Disiento
Por: Pedro Gutiérrez
La semana pasada se conmemoró un aniversario más del natalicio del gran constructor de la Puebla histórica que es patrimonio de la humanidad: Juan de Palafox y Mendoza. Nacido un 24 de junio de 1600 en Fitero, España, Palafox fue, en el contexto de su época, un personaje de avanzada; estudioso del derecho y la filosofía, se convirtió en un verdadero pensador político en la Corte de Monzón. Por mandato del monarca español, fue enviado a la Nueva España antes que como eclesiástico, como visitador general, como un funcionario enérgico, honesto; no solo un mero oidor de la corona, sino que, en palabras de Ernesto del Villar, un auténtico alter ego con más poderes que los que tenían los virreyes y capaz de imponer los designios de la monarquía.
Palafox llegó a Puebla un 22 de julio de 1640; a su arribo, destituyó al virrey Diego López de Pacheco Cabrera y Bobadilla y lo sometió a juicio de residencia, preclaro antecedente de lo que hoy conocemos como juicio político o de responsabilidad, en donde el imperium de la ley es primero, comenzando por las autoridades. Este y un par de procedimientos más los llevó a cabo en dos años y medio, dando cuenta con ello de la aplicación de la justicia expedita en procesos que entonces no duraban normalmente menos de seis años.
Convencido de que la reforma política debía iniciar por las cabezas, se dio a la tarea de escribir su magna obra, intitulada Historia Real Sagrada, escrito en el que pretendía mostrar a los gobernantes, a los reyes, la naturaleza y alcances de su poder, las finalidades de su actuar y los límites de sus atribuciones temporales. Decía Palafox que una vez reformada la cabeza, era posible reformar el reino. De su obra también destacan lecciones aún vigentes para la clase política actual: refería Palafox que no valen tanto los defectos personales que tenga el gobernante, como la política de favoritismos y excluyentismos que prohijen en su mandato. Palafox se erige, desde entonces, en un promotor incansable de la igualdad ante la ley, en donde ni siquiera la autoridad está por encima de la misma.
Fue aquí en Puebla, en la ciudad de los Ángeles, que Palafox hizo un llamado público a la cordura del gobernante, a la recta conducta del que ejerce el poder. Escribió el concitado libro dedicándolo al príncipe de Asturias, Baltazar Carlos. La obra, magnánima lección de pensamiento político de la época, fue signada por Palafox y Mendoza en 1642 durante su obispado en Puebla, viendo la luz gracias a la imprenta poblana de Francisco Robledo en 1643. Palafox insistió en que el gobernante debe saber llevar una estrecha comunión con sus gobernados, comunión que conlleva comprensión, entendimiento y concordia, nunca sometimiento. La comprensión racional entre gobernantes y gobernados garantiza el buen gobierno, la fortaleza y estabilidad de Estado. Destaca la cita siguiente: “(… )precisa virtud en los príncipes es oir al pueblo, pues es principio y origen de las virtudes, el oír la justificación de juzgar, oyendo primero para pronunciar después (…)”.
Y en cuanto a las cualidades del gobernante, Palafox refirió que “(…)el príncipe perfecto ha de ser en el pensar generoso, en el hablar templado, en el resolver prudente, grato al oír, recto al juzgar, largo al premiar, justo al castigar por manos de sus ministros, clemente al perdonar por la suya. En los consejos atento, pronto en las ejecuciones, en las felicidades igual y en las adversidades constante (…)”. Sabias palabras que en el contexto actual están más vigentes que nunca, de imprescindible enseñanza para la clase política de hoy.
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que, así como la Ciencia Política destaca al célebre pensador florentino Nicolás Maquiavelo para dar consejos a la familia Médici –en su obra El Príncipe– de cómo obtener y conservar el poder a cualquier costa y sin importar los medios que se hagan valer –es decir, la política ausente de valores y axiología–, Puebla fue testigo de honor en el siglo XVII de la otra cara de la moneda en el contexto del pensamiento político: Juan de Palafox escribió su obra para aconsejar a la casa reinante española acerca de cómo gobernar basados en principios éticos y morales, respetando la ley y la igualdad desde la cabeza misma.
Puebla no sería la misma sin el legado de Juan de Palafox: íconos como la Catedral, que es orgullo de todos nosotros, lo debemos al personaje de nuestra reflexión de esta semana. Pero sobre todo nos ha heredado el ejemplo de la probidad, el recto ejercicio del poder y la congruencia, valores poco practicados hoy en día.