Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio 

Una de las mejores cualidades de un líder es saber escoger a sus colaboradores y dejar que éstos proyecten luz propia.

Un plan de liderazgo estratégico no puede estar completo sin la construcción de un equipo de trabajo.

Los proyectos se mueven con base en la motivación. Y nada genera más motivación que ser parte de un equipo que tiene un entendimiento claro de su misión y visión, y en el que el líder deposita su confianza.

Los líderes que facilitan la construcción de equipos proveen a sus colaboradores de retos, los inspiran y alientan en la tarea colectiva y les dan la oportunidad de sentirse apreciados mediante el desarrollo de sus talentos personales.

Durante los primeros seis meses de su gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha desdeñado la formación de un equipo de trabajo.

No sólo me refiero a su gabinete, sino un equipo político en el sentido amplio.

No cabe duda que López Obrador ejerció las facultades constitucional y metaconstitucional de escoger a quienes lo acompañarían en la aventura de la Cuarta Transformación. Designó a su gabinete varios meses antes de la elección presidencial, y también seleccionó a quienes competirían por gubernaturas, diputaciones y senadurías.

Hoy es evidente que López Obrador no tiene un equipo con las características que describo en los primeros párrafos. Tiene simples compañeros de viaje, quienes, me parece, no tienen claras sus tareas y no están motivados.

Lo primero, porque el Presidente, que suele ser muy bueno para informar al gran público y reinterpretar los hechos de interés público a su favor —El rey del spin, 12/VI/2019—, no lo es en la comunicación con su equipo y, por tanto, en la coordinación y motivación del mismo.

Me imagino a los miembros del equipo pendientísimos de lo que se dicen en las mañaneras en Palacio Nacional para conocer qué se espera de ellos. Y también para saber si el Presidente no los ha desmentido respecto de alguna cosa que declararon, como ha sucedido ya varias veces desde diciembre.

No veo al equipo de López Obrador ni informado ni coordinado ni motivado. Lo veo sólo pendiente de cumplir instrucciones sin señales claras, que cambian con la misma frecuencia que los vientos, como ha ocurrido en días recientes con el tema migratorio.

Hay líderes que no procuran un buen equipo porque creen que su liderazgo alcanza para todo. Peor aún, hay líderes que no delegan funciones y decisiones porque creen que lo saben todo o porque tienen desconfianza en que alguien más opere o brille.

Creo que López Obrador funciona dentro de esa esfera de liderazgo, en que no se logran los objetivos. Porque éstos no están claros, porque no se saben comunicar y porque no se confía en que otros compartan responsabilidades.

Consciente o inconscientemente, López Obrador ha empequeñecido a sus colaboradores. En lugar de que ellos sirvan de pararrayos al Presidente —es una de las ventajas de delegar—, él tiene que salir a su rescate cuando se equivocan o no dan resultados y los apapacha con un paternalismo que los disminuye.

Eso pasó recientemente con la jefa de Gobierno capitalina, Claudia Sheinbaum. Haberle dicho, y coreado, “no estás sola” mandó un mensaje inequívoco: ella sólo vale en la medida en que él la apoye.

Haber realizado ese acto de apoyo mientras velaban al joven Norberto Ronquillo, secuestrado y asesinado, restó aún más autoridad a Sheinbaum, quien aparecía en escena como si fuese la Dulce Polly rescatada por Supercán.