Cuando a mediados del siglo XV, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón contrajeron matrimonio no se trató de una unión más. Fue una de las bodas políticas más trascendentales de todos los tiempos. España comenzó a tener sentido por primera vez. El Estado empezaba a tener forma a pesar de que las fronteras no desaparecieron hasta los prolegómenos de 1700. Con la idea de nación, España empezó a ser poderosa.
Decían que en tiempos de Carlos I, en el Imperio español jamás se ponía el sol. No fue, sin embargo, el Imperio tan rico y positivo como muchos pudieran pensar, pero dejó posos culturales que con los siglos se convirtieron en íconos. Me refiero al español.
Aquellos castellanos cuya lengua tenía la misma importancia que el catalán, el vascuence o el gallego, consiguieron llevarla a América y a Nápoles, y Flandes y también a la recóndita Filipinas. Y atravesó Alemania -Carlos I era Rey de España, pero lo era también de Alemania- y llegó casi hasta la lejana Cracovia.
Aquella lengua provinciana y rústica pasó a ser global y cosmogónica, hasta tal punto que llegamos a hablarla más de 700 millones de personas.
Nuestro idioma común es mucho más que una lengua más. El español se convirtió en una fantástica arma política. Hoy recorre cada esquina del planeta.
El español fagocita a sus primos hermanos inglés o el chino. Sobrepasa a idiomas tan eufónicos y bellos como el francés o el italiano. Todos ellos y muchos más se acercan al español en un abrevadero permanente de sus propias lenguas, en la danza de los idiomas que se mezclan y se entremezclan ayudándose a no morir.
Nuestro maravilloso idioma esconde más de 80 mil palabras, sobrevuela incesantes adjetivos y es preciso en acentuaciones y entonaciones múltiples.
El español ha dejado los poemas más hermosos, las aventuras de caballeros del siglo XIV y XV elevando a las gestas de los libros de caballerías. Las obras de Cervantes, el teatro del Siglo de Oro, Lope de Rueda, Lope de Vega, los versos místicos de San Juan o Santa Teresa… y más adelante la cultura sedimentada de la Ilustración con Gaspar Melchor de Jovellanos, el realismo de Galdós, el sentimiento de los Machado o la inefable riqueza del veintisiete con Miguel Hernández, Lorca o Max Aub, todo, todo llegó hasta la actualidad, dejando ríos de tinta a raudales creando lo que parecía increíble y haciéndolo en español; y fue entonces cuando se hizo un mar de mantos en español que abrigó a todo el planeta haciendo del mejor idioma del mundo, el español, el idioma que sólo sabe unir.