Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio
Hace unas semanas, cuando volvía a casa al final de la jornada, cuál fue mi sorpresa de encontrarme a un hombre acostado frente a la cochera.
Al ver las luces del auto, se levantó en sobresalto y comenzó a guardar rápidamente sus cosas. De inmediato, pensé que se trataba de un migrante.
—¿De dónde viene?— alcancé a preguntarle, cuando ya se había echado a andar por la calle oscura y desierta a esa hora de la noche.
—De Guate. Disculpe, pero ya no encontré lugar en el albergue. Por eso me ve aquí.
En 30 años de vivir en la colonia del Valle, nunca había visto algo semejante. Esa zona de la capital está muy alejada de los lugares por los que suelen transitar los migrantes en su paso por el Valle de México.
El hombre era uno de los más de 600 mil migrantes
—centroamericanos, la mayoría— que han ingresado en territorio nacional este 2019, en un intento desesperado de llegar a Estados Unidos.
El éxodo se disparó en el último año y fracción, lo cual coincidió con las promesas que hizo el entonces candidato y luego Presidente electo Andrés Manuel López Obrador, en el sentido de que su gobierno no sólo no impediría la entrada de los migrantes al país, sino los dotaría de visas de trabajo. Luego de dichas declaraciones, cientos de miles cruzaron la frontera de México con Guatemala y se dirigieron hacia el norte en un flujo inusitado.
Eso provocó la molestia del presidente Donald Trump, quien, el 26 de marzo, amenazó con cerrar la frontera con México e incrementó su batalla política con la oposición demócrata, que se opone a sus planes de construir un muro fronterizo. Si su postura antiinmigrante lo llevó a la Casa Blanca, Trump está resuelto a usarla para buscar la reelección.
Esto fue rechazado por el canciller Marcelo Ebrard, quien dijo que México no negociaría bajo amenaza, sin embargo, México comenzó a dar vuelta en u y a detener a los migrantes. Era un poco tarde, pues las estaciones migratorias pronto estuvieron a reventar y se dieron numerosos casos de amotinamiento y fuga.
Así pasaron dos meses. La cifra de detenciones en la frontera sur de Estados Unidos llegó a la escandalosa cifra de 144 mil en mayo. El jueves 30, Trump elevó sus amenazas y advirtió que, si México no reducía el flujo de migrantes, impondría aranceles extraordinarios a las exportaciones mexicanas.
Contra lo que había declarado a fines de marzo, Ebrard llegó a Washington a dialogar con la pistola en la cabeza. A cambio de la no aplicación de aranceles —que debían entrar en vigor hoy lunes—, México aceptó lo que pudo haber hecho desde el principio, sin presión de por medio: aplicar sus leyes migratorias. Abandonando la postura de campaña de convertir al país en “santuario” de migrantes y de otorgar a éstos visas de trabajo, el gobierno admitió desplegar a 6 mil elementos de la Guardia Nacional en la frontera sur, y que los resultados de su nueva política sean evaluados —por Washington, desde luego— en 90 días. Además, ahora recibirá a un número mayor de solicitantes de asilo en Estados Unidos, quienes esperarán aquí el resultado de su petición.
Eso no obstó para que el presidente López Obrador festejara el sábado en Tijuana el resultado de las conversaciones.
Pero si había algo que festejar era el hecho de que México no hubiese sido víctima de las amenazas de Trump —los aranceles habrían afectado gravemente la ya empantanada economía mexicana—, pero eso fue consecuencia de decisiones propias que colocaron al país contra las cuerdas.
El episodio ha sido un duro golpe de realidad. Pero pueden venir otros, como ya han advertido las agencias calificadoras.