Lo que prometía ser un festejo por la graduación de un alumno de secundaria se convirtió en tristeza y luto para dos familias que no imaginaron que resguardarse en una cocina les arrebataría la vida de siete seres queridos.

Por: Guadalupe Juárez

Sobre un pequeño cerro en la junta auxiliar al sur de la capital poblana, Santo Tomás Chautla, la familia Gutiérrez Navarro construyó su patrimonio desde hace 40 años.

Primero, fue sólo una vivienda, con paredes firmes, techos de concreto, encima de un terreno que le heredó su padre a Víctor Gutiérrez y a su esposa María Teresa Navarro.

El camino para llegar al que sería su hogar por décadas era intransitable por la altura, la hierba y los árboles que había. Pero con el paso de los años, así como su familia crecía, y se acostumbraban a vivir ahí, la zona se habitaba con más y más casas, entre ellas las de sus propios hijos que al ser adultos construyeron —al igual que sus padres— sus hogares en los cimientos del cerro.

Ricardo —uno de los hijos del matrimonio Gutiérrez Navarro—, vio en esos terrenos donde habitó toda la vida la forma de hacerse de un patrimonio. Y de un cuarto pequeño que les servía de habitación a él, a su esposa Eugenia Leyva y a sus dos hijos, tuvo una recámara adicional gracias a un programa de gobierno y, luego, decidió que también construiría una cocina.

El miércoles 10 de julio, las familias de Ricardo y su esposa celebraban la graduación de la secundaria de su hijo mayor Leonel, en esa casa de dos recámaras y una cocina que se vendría abajo, cuando el patio de sus padres se hizo pedazos por las lluvias y la sepultó junto a siete vidas de sus invitados.

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Es la mañana del jueves 11 de julio. En Santo Tomás Chautla los rayos del sol son tan intensos que es inevitable que quien recorra sus calles no busque un lugar con sombra para resguardarse del calor o usar un sombrero para evitar quemarse la piel.

Con un cielo azul despejado y sin nubes, pareciera que no hay rastro de la lluvia que cayó hace unas horas, pero las huellas de las tragedias son imposibles de borrar en tan poco tiempo.

La avenida principal, Emiliano Zapata, está llena de vehículos ajenos al lugar, entre unidades de Protección Civil y de la Policía Militar que traslada a integrantes de la Guardia Nacional, así como de personas con chalecos color vino y otros con los distintivos de Protección Civil municipal y estatal que recorren las calles y hablan con los habitantes del resto de las casas que no se derrumbaron.

También hay un grupo de reporteros, fotógrafos y camarógrafos que busca a quien les explique qué fue lo que pasó la noche de ese miércoles de lluvia, la lluvia que dejó fijo sólo un muro en pie de una cocina en el cerro, mientras en el lodo junto al río permanecen las láminas del techo que se vino abajo con el alud, los utensilios de cocina, las sillas, la estufa, los tinacos, las macetas, la olla de barro llena del guisado que comerían esa tarde, las botellas de cerveza, un zapato deportivo de un niño y hasta un perro muerto que arrastró la tierra.

Para acercarse a donde vivían los Gutiérrez Navarro hay que sortear una serie de obstáculos: el lodo que ya está seco, donde se hunden los pies, el río que corre abajo del cerro y las escaleras con un escalón más alto que otro combinados de diferentes materiales que te permiten subir hasta la casa de Víctor y María Teresa, que está llena de personal del Ayuntamiento y de otros curiosos.

María Teresa sostiene una hoja que le ha entregado Protección Civil Municipal, en la que le notifican que la casa donde ha vivido los últimos 40 años está en riesgo y que de llover, como ese miércoles, podría perder su patrimonio, y la vida.

Pero la advertencia no la inquieta, porque dice que ella pudo haber muerto en la fiesta de su nieto Leonel, pero fue la misma lluvia que arrebató vidas la que la salvó cuando prefirió resguardarse de ella en la iglesia y no ir a la comida que ofrecían por la graduación.

Cuando terminó de llover, mientras llegaba a su casa, la noticia de la tragedia recorría las calles y los cuerpos de los familiares de su nuera eran rescatados. El luto fue para la familia Leyva, porque los dos nietos de María Teresa, su hijo Ricardo y su esposa, habían sobrevivido.

