El gobernador electo arribó a la sede del INE y fue recibido con Hoy toca ser feliz de Mago de Oz, misma canción que él mismo eligió para su campaña y que entre el tumulto alcanzó a decir que “Es una canción de enorme ilusión, de enorme utopía: es una canción de felicidad. Óiganla, óiganla”.
Por: Mario Galeana
Había terminado. Después de dos años —de dos precampañas, de dos campañas, de dos elecciones, de un juicio, de un gobierno efímero y de una o más bien dos muertes—, había terminado. Al fin había terminado. El fin de dos años de reyertas electorales llegó en el momento en el que Miguel Barbosa sonrió hacia las cámaras con las manos por delante sosteniendo una carta.
De pronto, aquella pequeña sala del Instituto Nacional Electoral (INE) en la que sesenta y tantas personas apretujadas atestiguaban el nombramiento oficial del gobernador electo de Puebla pareció un reflejo de su triunfo en las urnas y del gobierno que le sucederá.
Cada tanto aparecía un diputado federal o un presidente municipal que llegaban (tarde) y trataban de abrirse paso a empellones entre políticos ajenos y de mirada extraviada como Javier López Zavala, quien buscaba encarecidamente una foto con Barbosa y su círculo cercano, mientras los representantes de los partidos de oposición escuchaban atentos lo que el gobernador electo decía, sin mostrar reticencia, gestos o protestas de algún tipo.
Quizá porque lo sabían: sabían que había terminado. Sea por agotamiento, por desgaste, o porque no son ya aquellos sobre los que el poder orbita, ni el PAN ni sus aliados impugnaron la elección o convirtieron aquel instante —el de Barbosa con la carta en alto— un aquelarre similar al que meses atrás sorteó Martha Erika Alonso cuando trató de hilar un discurso en medio de un vocerío que la acusaba de fraude electoral.
La de Barbosa fue la declaratoria de mayoría más apacible de los últimos años y no deja de ser paradójico que sea, también, la elección con el mayor nivel de abstención en la historia. El mismo Barbosa se lo tomó con calma. Cuando se trasladaba hacia la sede del INE, le dijo a su esposa Rosario y a sus hijos que más que cualquier otra cosa se sentía así: tranquilo. O eso fue, al menos, lo que le dijo a la prensa más tarde.
A su llegada, una multitud de 200 personas que aguardaba frente a la sede del INE agitando banderas rodeó la camioneta de la que bajó junto a los suyos. De una bocina instalada a las afueras del edificio salió una canción de Mago de Oz —una banda española medio folk, medio metal— de nombre Hoy toca ser feliz: un amasijo de flauta guitarra sintetizador violín bajo batería gaita coros que en el título resume toda la letra y que fue soundtrack de su campaña. Ahí donde pisara, siempre sonaba Hoy toca ser feliz. Nadie sospechaba que Barbosa había elegido aquella canción, pero ayer, en el momento cumbre de toda la campaña, explicó sus razones:
—Es una canción de enorme ilusión, de enorme utopía: es una canción de felicidad. Óiganla, óiganla.
Y nada resume más el tono de la sesión por la cual el INE declaró la validez de la elección que eso: la calma con la que Barbosa se dio tiempo para explicar la banda sonora de sus dos meses de campaña.
La sala estaba rebosante y varios sudaban copiosamente desde antes del arribo del gobernador electo. Cuando Joaquín Rubio, vocal Ejecutivo de la Junta Local del INE, anunció la elegibilidad de Barbosa y, por tanto, el cierre del proceso electoral, ningún representante de los partidos de oposición se atrevió a decir algo al respecto. El único que lo hizo, el representante de Movimiento Ciudadano, se dobló ante el proceso de reconciliación al que Barbosa llamó desde el día uno de su campaña, y dijo que su partido aceptaba “con gran esperanza” el “triunfo contundente” de quien hasta hace unos días era su rival.
De aquellos sesenta y tantos apretujados en la sala salió un grito:
—¡Pero que sea cierto!
Aunque los representantes partidistas trataron de distinguir el origen, jamás lo encontraron. En ese instante entró la presidenta Claudia Rivera, que a pesar del tumulto se abrió paso hasta un lugar reservado para ella.
Cuando Barbosa entró a la sala, se sentó junto a Rubio y los representantes de los partidos dejaron los lugares más cercanos a él para los presidentes estatales de Morena, PT y el Verde.
El momento en el que Barbosa sostenía la carta que lo declaraba gobernador electo fue atestiguado por Jorge Méndez Spíndola desde una televisión instalada en la sala, porque los cuerpos eran tantos que algunos no alcanzaban a mirar hacia la mesa en la que se desarrollaba la sesión.
Méndez tenía los brazos cruzados y apretados contra el pecho, mascaba chicle y seguía mirando por aquella pantalla a Barbosa: al mismo al que, hace más de dos décadas, invitó al PRD. Al mismo que, hace más de dos décadas, le arrebató el PRD. Méndez miraba la pantalla sin emociones, sólo mascando, mascando, mascando. A su lado, Rosa Márquez sonreía hacia dos pantallas: la que colgaba sobre la pared y la de su teléfono, con el que trataba de tomar una fotografía hacia la primera.
El hijo de ambos, David Méndez, estaba a unos metros platicando a susurros con el dirigente del Verde, Juan Pablo Kuri. De pronto, Méndez sintió que alguien había tirado de la manga de su camisa y resultó ser Zavala, quien humildemente le pedía que posara junto a él en una fotografía. Méndez cedió y, después del click, Zavala, muy contento, apretó su teléfono como si cuidara el mayor de los tesoros. Y así, sucesivamente, fue haciéndolo con varios, incluido Barbosa, que tuvo, al final de la sesión una larga sesión de fotos con algunos de los sesenta y tantos apretujados en la sala.
Después de que recibió su constancia de mayoría, Barbosa dio un discurso sentado y, junto a él —infatigable, irremediablemente—, su esposa Rosario yacía de pie.
—Es histórico que por primera vez dichos resultados no hayan sido impugnados. Es importante decirlo y dejarlo asentado, porque marca el inicio de una etapa: del reconocimiento de una vida institucional, de una vida alumbrada por el cumplimiento de la ley, que va a ser la ruta en la vida pública de nuestro estado.
Y sonreía. Lo hacía con esa ligereza del que sabe que todo ha terminado. Que después de dos años —de dos precampañas, de dos campañas, de dos elecciones, de un juicio, de un gobierno efímero y de una o más bien dos muertes—, había terminado. Al fin había terminado. / Mario Galeana
