Uno de los primeros registros sobre la protección a los desfavorecidos y a los migrantes se encuentra en la teología Sumeria; los pobres, los enfermos y los extranjeros son los más vulnerables.
Por: Octavio Dettmer García
Las múltiples manifestaciones de rechazo en México hacia cualquier tipo de ayuda a los migrantes, quienes huyen de sus respectivos países a consecuencia de condiciones desfavorables, se han acercado al borde de la intolerancia y la xenofobia.
En todas las épocas las personas más vulnerables, consecuencia de las injusticias sociales y la desigualdad económica han sido los pobres, los enfermos, los extranjeros y migrantes. Su condición, generadora de miedo, los estereotipa como peligrosos, diferentes y ajenos a aquellos que se apresuran en deshumanizarlos.
Los fenómenos migratorios siempre han existido, así también los procesos filantrópicos y de justicia social que van en busca de atenderlos. Uno de los primeros registros sobre la protección a los desfavorecidos y a los migrantes se encuentra en la teología Sumeria.
En el panteón sumerio la diosa Nanshe tiene las atribuciones de la justicia social. Protectora de los más débiles, curiosamente considerados como los huérfanos, los enfermos, las viudas y los viajeros. En sus templos se ofrecían de manera gratuita alimentos a los más necesitados y a los desplazados en situaciones de desastres naturales. Tenía el poder de concientizar socialmente a los ricos de los pobres, siendo el enlace entre la voluntad de los dioses y los actos de los hombres.
Esta visión teológica sumeria posteriormente permea en la cultura egipcia, griega y en la estructura de las principales religiones monoteístas, institucionalizándose en el cristianismo como “la diaconía” (servidor). La diaconía como estructura administrativa, tenía la función de estar al cuidado de los más pobres con acciones como la hospitalidad hacia los extranjeros y el hospital, encargado del cuidado de los enfermos. La palabra “hospital”, del latín hospes significa: “huésped”.
Durante la Edad Media, la cosmogonía cristiana moldea la tradición de la hospitalidad implementada por la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón, mejor conocidos como los Templarios. Junto a los Templarios coexistía la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, popularmente conocida como la Orden de los Caballeros Hospitalarios, encargados en tiempo de paz de proteger a los viajeros, peregrinos y desplazados.
Hoy en día la representación del concepto de hospitalidad ya no tiene vigencia en nuestra mente y cultura para atender los procesos migratorios y de desigualdad social. Hemos transferido el significado de un orden natural intrínseco, a conceptos de significancia en categorías extraordinarias como filantropía, altruismo y caridad.
La filantropía y la caridad son conceptos diferentes. La filantropía valora no sólo al ser, también a su cultura. El concepto filantrópico es integrado a un esquema cultural, los romanos lo llamaban “humanismo”, de donde se desarrolla como eje de universalización de los valores.
A diferencia de la caridad que defiende como postulado base del “teocentrismo”, la filantropía afirma el “antropocentrismo” que generó la era del Renacimiento. La filantropía busca mejorar las condiciones del prójimo y por ende de él mismo en su entorno, enfocado a la experiencia en el plano terrenal.
La caridad, por su parte, es la vía del amor al prójimo en la que se abre la oportunidad hacia la unión con uno mismo, con el prójimo y con alguna divinidad; buscando así, la experiencia en el terreno espiritual. La caridad no es simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación adversa, además de atender la inmediatez del estado precario de un individuo, debe acompañarlo con acciones que impacten en la reconstrucción del SER en su totalidad: individual, social y espiritual.
Nunca en la historia, se había deshumanizado la condición del ser como en los fenómenos de migración y refugiados. Los datos son alarmantes, en 2018 se registraron 50 millones de migrantes irregulares y 25 millones de refugiados en el mundo. Cada año pierden la vida seis mil migrantes aproximadamente.
Los procesos de migración como consecuencia de la inequidad siempre han existido y han sido abordados desde diferentes contextos y disciplinas. La migración en nuestro país nos ha permitido ver una realidad global que nos invita a reflexionar y actuar en consecuencia. Nos demanda saber quiénes somos y analizar la realidad global en la que nos encontramos inmersos, mayor grado de conciencia, empatía, pero sobre todo sabernos y reconocernos como iguales.
