Garganta Profunda
Por: Arturo Luna Silva / @ALunaSilva 

En un país huérfano de memoria y donde de tanto repetirlas y desgastarlas, las palabras dejan de tener peso y sentido, y en el cual la verdad se confunde con la mentira, y la mentira con la verdad, lo que se impone y lo que funciona es la demagogia y la megalomanía de un Presidente superfluo y tan vacío como los anteriores pero que ha tenido la virtud, la gran virtud, de saber manejar y administrar “el lenguaje que quiere escuchar el pueblo” y, cual flautista de Hamelín, de adormecer, en ocasiones hipnotizar, a ese pueblo –siempre “bueno”, siempre “noble”– que irremediablemente cae seducido por el Nuevo Padre de la Patria, el mismo que encabeza un gobierno tan desastroso como decepcionante aunque pleno de simplificaciones maniqueas.

¿Qué nos ha dejado como primer mandatario Andrés Manuel López Obrador, más allá de un conjunto de frases hechas (y huecas) y los acostumbrados lugares comunes que no dicen mucho, pero dicen todo, de un Presidente carente de ideas pero que lleva sobre la espalda una mochila repleta de ocurrencias?

Frases y lugares que ha dicho y repetido y repetido y repetido y vuelto a repetir desde hace 20 años (o más) y que de tanto decirlas terminaron por crear la realidad o el país virtual, AMLOlandia, donde habita y reina el actual gerente del destino de 124 millones de mexicanos.

Como dice, y dice estupendamente, Jesús Silva-Herzog Márquez, López Obrador se habituó a producir realidad con las palabras.

“En el decir estaba su acción (…) El país fue hablando el lenguaje del opositor. Su vocabulario se volvió en el vocabulario común. Nos hicimos de sus palabras, repetimos sus ocurrencias, empleamos el chicote de sus insultos, absorbimos el léxico de su epopeya. Ningún político ha tenido el éxito de López Obrador para colonizar nuestra expresión e insertarse en el seno de nuestra racionalidad”.

CUARTOSCURO

El catálogo es extenso, pero no por eso inocuo:

“El gobierno es un elefante reumático y mañoso que hay que empujar para que le sirva al pueblo”.

“No crean que tiene mucha ciencia gobernar”.

“Me canso ganso”.

“Yo tengo otros datos, yo sostengo que tengo otra información”.

“La patria es primero”.

“El soldado y el marino es pueblo uniformado”.

“Cuando se trate de un acto de corrupción, ni a mi familia voy a proteger, no tengo compromiso; al contrario”.

“La economía va muy bien, pero eso no les gusta a nuestros adversarios, los neoliberales”.

“Los representantes del conservadurismo faccioso y corrupto callaron como momias cuando al país lo saqueaban”.

“(Ante Donald Trump) Yo respeto, yo amor y paz, no quiero pleito, quiero el entendimiento”.

“Abrazos, no balazos”.

“La gente ya se dio cuenta que hay un gobierno diferente y si se portan bien los de arriba, se portan bien los de abajo”.

“Antes los medios (de comunicación), la prensa fifí, el hampa del periodismo callaba la corrupción, pero ahora sí hay libertad y ahora sí se denuncia”.

“Se hará este proyecto (refinería, aeropuerto, tren, etcétera) porque el pueblo así lo decidió en una consulta y el pueblo no se equivoca”.

“No voy a ocultarme, voy a dar la cara siempre, por difícil que sea”.

“No somos iguales (respecto a los gobiernos anteriores)”.

“Yo no digo mentiras y siempre hablo con la verdad; tengo tres principios: no mentir, no robar y no traicionar al pueblo”.

“La mejor política exterior es la política interior”.

“Porque por el bien de todos, primeros los pobres”.

“No tengo derecho a fallar”.

“Van a bajar los sueldos de los de arriba porque van a aumentar los sueldos de los de abajo”.

Palabras.

Promesas.

Reyertas.

Amenazas.

Repeticiones.

Advocaciones.

Exabruptos.

Y más y más y más promesas.

Ad infinitum.

Si hay alguna duda, revísese (o rebobínese en cámara lenta), por favor, el “informe” del Presidente a un año de su triunfo electoral.

El Primer Gesticulador de la Nación (Rodolfo Usigli dixit) tomó la plaza pública, el corazón de la nación, y más predecible que nunca, habló, habló y habló para describir un país que no es ni por desgracia será: un discurso si no idéntico, sí muy similar al que pronunció el día que tomó posesión.

“Hablamos pejeñol”, dice Silva-Herzog Márquez.

Y eso explica, en gran parte, el embrujo del caudillo, el embrujo del presidente de las frases hechas (y huecas) y los lugares comunes….

…Mientras México se cae a pedazos.