Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Lo he dicho antes: leí muy tarde a José Emilio Pacheco.

Me hubiera gustado leerle desde siempre, desde que abrí los ojos, desde que pude formar palabras y decir algo coherente, desde que tuve noción de que el tiempo era algo irremediable.

 

Pero nada llega a tiempo.

Nunca nada llega a tiempo.

 

De ahí, precisamente, parte una obsesión, cualquiera, por lo que sea, de saber que algo es temporal, de sabernos temporales; de saber que hemos llegado tarde a la gotera. Eso es: la obsesión y la impotencia duermen juntas. La impotencia de no tener, de no saber, de no juntar, de no poder.

Cuando leí a José Emilio Pacheco por primera vez—la única tarde en la que he leído un mismo libro tres veces— supe que la gotera llevaba mucho tiempo: la habitación ya estaba inundada.

Esa misma tarde me di cuenta de lo poco que sabía de todo. Hoy, que vuelvo a él,  el sentimiento de inundación no se ha ido, y aun, estoy seguro, no sé nada nada de absolutamente nada.

***

 

Por alto esté el cielo en el mundo

Por hondo que sea el mar profundo

No habrá una barrera en el mundo

Que mi amor profundo

No pueda romper

Camino. Más bien, vago.

Voy por las calles que se me han descrito, buscando lo que se me ha descrito, pero el tiempo, que también se me ha descrito, no es el tiempo en que yo vago.

Voy por calles que por nombre llevan los de ciudades de México.

También aquí uno confunde Orizaba con Córdoba, Córdoba con Orizaba.

A mi paso miro edificios derruidos por temblores y por diluvios de horas, tantas horas. (El tiempo es mucho o poco según se mida).

Giro a la izquierda. Descubro una calle de árboles inmensos. ¿Será Orizaba? ¿Será Córdoba? Busco el lugar que se me ha descrito, igual que mensajero cuya encomienda es encontrar la dirección a toda costa.

Me encuentro frente a ella. Cruzo el portal. Es tal cual, La Bella Italia, como se me ha descrito. Busco a un tal Carlos, Carlitos.      

            No está.

Pido un helado como premio de consolación. No me gusta el helado, en general, pero al menos, con este, se podrá curar la obsesión, la maldita obsesión que tengo por juntar las palabras, esas mismas que se me han descrito.

 

Por alto esté el cielo en el mundo

Por hondo que sea el mar profundo

No habrá una barrera en el mundo

Que mi amor profundo

No pueda romper

 

Un bolero ronda mi cabeza infinitamente.

Termino el helado, miro al rededor. Sigo aquí, el tiempo no ha cambiado.

Eso también es la obsesión: saber el resultado y aun intentarlo, cien o doscientas veces.

***

Escribo esto un 30 de junio. Hoy,  José Emilio Pacheco Berny cumpliría 80 años. Pero también lo harían su obsesión por el tiempo, por la memoria, por las calles, por Veracruz. También lo harían su eterna obsesión por los boleros, por el amor, por apresar el polvo suspendido en un rayo de sol.

            Hasta donde estés, siempre,  J.E.P.

***

PS

Si en 27 años no he ido al gimnasio, ¿por qué tendría que ir mañana?