En su reciente visita a Puebla, el Presidente evadió interceder por los presidentes municipales cuando eran abucheados por los asistentes a los mítines.

Por: Osvaldo Valencia

En seis meses de gobierno, Andrés Manuel López Obrador ya no gasta su bono de popularidad para defender a todo aquel que haya llegado al poder bajo las siglas de Morena.

Antes de tomar la palabra en cada uno de sus eventos, ya tiene medida la narrativa que aplicará con el público que lo acompaña.

Sabe cuáles son los momentos en los que debe hacer una pausa, salirse del guion e interactuar de forma espontánea, según lo indique la situación.

Lo hizo cuando en un momento de tensión en Ciudad de México —por el asesinato de un estudiante— gastó ese bono para pedir el apoyo para la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, ante una población que sólo exigía que hiciera su trabajo.

Pero en Puebla el Presidente de México tuvo otras mediciones para usar ese bono de apoyo: el malestar social reflejado en los resultados electorales del 2 de junio.

En San Martín Texmelucan, desde antes de tomar la palabra, desde antes siquiera de llegar al gimnasio donde encabezaría un evento, López Obrador sabría qué batallas podría —o no— sortear con su bono popular.

Una multitud no mayor a mil personas, que suena como si fueran miles, rodea el polideportivo sede del evento presidencial con pancartas y cánticos que piden una sola cosa: la renuncia de su presidenta municipal, Norma Layón Aarun.

Son pocas las voces que muestran su respaldo a la alcaldesa con porras de: “Sí señor, ya está aquí, Norma ya está aquí”, mismas que fueron apagadas por las de cientos de inconformes, entre trabajadores del mercado y transportistas de la zona que pedían su renuncia por las obras que ha querido desarrollar, así como el avance desmedido de la inseguridad desde su arribo a la alcaldía.

Desde el inicio, Norma Layón tomó uno de los asientos de la esquina del presídium de invitados, reducida por todo el abucheo previo.

Apenas el presentador da las gracias a la presencia de la presidenta municipal de San Martín Texmelucan, el polideportivo se convierte en una olla de presión ensordecedora que rechifla, grita, insulta a Norma Layón mientras se levanta para extender saludos con la mano y acercarse al Presidente de México.

En cada ocasión que algún funcionario —fuera el gobernador, una secretaria o el mismo Presidente— invocaba el nombre de Layón, el ánimo del público era todo menos servicial con su autoridad local, hacían que la alcaldesa viviera la hora más larga de su gobierno.

Andrés Manuel dialoga con Guillermo Pacheco Pulido, se muestra complacido con el estado, con su proceso electoral, con el actuar del gobernador en ese proceso y con la decisión de los ciudadanos.

Cautiva a la masa con sus programas, con los apoyos para los adultos mayores, los discapacitados, los jóvenes estudiantes, para los que ni estudian ni trabajan, los que trabajan el campo.

Lleva a los presentes a un espacio donde puede torcer el discurso y salirse para mandar el mensaje atípico.

—Y quiero decirles algo…— Comienza Andrés Manuel, pero antes de proseguir, en aquella pausa larga que lo caracteriza, los gritos de “fuera Norma” le dan la señal para guardar ese bono con el que ayudó a Sheinbaum semanas atrás.

En cambio, regresa a la narrativa para sentenciar que los trabajadores del sector salud retomarán sus empleos, de cualquier otra cosa menos de lo que pasa en Texmelucan con su alcaldesa.

El Presidente no se precipita, sabe que aún tiene una oportunidad de gastar ese bono en su paso por Puebla, y Atlixco parece el lugar indicado.

La situación se replica, en menor medida con el alcalde atlixquense —emanado del Partido Acción Nacional— Guillermo Velázquez, quien al levantarse para saludar al público es recibido por una rechifla más cordial que la de su homóloga de Texmelucan.

En esa tierra cercana a la Mixteca poblana, López Obrador toma su misma narrativa, la del proceso electoral ejemplar, la de la no intervención del gobierno en las elecciones, del no uso del dinero público para apoyar a partidos o candidatos, la de la victoria de quien fue elegido por el pueblo.

Conocedor de que Atlixco y la Mixteca son de los grandes expulsores de migrantes hacia Estados Unidos, el Presidente de México se detiene a hablar de la situación, de la amenaza arancelaria que enfrentó días atrás con el presidente Donald Trump.

Con las dudas por la decisión de endurecer la política migratoria mexicana en la frontera sur, el mandatario federal sabe que es momento de poner a prueba el bono de respaldo.

—Así nada más para medirle el agua a los camotes les pregunto, quédense pensando sobre la política de México con Estados Unidos, y les pregunto ¿Qué nos conviene más, le entramos a contestarle al presidente Trump o buscamos el arreglo y una relación de amistad con el gobierno y el pueblo de Estados Unidos? — lanza Andrés Manuel la consulta a mano alzada.

Las manos se esconden cuando pregunta por los que quieren confrontación con el vecino del norte.

Las manos alzadas, similares a una marea, se hacen presentes cuando pregunta si quieren que dialogue con Trump, aparecen.

—Eso es todo— dice, complacido, Andrés Manuel por usar bien su bono de popularidad.