerzas dentro del oficialismo.