La Mirada Crítica
Por: Román Sánchez Zamora / @RomansanchezZ Candelaria suspiró al ver a su nieta.

–¿Cómo sigues?
–En mi condición ya no es bueno seguir, pero lo que venga ya es ganancia.
–No digas eso, abuelita, tú has sido mi ejemplo desde que recuerdo, desde que me gritabas para venir a comer, a cenar, a dormir, para ir a la escuela, si hay alguien que me da la vida eres tú –le dijo tomándole la mano a Candelaria.
–Desde que llegué a esta ciudad, el veneno de la sociedad comenzó a ahogarme, yo era tan feliz en mi pueblo y no lo supe hasta que las fauces de la sociedad me tuvieron a su alcance y me sacudieron, me tiraron a un lado y volvieron a tomarme entre sus colmillos para no dejarme hasta que pude suplicar, gritar que ya no podía más; este lobo se cansó de morderme y yo como pude me levanté, volví a caminar. Un día regresó el lobo y estaba preparada y tuve que vencerlo –Candelaria, entonces, tomó con más fuerza la mano de su nieta.

Un día me levanté y todo estaba cambiado, ya había dejado de ser la niña de papá, el correr por los senderos, el subir a los árboles, caminar entre las milpas y los cafetales, el tomar el agua del arroyo que pasaba por la finca de don Amapolo, ese puente que le hizo a su casa que nos encantaba, el tabique tan rojo, el arco que dejaba pasar el agua y que allí se escondían las ranas en los veranos.

Aún recuerdo cuando el camión comenzó su andar y mi papá me tomó de los hombros y me dijo que sonriera, que debía ser la mejor en la escuela, que siempre iba a estar orgulloso de mí. En ese tiempo fueron 12 horas de camino, hoy todo ha cambiado, en tres horas llegamos sin contratiempo.

El problema nunca fue la distancia, el problema comenzó cuando a mis seis años comencé a sentir el desprecio de la gente, del sentir que era menos, del sentir su rechazo y hasta la condena, al escuchar que me regresara a mi pueblo, que los indios no merecemos ni siquiera pisar la banqueta, que tenía la pata rajada, me gritaban y se burlaban.

La escuela era una pesadilla, la vecindad donde mi tía me recibió era muy grande, mi santa tía, ella que todos los días me convencía para que regresara a esa escuela.

Mi mundo era la casa donde ella hacía la limpieza y que debía quedarme sentada en una silla sin moverme porque los niños de la patrona se molestaban, y cuando los veía, uno de ellos me decía que me muriera porque apestaba a vacas, y me ponía a llorar, no sabía qué hacer.

Con el tiempo pensé que la solución era encontrar a un hombre bueno y casarme, que así se solucionarían las cosas y que tendría una casa como la de la patrona. Al tener 16 años me fui con mi primer novio que tenía 24.

La señora decía que le había deshecho la vida a su hijo, que por mí no sería ingeniero, me gritó desde el primer día y Carlos nunca dijo cosa alguna, las cosas siempre fueron igual durante esos dos meses que vivimos en esa casa.

Renté un cuarto por el rumbo y me fui a vivir allí, en ese lugar nació tu mamá, tuve que hacer una carrera corta y aprendí el oficio de hacer repostería y con eso saldría adelante.

En el amor nunca fui muy buena, pues llegaba Carlos y me contaba que le había ido mal, que si el carro o que si lo habían asaltado y siempre le daba yo dinero.

Un día estaba muy feliz, pues iba a comprar mi estufa nueva, y estaba en casa Lore, mi amiga, sonreíamos y me deseaba mucha suerte, hasta que llegó Carlos con otra de sus historias y se llevó el dinero.

Lorena se puso triste y me dijo que no me comprendía, me suplicaba que cambiara por el bien de mi hija, que esa gente siempre va a aprovecharse de los demás, que ella los conocía desde niños y esa era la costumbre de su familia.

–Por favor, amiga, despierta –me dijo y se fue.

Esa noche lloré mucho, pues no tenía sueño y no tenía a mi único y primer amor. Y por fin tuve que despertar.

Nuevamente comencé a juntar dinero, a trabajar, a ir a cursos sobre repostería fina, poco a poco fui creciendo y un día por fin tuve mi tan anhelada estufa nueva, ya no más una de uso. Y comencé el negocio, la firma de 60 años que cumple en este próximo mes y creo que ya no lo veré.

Nunca más tendría un refrigerador vacío, bueno, ni refrigerador tenía, ni alacenas con envolturas únicamente; no me agradaba eso, siempre era tener de todo para mi hija y un día para mi nieta.

