Bitácora

Por: Pascal Beltrán del Río 

“Amputación” llamó el expresidente José López Portillo a la salida –muy temprano en su sexenio, antes de cumplir el primer año de gobierno– de sus secretarios de Programación y Presupuesto y de Hacienda, Carlos Tello y Julio Rodolfo Moctezuma, resprctivamente. El primero había renunciado, “en un gesto de intransigencia”, y como “no podía admitir la renuncia de Carlos solo”, se la pidió también a Moctezuma, escribió López Portillo en Mis tiempos, sus memorias. 

“Causó el hecho el natural revuelo”, agregó. “Fue una decisión sumamente dolorosa (…) que no sólo lamenté, sino que alteró totalmente los planes tanto de (la) administración como el esquema de la misma sucesión presidencial”.

Quizá sea pronto para adivinar las consecuencias que tendrá, para el gobierno de López Obrador, la renuncia de su secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, apenas cumplidos los primeros siete meses del periodo. El presidente pareció tomarla con resignación, casi con estoicismo, en un video de seis minutos que subió a sus redes sociales poco después de que Urzúa hiciera pública su salida del gobierno en una carta abierta.

“Nosotros tenemos el compromiso de cambiar la política económica que se ha venido imponiendo desde hace 36 años. Como es una transformación, a veces no se entiende que no podemos seguir las mismas estrategias (…) hay, a veces la incomprensión o dudas o titubeos, incluso al interior del mismo gobierno, pero nosotros tenemos que actuar con decisión y con aplomo”.

El contenido de la carta de Urzúa, de apenas cuatro párrafos, se antoja como un punto de quiebre en el sexenio. El señalamiento de que “en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin suficiente sustento”, así como sobre “la imposición de funcionarios que no tienen conocimientos de la Hacienda Pública”, puso al tipo de cambio en un tobogán y pareció dar la razón a quienes han señalado que la economía mexicana carece de bases sólidas.

Más aun, la acusación de Urzúa de que habitan en el gobierno “personajes influyentes con un patente conflicto de interés”, dejó la impresión de que las decisiones de políticas públicas no obedecen a criterios objetivos fundados en la realidad económica, sino a prejuicios personales e ideológicos.

Desde antes del arranque del gobierno, los planes de López Obrador para redistribuir la riqueza mediante transferencias directas de recursos públicos han chocado con el cálculo del tamaño del presupuesto disponible.

A eso parece referirse Urzúa cuando dice en su carta que “toda política económica debe realizarse con base en evidencia, cuidando los diversos efectos que ésta pueda tener y libre de todo extremismo, sea éste de derecha o izquierda”.

Para reemplazar a Urzúa, López Obrador tenía un relevista natural, que llegó al gobierno como brazo derecho de aquél: el subsecretario Arturo Herrera Gutiérrez.

El hidalguense ha hecho carrera en la ortodoxia económica, formándose tanto en la Secretaría de Hacienda como en la Secretaría de Finanzas del entonces Distrito Federal –en tiempos en que López Obrador ocupó la Jefatura de Gobierno– como, recientemente, en el Banco Mundial.

No había mejor opción en el bullpen lopezobradorista. Es más, no había otra. El problema es que Herrera llega a la lomita de las responsabilidades financieras precedido de dos reconvenciones presidenciales.

Veremos si el par de desmentidos públicos de López Obrador a su nuevo secretario de Hacienda han mermado la confianza que éste había construido en el entorno internacional y si se mantendrá fiel a la rectitud macroeconómica o será avasallado por el influyentismo y la obsesión ideológica que aparentemente retiraron a su antecesor.