Una de las principales amenazas de los ecosistemas es la pérdida de cubierta vegetal debido a un proceso de cambio de uso de suelo para el desarrollo de actividades antrópicas.

Por: Jerónimo Chavarría Hernández

El suelo es un recurso natural y esencial para cubrir las necesidades de la población del mundo que se encuentra en rápido crecimiento. Se estima que la mayor parte de este recurso se encuentra en la selva tropical. Dentro de las regiones más ricas del mundo en cuestión de recursos naturales está América Latina (AL).

En estas regiones se encuentra 23% de tierras que son potencialmente cultivables de todo el mundo. Según estimaciones de la FAO, la conversión de los ecosistemas naturales a agro ecosistemas ronda 30% en AL.

Para el caso de México se tiene que 74% de su territorio está ocupado por bosques, selvas y vegetación natural, considerándolo uno de los países con mayores recursos forestales en el mundo.

Dichos ecosistemas tienen una gran importancia debido a la diversidad de especies forestales que contienen, además de los servicios ambientales que proporcionan como por ejemplo, estabilidad del suelo, captura de carbono, regulación del ciclo hidrológico y del clima.

Dentro de los ecosistemas que tienen mayor diversidad de especies forestales en el país, están los bosques de pino y encino, donde existen aproximadamente 50 especies de pino y que representan la mitad del total mundial. De forma similar encontramos 170 especies de encinos, que a nivel mundial representan el 50% del total.

En cuanto a los ecosistemas tropicales, existe dominancia de selvas húmedas y secas que cubren 25% del territorio nacional. El 11% lo ocupan las selvas húmedas, mientras que la selva baja caducifolia está presente en 14% aproximadamente.

Una de las principales amenazas de estos ecosistemas es la pérdida de cubierta vegetal debido a un proceso de cambio de uso de suelo para el desarrollo de actividades antrópicas que satisfagan sus necesidades.

En décadas recientes se ha acelerado el cambio de uso en todo el mundo. México, por ejemplo, ha modificado la mitad de su territorio debido a este proceso. A partir de la segunda mitad del siglo veinte este cambio ha sido constante y se ha incrementado tanto en extensión como en velocidad.

Durante los últimos 30 años se han realizado diversos estudios sobre los diferentes usos del suelo en México, aunque no existe un sistema de monitoreo de estos cambios, existen estudios que determinan las tasas de deforestación del país.

Challenger y Dirzo et al. (2009) afirman que la cobertura vegetal original del país se había reducido en 38% para 1976; y que para 1993 se redujo a un 54% y para el año 2002 disminuyó hasta alcanzar solo el 50% de su superficie original.

Algunos estudios reportan que entre los años 1976 y 2009, perdieron hasta 20% de la vegetación primaria. Con lo que respecta a las selvas, solo 41% de estas presenta vegetación primaria, siendo el tipo de vegetación que presenta mayor afectación. Las selvas secundarias ocupan casi el doble de superficie que las selvas primarias. Los matorrales primarios actuales corresponden a 55% de los originales. Sin embargo, en términos absolutos los matorrales han sido los más afectados.

Entre 1985 y 2002 hubo una pérdida significativa de la superficie de bosques, que posteriormente se presentó una tendencia a estabilizarse, aunque en algunas regiones continúan desapareciendo por cambios en el uso del suelo. La vegetación de zonas áridas y semiáridas ocupa 29% del país y es el ecosistema menos alterado. Las áreas agrícolas y los pastizales cultivados cubren alrededor de 24% de México.

Dentro de las principales causas de pérdida de vegetación, se encuentran la deforestación y los cambios de uso debido a factores antrópicos (tecnológicos, económicos, políticos y culturales.

El cambio en el uso del suelo es uno de los factores que agrava los problemas derivados del cambio climático global, ya que altera ciclos biogeoquímicos (agua y carbono entre otros). Además de ser una de las causas más importantes de pérdida de biodiversidad debido a la disminución de su hábitat, contribuye a las emisiones de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, CO2; óxido nitroso, N2O; metano, CH4), incrementa la erosión y la pérdida de la fertilidad del suelo. De forma indirecta favorece la desertificación.

Varios estudios concuerdan en que las tasas de pérdida de vegetación natural derivada de los cambios en el uso del suelo, no son constantes ni homogéneas por las condiciones espaciales de las características físicas, climáticas, políticas, sociales y culturales de los sistemas en donde se presenta este fenómeno.

Derivado de ello, es importante documentar y entender los procesos de cambio de uso del suelo, es decir, estudiar más profundamente las causas, consecuencias y las variaciones espaciales y temporales de los cambios de uso del suelo en el país, que permitan una mejor planeación con fines de conservación, restauración y manejo de los recursos vegetales y forestales.