Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles @piaa11
Vi los primeros capítulos de Chernobyl, la nueva miniserie HBO, y noté tanto de nosotros en la trama, de México, del gobierno, de nuestra ceguera, que me fui a dormir —bueno, de hecho, me quedé dormido como es normal cuando uno empieza a envejecer— lo hice pensando en las consecuencias atroces que tendría en nuestro país un accidente nuclear como el que ocurrió en la U.R.S.S. aquel abril de 1986.
Como consecuencia de quedarme dormido sobre el teclado de la computadora —véase cómo hasta las formas de quedarse dormido han cambiado— tuve un sueño extrañísimo en el que una especie de invierno nuclear se precipitaba sobre nuestras poblanas cabezas y yo tenía que escapar manejando hacia Atlixco (en el sueño Atlixco no era Atlixco, sino una especie de lugar-frontera controlado por militares que sometían a los refugiados a pruebas anti radiación) pero no llegaba nunca a Atlixco, o al lugar que yo pensaba que estaba donde Atlixco: una radiación incandescente me alcanzaba en medio de la carretera haciéndome perder el control del coche que yo iba manejando.
Cuando abrí los ojos después de mi delirio, pensé que seguía soñando, pues la sensación de radiación seguía ahí, en la forma del calor insoportable de la madrugada.
Los tres primeros capítulos de Chernobyl están producidos a la perfección, pues retratan bien, creo yo, la estética decadente de los últimos años de la Unión Soviética, el contraste de la opulencia gélida y atemporal del Kremlin con el de la decrepitud de los pasillos lúgubres de foco blanco de las unidades habitacionales de la provincia olvidada; vamos, Chernobyl es el pretexto para contarnos que el accidente nuclear de la planta fue síntoma de un sistema en fase terminal, y razón, luego, de su propia muerte, del desvanecimiento de la cortina de hierro. Además, por si la ironía no fuera suficiente, en una de las escenas del primer capítulo se enfatiza que el nombre oficial de la planta —yo no lo sabía— es Vladimir Ilich Lenin.
Nada más.
Claro que no sobra hablar de las actuaciones impecables de los protagonistas: Jared Harris encarna la personalidad del científico mal comprendido (Valeri Legásov), Stellan Skarsgård, da vida al político soviético (Boris Shcherbina) para quien la revolución y sus formas son lo más importante; Emily Watson —la siempre brillante Emily Watson— interpreta a Ulana Khomyuk, una científica que lucha por hacerle ver al resto de los hombres testarudos de la serie que lo que están haciendo ante el desastre es sencillamente la peor de las ideas; todos juntos dan un botón de muestra de la necedad humana y de la importancia infravalorada, muchas veces, de la ciencia.
Pero independientemente de que la serie sea un impecable imagen de los hechos, yo no puedo dejar de pensar en cuánto me recuerda al presente, al nuestro, pues la serie es un retrato vivo de la mezquindad del político que sólo piensa y vive para el partido y para el bien del partido; la serie es una fotografía de la debacle y de la actitud meramente egoísta ante ella, producida quizá por la ceguera, por la mente pequeña de los hombres cuya vida la miden en sexenios, para quien la forma siempre será muchísimo más importante que el fondo.
¿Le recuerda a algo?
La serie está repleta de gorbachovs que creen que lo saben todo, pero nuestro tiempo actual también. Gorvachovs que piensan que saben perfecto cómo funciona una planta nuclear y que menosprecian todo lo que no pueda decirse ante un micrófono, todo lo que no pueda ser medido en estadísticas.
Temo que Chernobyl me ha recordado que México, todo él, es una planta nuclear que está en riesgo, en manos de los que gobiernan a dedito alzado, para las cámaras, para los reflectores, para ellos y sólo para ellos.
Ya nos veo en medio de la lluvia ácida, diciéndo ante el espejo: yo tengo otros datos.
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Como ya es costumbre, nuestros impulsos más inverosímiles se han adelantado a nombrar Chernobyl “la mejor serie de la historia”. ¿De parte de quién, o qué? ¿Sólo porque alguien la calificó mejor que Breaking Bad y The Sopranos en IMDB.com?
¿Ya ven cómo no entendemos nada nunca?
Seguiré contando.
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PS
Los adolescentes del futuro van a tener fotos de cuando eran niños tomadas con un Samsung.
