Diario de Viaje
Por: Pablo íñigo Argüelles / @piaa11

Usted llegará al lugar. Preferentemente una escuela de prestigio, cuyo lema incluya las palabras futuro y éxito; o  una casa de cultura cuya sede sea un viejo palacio colonial donde todavía retumban las voces de grandes pensadores y cronistas magníficos; o un simple saloncito con agua y café instantáneo y galletitas, luz gris, un pizarrón manchado, otrora cuarto de herramientas de la casa del amigo de un amigo dadivoso devenido en mecenas.

Donde sea, lo que importa es que usted se ha apuntado a un taller,  a un curso, lo importante es que usted estará dispuesto a llenar los espacios blancos en su penoso y flaco currículum vitae.

Después de un ágil análisis geográfico, usted optará por sentarse en la segunda fila, aunque inmediatamente después del desparrame se arrepentirá, pues sentarse muy adelante suele ser signo de debilidad y lambisconería para con el tallerista; sentarse muy atrás, signo de soberbia.         El lugar que usted ha escogido no suele ser ni como el primero ni como el segundo, sino algo totalmente peor, pero cambiarse a estas alturas de asiento, le hará parecer un completo imbécil.

El salón ya estará medio lleno a estas alturas, faltarán 5 minutos para que el tallerista haga aparición.

Usted esperará sentado, resginado por el lugar que eligió. Porque eso es lo que hace el hombre pequeño. El hombre pequeño tiene siempre expectativas y resignaciones. Siempre. Y usted, mi amigo, es la epítome del hombre pequeño.

Mirará a su alrededor. Analizará a los demás asistentes; identificará a un potencial enemigo, porque todos son enemigos en un lugar cerrado hasta que demuestren lo contrario, o mejor dicho, usted verá con quién puede unir fuerzas para que, en caso de requerirlo, hacer frente contra el pelmazo del salón.

Empezará por analizar las facciones de los presentes y sus acciones mínimas: morder la pluma, mandar un texto, mirar al techo.

Pero su análisis social será frustrado por la irrupción del tallerista en el salón, un escritor publicadísimo, conocidísimo, comentadísimo, que entra silenciosamente por la puerta como queriendo pasar desapercibido y se acerca a tomar agua al escritorio. Podría parecer un movimiento completamente normal pero aquello, usted lo sabe bien, no es más que una toma de postura que marcará el tono de los días que vienen.

El tallerista iniciará, palabras más, palabras menos, de está forma: buenos días a todos, mi nombre es *aquí va el nombre*, para los que no me conocen todavía.

Inmediatamente después de hacer dos o tres chascarrillos que romperán el hielo de los asistentes con risas falsas, comenzará el infierno de las presentaciones.

Deberá saber, querido amigo, que es en este punto en donde usted debe lucir y escoger cuidadosamente sus palabras, pues es la primera vez que el tallerista lo mirará directamente a los ojos y de esto dependerá el 80% de la impresión que tenga de usted (uno nunca sabe qué oportunidades puedan salir de dicha jugada).

No hablará usted primero. De hecho usted será el último en presentarse, pero le servirá para estar sumamente atento a la sarta de pretensiones que digan los demás.

Empezamos:

El primero en presentarse marcará línea, dirá que, —como pusimos de ejemplo que es un curso literario— es novelista, o mejor dicho: dirá que está escribiendo una novela, de la que lleva apenas unas cuantas páginas. El segundo en presentarse, ya con la barra un poco más arriba puesta por el anterior, dirá que es poeta; el tercero, guionista de cine, el cuarto, columnista y así sucesivamente.

Notará usted que conforme van pasando cada uno de los veinte asistentes al curso, las presentaciones van siendo cada vez más competitivas, al paso de que el último, el que va antes que usted, no le quedará otra opción que decir que es premio Nobel de Literatura.

Cuando le llegue su turno, usted tartamudeará como estúpido y terminará diciendo, por puros nervios, que usted es un tipo muy entusiasta y que espera con ansia aprovechar al máximo este curso, quedando completamente como un idiota.

Y eso, querido amigo, es tan solo el primer día: Ya se imaginará cómo estará lo que viene.

Seguiré contando.

 

*** 

PS 

Ya va siendo hora de dejar de llevar la playera de la selección a sus viajes por Europa.