Garganta Profunda
Por: Arturo Luna Silva / @ALunaSilva
Si el 24 de diciembre de 2018 marcó la muerte —literal— del grupo morenovallista, que se erigió en una hegemonía de poder durante casi una década, el 2 de junio de 2019 representa el nacimiento de una nueva clase política y el surgimiento de un nuevo grupo al mando del estado: el alumbramiento de lo que a partir de hoy se conocerá como el barbosismo.
Con el triunfo de Luis Miguel Barbosa, quien contra todo pronóstico se levantó de la lona tras ser derrotado en los tribunales por los occisos Rafael Moreno Valle y Martha Erika Alonso, asistimos al fin de una época y al inicio de otra, distinta pero igual de importante, en la cual el poder por fin pasa a otras manos con la esperanza —la que muere al último— de que Puebla reencuentre al menos por algunos años la paz y sobre todo la estabilidad perdidas desde antes de 2010, cuando se presentó la Gran Ruptura en la Familia Priista (sigo pensando, de hecho soy un convencido, que todo lo sucedido en el estado desde entonces es resultado de esa gran fractura entre los dos o tres grupos dominantes en el tricolor, expresada en el antológico choque de trenes entre Mario Marín y Moreno Valle).
Como dice (y dice bien) Roderic Ai Camp, a partir de hoy entramos a una nueva dimensión de una nueva elite de poder en Puebla. El relevo tarde o temprano llegaría, pues no hay reino ni imperio que dure 100 años, ni pueblo que lo aguante, como lo prueba la historia.
El cambio se aceleró a raíz de la lamentable tragedia de finales del año pasado, ciertamente, pero si bien la nueva clase política es herencia o ramificación de la que se ha extinguido, y de hecho mantiene muchas de las formas del pasado reciente, la aparición de nuevos liderazgos es por sí misma benéfica para el estado.
Aunque muchos se han reciclado e incluso sumado a los nuevos tiempos, nombres como los de Eukid Castañón, Roberto Moya, Luis Banck, Jorge Aguilar, Marcelo García y Luis Maldonado —fallecido éste hace unas semanas—, habrán dejado su lugar para ser ocupado por barbosistas químicamente puros como Fernando Manzanilla, Gabriel Biestro, David Méndez, Eric Cotoñeto, Verónica Vélez y muchos otros que tuvieron la virtud de mantenerse fieles pero sobre todo estoicos, sin quebrarse, incluso en lo peor de las tormentas, al lado de su líder, el hoy virtual gobernador electo.
No flaquear ni dudar, ni escuchar “el canto de las sirenas” —en medio de su travesía por el desierto se le ofreció al menos una importante posición en el gobierno lopezobradorista y la rechazó—, fueron precisamente los grandes méritos de Luis Miguel Barbosa (a quien aquí se le criticó hasta el cansancio en sus tiempos de dueño del PRD) para alcanzar el poder en el segundo intento que la vida, y las circunstancias, le ofrecieron. Cuando muchos lo veían fuera de la jugada, él se rebeló —en el sentido total del verbo— y de esa rebelión nació justamente la victoria de este domingo, nada fácil a pesar de la debilidad estructural de sus oponentes, un Enrique Cárdenas perdido, soberbio y confundido en su propio espejismo y su evidente ignorancia, y un Alberto Jiménez Merino que tristemente se prestó humillantemente a ser el patiño del prófugo e impresentable Góber precioso, también conocido como Mario Marín.
Si bien el barbosismo debe y merece disfrutar su triunfo, el futuro gobernador —que completará el periodo que dejó trunco Martha Erika Alonso— debe ponerse a trabajar desde ya, sin respiro, en un marco de reconciliación sin adjetivos; al estilo Alfredo Toxqui, buena parte de su tarea será “cancelar odios y rencores”, frenar la soberbia de propios y extraños y empezar a cerrar las muchas heridas que muchos sectores vienen arrastrando desde por lo menos 2010.
En los últimos años la lucha por el poder ha sido cruenta y despiadada, y ha distraído tanto como atrasado a Puebla en más de un sentido. Hoy el estado —que nadie se haga como que la Virgen le habla— tiene totalmente perdida la guerra (si alguna) contra la delincuencia y la economía está colgada de alfileres, por no mencionar la gravísima ruptura del tejido social, inagotable fuente de las innumerables tormentas que todos los días observamos en pueblos y comunidades de un estado roto desde su esencia.
Luis Miguel Barbosa garantiza coordinación, comunicación y colaboración institucional con el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador y lo que sea que signifique la denominada “Cuarta Transformación” (4T), pero el reto es mayúsculo, las necesidades enormes, y los poblanos —sin importar su ideología— no pueden esperar más a que los políticos terminen de ponerse de acuerdo y solucionen sus diferencias y entierren las hachas y las espadas para solucionar los enormes déficits del estado.
Bienvenida la nueva clase política, el nuevo grupo hegemónico, el barbosismo pues, pero que nadie se confunda ni nadie crea que el triunfo de este 2 de junio (fecha mítica, si alguna, en el calendario político poblano) significa que tengan un cheque en blanco. Sólo es cosa de analizar con calma lo sucedido en la capital del estado y la zona conurbada, donde sin duda hubo voto de castigo para los gobiernos municipales de Morena y tal vez hasta para el presidente Andrés Manuel López Obrador, un foco rojo en pleno a únicamente seis meses de su arranque.
Puebla está sobrediagnosticada; llegó el momento de demostrar para qué, y por qué, querían el poder, y de ponerse a solucionar antes que malbaratar el capital político y la legitimidad ganada a fuerza de votos.