Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles

Si hoy nos paráramos en la esquina de la calle 48 y la sexta avenida, en Manhattan, lo que veríamos no dista mucho de una esquina neoyorquina: una explanada de concreto, algunos árboles, señores vestidos de traje con portafolios yendo muy a prisa, y, en las alturas, un par de rascacielos modernos, hechos, en su totalidad de cristal y concreto puro.

Absolutamente nada nos indicaría —ni una sola pista— que justo en donde hoy hacen pie esas cajas macizas de cristal, hace sesenta años, se erguía (en el número 112 de la calle 48) un edificio que alojó durante años una tienda de electrónicos; tampoco que en el cuarto piso, antes de que quedaran sepultados bajo la modernidad y el tiempo, hasta 1967, estuvieron los míticos estudios de grabación A&R.

            Fundados por Jack Arnold y Phil Ramone en 1958, los estudios A&R no tenían más propósito que ofrecer la mejor tecnología del momento a las compañías disqueras, artistas y productores que buscaban crear música en un ambiente state of the art. Los estudios se convirtieron pronto en el despacho de grandes productores (como Tom Dowd, Quincy Jones) y ahí se grabaron canciones del tamaño de las de Van Morrison y Count Basie.

Bajo la regencia de uno de sus dueños, Phil Ramone, quien además fungía como el ingeniero de sonido en jefe, los estudios A&R fueron ganando fama y pronto se hicieron de la mejor reputación en el negocio.

 

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Magníficamente, Charles L. Granata y el propio Phil Ramone recogen en el libro Making Records: The Scenes Behind The Music, que fue en marzo de 1963 cuando la suerte trajo a la puerta de los A&R al mítico productor del jazz, Creed Taylor (a quien debemos agradecerle por John Coltrane), quien venía buscando grabar un disco con Stan Getz y otros artistas a quienes él mismo había traído de Brasil, aprovechando la inercia que desde hace un par de años generaba ese nuevo estilo llamado Bossa Nova.

Esos músicos, recién desempacados en la Gran Manzana, eran los ídolos del momento en su país y con el tiempo llegarían a convertirse en la realeza de la música universal contemporánea: Antonio Carlos Jobim y  João Gilberto.

Ramone escribe que durante las grabaciones, que eventualmente se convertirían en el álbum Getz/Gilberto, en los estudios A&R reinaba un sentimiento indescriptible, gracias, obviamente a la presencia de un puñado de leyendas que estaban creando la música de toda una generación en un mínimo espacio entre cuatro paredes: Creed, Jobim, Getz, Gilberto.

Cuando llegó el momento de grabar The Girl From Ipanema, João sugirió a Creed y a Getz, que su esposa, una muchacha tímida que escuchaba con atención desde la cabina el proceso de las grabaciones, cantara la parte de la letra traducida al inglés.

Y así, en una decisión más rápida que un rasgueo, Astrud Gilberto tomó el micrófono y eternizó con voz dulcísima una de las canciones más famosas de la historia.

Si usted escucha ese álbum, el Getz/Gilberto, y quiere entender su grandeza, vea primero la portada expresionista (pintada por la portorriqueña Olga Albizu), luego sólo basta que ponga The Girl From Ipanema y siga el desenvolvimiento de los sucesos: primero, la guitarra suave y sincopada de João Gilberto, luego su murmullo. A continuación el piano tenue de Antonio Carlos Jobim, mas adelante el saxofón de Stan Getz. Finalmente la voz tiernísima de Astrud.

Esa grabación sería para Phil Ramone, el ingeniero encargado de ese álbum (editado por Verve) el paso para que se convirtiera en los años siguientes en uno de los productor de música pop más aclamados de la historia.

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El día de ayer murió João Gilberto a los 88 años; Phil Ramone murió en 2013, y es cierto, si vamos a esa esquina de Manhattan en donde una vez estuvieron los A&R, quizá no encontremos ni una pista que indique su existencia.

Lo bueno es que siempre tendremos el milagro de la grabación.

Seguiré contando.

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PS

Ayer vi en el antro a Ariana Extragrande