Diario de Viaje 
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Esta columna tratará sobre varias cosas. La primera es el regreso, la segunda, la complicidad. La primera está infravalorada, la segunda también, y las dos, con el paso del tiempo, tienden a devenir en un montón de nociones y prejuicios que acaban por nublarlo todo. En resumen: los regresos se hacen menos frecuentes, las complicidades se disgregan.

Según se vea, uno siempre está regresando a todas partes, casi tanto como uno está yendo siempre, también, a todas partes. Lo haré, me derrotaré ante la tiranía silenciosa del lugar común, porque mis dedos me lo piden así, a gritos:  irse siempre es regresar, irse siempre es volver. Uno regresa, a casa, a apagar la cafetera, a destender la ropa, uno vuelve al coche a apagar las luces, al supermercado por la cosa que siempre se las ingenia para desaparecer de nuestra lista; se vuelve al desierto, a las luces, a las viejas notas, pero siempre se vuelve al mismo lugar del que empezamos huyendo.

En tanto a la complicidad ella se pude no tener con nadie, pero se debe siempre tener con uno mismo. El aquí entre nos debería ser algo obligatorio, recargar los brazos sobre la mesa, inclinar el pecho, acercar nuestro cabeza al interlocutor en turno —en muchos casos, nosotros mismos— y decirle, aquí entre nos, deberíamos regresar a la tierra prometida. Aquí entre nos, hay que saber perfectamente hasta dónde llega tu lenguaje y hasta dónde llegas tú, engañar a todos, sí, si vas de eso, pero nunca sabotearte, saber hasta donde se estira la liga, calcular  hasta qué punto dolerá mucho o poco la caída.

         Pero en alguna escena de nuestra vida mal escrita dejamos de volver, lo que ya decía, los regresos van siendo cada vez menos frecuentes y ahí es cuando viene el extravío. Nos perdemos. Nos creemos el engaño, la mala actuación de lo que juramos nunca ser. Nos salimos de control. La ciudad que un día estuvo en la punta de nuestra lengua va quedando sepultada, en montones de saliva que solo demuestran lo pésimos que somos para justificar el monstruo amorfo que vemos al espejo cada mañana; la ciudad, oh, la ciudad, se vuelve la lejana aldea, la desgracia de algo que finalmente se tiró por un acantilado.

Si hablamos de complicidad y de regresos, cuando un neoyorquino quiere confiar algo a otro neoyorquino, cuando detienen la plática para decirle algo estrictamente confidencial, generalmente usan una sola frase que encierra toda la complicidad en un puñado: between you and me and the Staten Island Ferry…   

Usan un tercer testigo, y qué tercer testigo, para dejar en claro que lo que se dice es enteramente cierto y de una fuente confiable, como el Staten Island Ferry. Se me hace una frase bellísima y tierna a la vez. El Staten Island Ferry, para muchos, representa siempre el regreso a casa después de un día pesado, y si le agregamos, al final, que es también el cómplice número uno de las conjuras neoyorquinas, tenemos la combinación perfecta de regreso y complicidad.

Aquí, entre tú, yo y el Staten Island Ferry, yo también quise irme algún día.

Aquí, entre tú, yo y el Staten Island Ferry, la pecera acabara por ahogar al pez.

Aquí, entre tú, yo y el Staten Island Ferry, irás y no volverás.

Aquí, entre tú, yo y el Staten Island Ferry, la corbata terminara estrangulándote.

 

Aquí, entre tú, yo y el Staten Island Ferry…

 

Seguiré contando

 

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PS 

Fotógrafo que se respeta sale con cámara en su foto de perfil.