Me gustó siempre el vestir de mi pueblo y así me gustaba salir los domingos. Una tarde salimos Lorena y tu mama de 14 años, queríamos un vestido muy bonito que a ella le gustara y con zapatillas y todo, fuimos a una tienda muy elegante, de esas que dicen que sólo va la gente bonita y dije: “Mi hija es bonita, pues allí le compraré todo”.

Con el tiempo, supe que no era lo exclusivo ni era para la gente bonita, pero bueno, en ese entonces estaba muy feliz, pues ya tenía un coche y hasta chofer, pues don Melquiades, el repartidor, al final de la jornada antes de irse a su casa nos llevaba a donde quisiéramos.

Vaya recuerdo de esa tienda, se acercó un vigilante al llamado de una señora de la tienda y me dijo: “Disculpe que las moleste y les pida que se retiren, pues me dicen que posiblemente no tengan para pagar algo de la tienda y dan mal aspecto”, la mujer miraba a dos metros con una sonrisa burlona.

El mismo diablo coloreó esa tarde mis ojos de rojo y mi piel se calentó al instante y la furia no cabía en mí, pero ya era una señora madura y le pedí que por favor llamara al gerente para disculparme y retirarnos, mi hija no sabía que pasaba, Lore que ya me conocía sólo sonrió y aguardó a mi lado sin decir palabra alguna.

–Señora, me han dicho que usted quería hablar conmigo, me dicen que ya se retiraba pero que deseaba platicar, estoy para servirle –el señor tan amable, que le dije que era una gran tienda y deseaba el mejor vestido y no importaba el precio, la señora “copetona” me vio con coraje, pues estaba muy incómoda.
–En seguida, señora –levantó la mano y de inmediato llegaron seis empleados y nos llevaron unas sillas y nos mostraron de todo, desde perfumes, zapatillas, de todo, yo llevaba una bolsa de mandado, allí una bolsa de hule y allí estaba la cuenta del día, al sacar el fajo de billetes para contar todos miraron asombrados, creo nunca habían visto tanto dinero junto.

No dije lo del señor de vigilancia y menos de la señora por echarnos de allí, pues habría actuado como ellos, sólo mi intención era demostrarme que yo había triunfado contra ese lobo que un día me tomó en sus fauces, creo que el lobo desde ese día se fue para siempre de mi vida y desde ese día fui la mujer más libre de este mundo.

…Pero aún existe algo en mí, el dolor de que a la gente sólo con dinero pueda ceder ante la desigualdad que existe, por lo menos está escrito en el documento magno de nuestro país.

¿Qué le pasó a Carlos? No lo supe, nunca más volvió, 20 años después me dijeron que esa tarde, en la que me había pedido el dinero para la estufa, se había ido a tomar con sus amigos del equipo del futbol de la colonia y que tardó toda una semana tomando y desapareció, su mamá lo fue a buscar y un día le llamaron los de la Policía que habían llegado las fotos de la morgue y sí, allí estaba su foto, se había ido a la fosa común. Un día, años después, pasé a ver a su mamá, le dije que no le guardaba rencor y que sentía lo sucedido a Carlos, en su memoria supe que le había puesto un altar en el panteón donde su familia acostumbraba enterrar a sus difuntos y le mandé a poner una pequeña cruz de mármol con su nombre y nunca más volví a saber de esa familia.

¿Dónde perdimos el sentido de familia? ¿Dónde comienza México? ¿Cuándo dejamos de ser parte de esta nación? No lo sé hija, solo sé que debes cuidarte y cuidar de los tuyos.

Candelaria pidió que le taparan porque sentía mucho frio, pidió un café, además le dijo a su hija y nieta que la acompañaran hasta que durmiera, que de pronto tenía miedo, ese miedo que de niña sintió al estar en el camión que la llevaría a la ciudad. Con un rostro que reflejaba alegría y paz, sonrió, suspiró y se durmió.

Epílogo

Madre e hija se tomaron de las manos al ver y retumbar de las paredes de esa fosa ahogar la vista de ese ataúd con cada palada de tierra, las dos no pudieron más y lloraron hasta que los señores aplanaron con sus pies ese extinto agujero en el panteón.

Epílogo alterno

–Abuelita, mira, te traje una blusa como las que te gustan, la compre en Pahuatlán, debes ir, es maravilloso el lugar.

Candelaria lo tomó en sus manos, suspiró –dile al chofer que prepare todo que vamos mañana y seguro me encantará.