“Sí fue un milagro de Dios que a mi familia no le pasara nada, todo le tocó a la familia de ella”, dice mientras observa lo que queda de su patio, la casa vacía de un perro que está en la orilla de la parte que se derrumbó, las gallinas que buscan entre el lodo, y el camino desdibujado que seguía antes para visitar a su hijo Ricardo.

La madre de Ricardo y su esposo Víctor ya le habían advertido a su hijo que no construyera encima de la ladera que rellenó para ampliar su casa. Pero cuando el gobierno estatal les construyó una recámara adicional sin complicaciones, a pesar de estar en un terreno en esas condiciones, el hombre de oficio albañil levantó cuatro paredes más y la techó con láminas para que sirviera como cocina.

La tarde de ese miércoles en la graduación, cuando el cielo se nubló y comenzó el aguacero que interrumpió el festejo en el patio, los invitados se resguardaron en la cocina y no en la otra recámara que sigue en pie.

“Yo les dije tantas veces está mal, no se metan, se va a venir el pinche cerro, un día los va a matar, y eso sucedió”, dice Víctor, quien todavía intenta limpiar del lodo las propiedades de su hijo que está en el hospital acompañando a su esposa, junto a cuatro personas más que resultaron lesionadas.

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El luto inunda la calle Melchor Ocampo que conecta con la avenida principal Emiliano Zapata, y desde donde se puede ver el cerro deslavado y los restos de una cocina enterrada por el lodo.

En una casa, cuya fachada revocada está sin pintar al igual que el hierro de puertas y ventanas, es posible observar un ataúd de madera en una de las habitaciones, con cirios largos y flores. El patio está cubierto de una lona y está lleno de sillas que ocupan los familiares de dos de las personas que fallecieron la noche del miércoles.

En una vivienda al lado, otro grupo de personas esperan en la calle el cuerpo de su ser querido, porque aunque eran familiares, este jueves en Santo Tomás Chautla, habrá diferentes velorios, y distintos duelos.

Las personas con los ojos rojos e hinchados se inmutan cuando ven alguna cámara de video o fotográfica, y ven con recelo si algún extraño se acerca, por lo que nadie se atreve a preguntarles más sobre lo sucedido.

Uno que otro habla en voz baja y recrimina que esas familias vivan en el cerro, otros se niegan a dejar sus casas y retan a Protección Civil cuando alguien les pregunta. Unos más, ajenos al lugar, reprueban con gestos cuando al entregar la advertencia de que viven en una zona peligrosa, les dicen que no irán a ningún lado porque es su única casa, su patrimonio.

Los pocos que se deciden a hablar sobre esa noche son los vecinos de la familia Gutiérrez Navarro, que cuentan por partes que eran cerca de las 8 de la noche cuando escucharon un estruendo, que cuando salieron de sus casas se dieron cuenta que había personas atrapadas bajo el lodo, que cuando quisieron ayudarlos todavía escuchaban la respiración de algunos que murieron en la espera de los cuerpos de emergencia, que ellos no pudieron salvarlos porque no sabían cómo liberar sus vías respiratorias, que cuando llegaron los rescatistas los golpearon por llegar tarde, que los rescatistas se justificaron por el tráfico.

Eran más de las 10 de la noche y la zona ya estaba acordonada, el director de Protección Civil Gustavo Ariza Salvatori recorría una y otra vez esa avenida principal con su equipo seguido de cámaras de televisión, a quienes les explicaba que la casa junto a otras estaban sobre un terreno irregular.

También confirmaba lo que admitieron los padres de Ricardo, que habían rellenado una ladera para ampliar su patio y que encima de ese terreno sin firmeza habían levantado una cocina, en la que se resguardaron sus invitados. Que fue el propio patio de la casa de sus papás el que cayó encima de los techos de lámina y que el derrumbe de esa estructura había provocado la muerte de siete, entre ellos tres niños y cuatro adultos, que esa había sido la tragedia de un miércoles lluvioso en Santo Tomás Chautla.