El candidato ha dejado a un lado los colores partidistas y prefiere salir a dar su primer mensaje después del cierre de casillas fuera de los reflectores, abajo del escenario y sin las cámaras encima.
Por: Guadalupe Juárez
Enrique Cárdenas sale de una puertita roja de un salón del mismo color en el hotel NH, en el Centro Histórico de la capital, que ha servido como su búnker de campaña. Son las 20:32 horas del domingo 2 de junio, quizá uno de los días más importantes de su vida.
Al igual que a lo largo de su campaña, el candidato de Acción Nacional, PRD y Movimiento Ciudadano ha dejado a un lado los colores partidistas y prefiere salir a dar su primer mensaje después del cierre de casillas, junto a su esposa María, lejos de los líderes de los partidos que lo acompañan fuera de los reflectores, abajo del escenario y sin las cámaras encima.
Y aunque su equipo, como su vocera Ana Teresa Aranda Orozco y su coordinador Gabriel Hinojosa Rivero, entra aplaudiendo y con murmullos diciendo que “pueden ganar”, el ex rector de la Udlap dice que es muy temprano para pronunciarse al respecto y frena la algarabía y un posible festejo.
El salón luce desolado, minutos antes su staff había instalado dos panfletos simples y sin ningún mensaje de triunfo con los logos de Acción Nacional y Movimiento Ciudadano, que quitaron antes de que el economista llegara.
La cara larga del candidato ahoga el grito de “¡Enrique gobernador!” que antes de plantarse frente a la prensa su equipo lanzaba en otro salón cerca de la alberca del último piso del hotel, cuando las cifras del PREP lo acercaban al puntero.
Son esas cifras a las que se aferra el candidato en su único mensaje a los medios de comunicación –mismas que han proyectado en una pantalla en la esquina del salón rojo que luce muy distante del festejo, las matracas y el confeti– y que le son suficientes para celebrar que “falta poquito” para alcanzar a Miguel Barbosa, aunque apenas fuera un tercio de todas las actas computadas en el INE.
“Tres puntos”, asevera frente a los medios de comunicación que lo han esperado más de hora y media y que no tienen más que conformarse con el breve mensaje de no más de cinco minutos.
“Tres puntos”, repite, aunque con ello acepta que no es el ganador.
A la misma hora de su único discurso –sin que él lo diga– el conteo rápido del INE lo pone en un segundo lugar, mismo sitio que horas antes tenía en las encuestas de salida.
Enrique Cárdenas vuelve a atravesar esa puertita roja con la promesa de pronunciarse más tarde con resultados oficiales definitivos agradeciendo los votos que ha obtenido, sobre todo en la capital y zona metropolitana, y pidiendo cuidar los votos.
Pero ya no vuelve.
ASPECTOS DE UNA ESPERA LARGA
El secretario General del PAN, Francisco Fraile –que espera en la sala con unos reporteros– pierde la ilusión, hace cuentas, utiliza los dedos de sus manos para volver a contar, voltea a ver la pantalla; son las 21 horas y la sala de prensa se empieza a vaciar porque lo jefes de redacción no piensan esperar otro discurso.
Los números del PREP indican que la brecha se abre entre el morenista y el candidato del PAN-PRD-MC, quien no vuelve a cruzar la puertita roja.
La presidenta del PAN, Genoveva Huerta, luce inquieta, revisa su celular, ríe nerviosamente, revisa su celular, echa un vistazo a la pantalla con las cifras que han puesto a su candidato en un segundo lugar, bromea con los reporteros, revisa su celular.
Un golpecito al micrófono avisa que el coordinador de campaña Gabriel Hinojosa dará un mensaje. Pero los murmullos y las risas de los reporteros y fotógrafos no lo dejan continuar.
Ya no es el mismo, ya no es el que una hora antes aplaudía cada punto porcentual a favor de Enrique Cárdenas en el PREP. Ya no es el mismo que abrazaba a los demás y aplaudía en el otro salón.
El jefe de prensa del candidato, Jorge Machuca, tiene que aclarar su garganta y avisar que el ex panista dará un mensaje: el mensaje es que pone en duda los resultados del INE. El mensaje es que su candidato no reconocerá su segundo lugar. El mensaje es que se ha ahogado el grito de un triunfo que no se dio.
EL INICIO DE LA DERROTA
La mañana del domingo, el día de las votaciones, no es diferente para Enrique Cárdenas a lo que fue en su campaña.
Después de emitir su voto y posar para las cámaras en diferentes ángulos, la prensa lo rodea y él, para no causar más desorden del que se ha generado en el preescolar de San Pedro Cholula, donde se ubicó la casilla en la que sufragó, camina entre los jaloneos de reporteros y camarógrafos en un intento –sin éxito– de salir a la calle. Son las 10 horas y el flujo de votantes, al igual que en otras partes del estado, es mínimo.
El candidato le pide otra vez a la prensa que la entrevista sea afuera, pero le es imposible avanzar y entonces, de nuevo, la sonrisa en su rostro y amabilidad en su voz se apagan, y en su lugar hay un ceño fruncido, una mueca y respuestas cortas a los medios.
—Muy breve, muy breve —apura a los reporteros.
—¿Qué espera de la jornada? —le preguntan.
—Es un día muy importante para Puebla, esperamos que todos cumplan con su obligación ciudadana.
—¿Cómo ve la jornada?
—Yo creo que todo va a estar bien. Con permiso, ahora sí.
—¿Reporte de algún incidente?
—Todavía ninguno. Vámonos, por favor.
Las preguntas siguen y Cárdenas promete responderlas en los portales de San Pedro Cholula. Al lugar, cuando llega, su mismo equipo –entre Sumamos y los panistas– le aplaude por haber votado.
Hay una mesa larga en la que en medio se sientan Enrique Cárdenas y su esposa, quienes se levantan porque les piden fotos algunos transeúntes que lo reconocen.
El malhumor del candidato que le genera la prensa se esfuma por un momento, mientras se toma fotos y pregunta si ya votaron.
Enrique Cárdenas vuelve a la mesa, habla por teléfono, se sirve del bufete, mientras la risa de Ana Teresa Aranda resuena en el lugar, la taza con su capuchino sigue intacta.
El candidato mira hacia el frente. De vez en cuando cruza una que otra palabra con su esposa, se lleva un bocado de algún guisado y vuelve a fruncir el ceño, como si el apapacho de los transeúntes no bastara, como si la tinta indeleble en su dedo gordo de la mano derecha no fuera suficiente, o el de su esposa, o de los panistas, o el de su equipo, o el de los que presumen haber votado por él.
El candidato no ríe. El candidato ahoga su grito de triunfo. / Guadalupe Juárez

