Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio
El primer semestre de gestión es complicado para casi cualquier gobierno, sin embargo, hay algunos que logran superar las dificultades del arranque y, otros, que se quedan atorados en ellas.
El viejo cuento de los tres sobres sirve como ejemplo para ilustrar estas vicisitudes. Usted quizá lo conoce, pero si no, ahí le va:
Al día siguiente de tomar posesión, un Presidente se encuentra, sobre el escritorio de su despacho, tres sobres, numerados y cerrados, dejados ahí por su predecesor. El sobre rotulado con el número uno dice: “ábralo cuando enfrente su primera crisis”.
Soberbio, como son todos los mandatarios primerizos, el Presidente arroja el sobre en un cajón junto con los otros dos, pero un día decide abrirlo, para ver si lo ayuda a salir de problemas. En el interior hay una hoja con tres palabras: “Échame la culpa”.
Dicho y hecho, el Presidente se dedica a culpar al pasado de todo lo que no funciona en el país, tanto lo que se encontró y no había sabido resolver, como lo que él mismo propició por su inexperiencia. El recurso le sirve por un tiempo, pero, al persistir los conflictos y desaciertos, los gobernados se empiezan a cansar de lo que ven como un pretexto para justificar la ineficiencia y el desorden.
“¿Qué puede estar fallando?”, se pregunta en sus noches de insomnio, cuando apenas había rebasado los primeros seis meses de gobierno. Una madrugada, sin haber podido pegar ojo, decide abrir el sobre número dos, que en el exterior decía “ábralo cuando crea que necesita un nuevo consejo”. Adentro del sobre, el predecesor había depositado una nota escrita: “Reorganícese”.
El Presidente entiende que su equipo de colaboradores no está funcionando. “Está clarísimo”, se dice a sí mismo. “Por más que les digo que se bajen de la hamaca, no hacen caso. Esperan que yo haga todo”. Y unas horas después, anuncia, en conferencia de prensa, transmitida en vivo por televisión, una sacudida total del gabinete. “El pueblo necesita funcionarios dispuestos a morirse en la raya”, declara.
“Eso mismo hizo el presidente Lázaro Cárdenas en junio de 1935”, había recordado, mientras caminaba por los pasillos de Palacio, rumbo a la reunión con los medios. “En Gobernación quitó a Juan de Dios Bojórquez y puso a Silvano Barba; en Cancillería removió a Emilio Portes Gil (y eso, que ya había sido Presidente) y lo sustituyó con José Ángel Ceniceros; en Economía colocó a Rafael Sánchez Tapia en lugar de su amigo y paisano Francisco J. Múgica, a quien mandó a Comunicaciones, y, así, realizó muchos cambios más… ¡Eso es lo que tengo que hacer!”.
Igual que Cárdenas, que en total hizo 23 movimientos en 11 posiciones del gabinete, el Presidente aplica varias veces la medida. “Me sobran brazos en el bullpen, derechos y zurdos”, dijo un día, ante la pregunta impertinente de un reportero.
Pero los cambios tampoco darían resultado, porque el Presidente no se daba cuenta que el causante de los problemas era él mismo. Un buen día, ya cerca del fin de su gestión, terminando de leer un artículo en la prensa que remataba con la frase “las tres fuentes de la política ficción son la ingenuidad, la ignorancia y la mentira”, el Presidente se acuerda del tercer sobre y decide abrirlo. Mordiéndose el orgullo, lo observa a la luz de una lámpara. “Si nada de lo anterior le ha dado resultados, abra este sobre”, dice en el exterior.
Rasga el sobre con un abrecartas y, otra vez, encuentra una nota, de puño y letra de su antecesor: “Prepara tres sobres”.