Tal como lo hiciera el domingo, el ex rector de la Udlap se volvió a desmarcar de los partidos que lo postularon a la candidatura y aseguró que desde la sociedad civil no pudo llegar a un cargo de elección popular porque le cerraron las puertas.
Por: Guadalupe Juárez
Un día después del debate, Enrique Cárdenas Sánchez busca refugio donde se siente más cómodo: con los universitarios.
Los aplausos, la presentación, el acomodo de las sillas, los estudiantes observándolo, todo parece ser más cómodo que el escenario del domingo.
Pero pese al cobijo de las aulas de la Universidad del Valle de México campus Puebla, la molestia del domingo todavía se refleja en su rostro, con una mueca y el ceño fruncido, y por eso dice que no pueden permitir que les pasen —a él, a los que tiene enfrente— por encima como un buldócer.
Dice también que sí conoce el estado, que sí se puede dotar de agua y baños a los más pobres. Dice todo, como si aún no acabara el debate, como si hoy todavía le dolieran los ataques del domingo.
Antes de su intervención, el líder nacional de Movimiento Ciudadano, Clemente Castañeda Hoeflich, y el del PRD, Fernando Belaunzarán Méndez, hacen un balance del debate inclinando su apoyo al académico, quien cruza la pierna en su lugar, se rasca el cuello, se acomoda la corbata, asienta la cabeza, mira hacia el suelo y juega con su mano izquierda.
Los dos, aunque el primero se disculpara por tener que “tomar un avión” e irse a la campaña de otros en otro estado, se desviven en elogios a favor del ex rector de la Universidad de las Américas Puebla (Udlap).
Treinta y tres minutos después, Cárdenas Sánchez recobra la postura al tomar el micrófono e intenta sin mayor ánimo entusiasmar a los estudiantes que tiene al frente. A diferencia de sus acompañantes, se levanta, luce más cómodo y al hablar recorre el escenario del auditorio como si diera una clase, como si ahí no lo fueran a enfrentar ni a cuestionar.
El candidato a gobernador logra por unos minutos olvidar a su otro yo, al del debate con el tic en el hombro izquierdo, al que titubea y no logra el hilo en su discurso, el que su rostro se descompone cuando ve a su rival Luis Miguel Barbosa Huerta, al que no le alcanzó el tiempo para exponer todas sus propuestas, al que tuvo que responder a los señalamientos de un presunto fraude fiscal, el que baja la vista para leer sus apuntes.
Y como si todo lo vivido un día antes regresara a su mente, Cárdenas Sánchez habla fúrico: “No podemos permitir los ciudadanos que hagan lo que quieran con nosotros, no podemos permitir que pasen por encima de nosotros y no hay manera ni siquiera de sacar las manos, no podemos permitir que se roben el dinero de la gente”.
Es esa molestia que todavía se percibe en su tono de voz lo que causa que intente desmarcarse de los partidos que hoy lo apoyan, porque dice que él no pudo desde la sociedad civil, porque le han cerrado las puertas, porque ha recibido amenazas, porque una vez le dijeron que “no representaba a nadie”.
“Hay algo común entre todos nosotros, que verdaderamente a la clase política no les importamos, ninguno de nosotros les importamos, ni siquiera desde los más rezagados y las personas más excluidas de la sociedad”, dice, ahora impávido hasta que un celular suena y obliga a Cárdenas a detener su discurso y cambiar su tono de voz plano, pedir que atiendan la llamada, reír un poco y olvidar lo que pasó el domingo.
