Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles 

Si Las Vegas fuera una casa, seguramente sería una de estas mansiones involuntariamente eclécticas, construidas por el impulso innecesario del nuevo rico del pueblo que no escatimó en nada, pero en nada de nada, llenando así los vacíos de precariedades materiales y sentimentales que tuvo desde siempre, desde que era del tamaño de una nuez.

La mansión estaría en lo alto del cerro, a las afueras del pueblo, y sería grande, grandísima, y se notaría a kilómetros, no sólo por ser la única construcción humana en medio de un cerro en el que no se paran ni los zopilotes, sino porque el fulgor de sus marcos de aluminio dorado, cuando son bañados por el sol desértico, se llegan a ver incluso a dos pueblos de ahí, incluso en días nublados, incluso cuando están llenos de polvo.

Nuestro nuevo rico en cuestión siempre quiso tener una casota, y ahora que puede y quiere, nada le detendrá. Ni la recesión lo detendrá. Por eso ha encomendado a sus achichincles traer los barandales de cisne más finos, vidrios entintados de tonos inimaginables y ha encargado, a un sobrino de él que se dedica a la herrería, una bellísima Torre Eiffel, misma encomienda para la cual sólo pudo proveerle de una foto pixelada y alargada de la torre más famosa del mundo como referencia para su hechura. El resultado de tan importante monumento está echado a la suerte.

Pero da igual cómo quede, porque siempre nos ha gustado París y toda su idea. Además, ¿qué puede ser más afrodisíaco para las novias del nuevo rico del pueblo que mirar la mismísima Torre Eiffel coronando la que puede ser su casa?.

Entonces ya tenemos nuestra casota (ahora mismo estoy haciendo un gesto con las dos manos, como si tuviera un balón de futbol entre ellas, mientras digo casota) misma que, irremediablemente, será conocida en el pueblo y los alrededores como la casa de la antena,  porque nuestro sobrino herrero resultó no ser tan bueno en el oficio; también, para los que pasan por la carretera, choferes, vacacionistas y anexas, será una atracción y referencia obligada: pasando la casa de la antena está la salida a Tlaltontengo, no hay pierde.

Ya para cuando el arquitecto (que es el mismísimo señor nuevo rico) ha terminado la fachada y su característica más sobresaliente, es momento del suculento proceso de decoración. Tendremos lo mejor: la mejor tele (con mantelito de encaje), el mejor estéreo, (también con mantelito de encaje) y no sólo eso, sino también la mejor cocina, el mejor jacuzzi en forma de corazón, las mejores esculturas, bien elegantes , de angelitos cuya época de inspiración resulta confusa; tendremos una chimenea, sin tiro, claro, y pinturas, muchas pinturas, de esas que le gustan a la gente culta.

Y ya de ahí es fácil. Imagínense entrar a su sala. Les ayudo, ¿han entrado a Galerías El Triunfo?, pues será algo muy parecido. La estatua de un Elvis, una Marilyn Monroe, un mesero calvo, todos como íconos de una cultura aspiracional y aparentemente superior que, para nuestro nuevo rico, siempre ha resultado lo mejor de lo mejor.

Luces de neón, muchas de ellas, lo olvidaba, porque además y por si fuera poco, neón rima con chingón, entonces imaginen un letrero de neón que rece: El más chingón; y una fuente, claro, una fuente enorme, con un cupido en la parte más alta, y con luces de colores, sí, con muchas luces y cómo no, música, un vals, un vals de esos elegantes que suenen al ritmo de los chorros.

Cortinas egipcias, pero ¿por qué, señor vendedor de cortinas, si son egipcias, no tienen ningún motivo egipcio?, y entonces ahí está lo que siempre quisimos, unas cortinas egipcias con la esfinge impresa, y la de la otra ventana con la pirámide de Keops y otra con Ra, el dios del sol.

Fotos, nos faltan fotos, muchas fotos, repleto de fotos, con diferentes marcos, muchos marcos, tanto que parezca tienda de marcos a la medida. Está la foto de la mamá,  muy viejita la mamá, con un fondo azul con nubes porque en paz descanse, y luego los sobrinos, que se cuentan en cientos  y un montón de fotos de gente que ya no podría yo decir quienes son, pero que van desde un cowboy inexplicable (posiblemente el sobrino que fue en busca del sueño americano) y una sucesión de rostros con todas las personalidades y políticos posibles, y en todas, en todas, nuestro nuevo rico en cuestión.

Así, querido lector, sería Las Vegas si tan solo fuera una casa.

 

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PS

Nadie piensa en la señora de las crepas del Circuito, que pone su Torre Eiffel afuera de su food truck todos los días.