Mesa Cuadrada
Por Gabriel Reyes Cardoso 

A todos los partidos políticos PRI y PAN les concedieron privilegios y dineros.  Les dieron trato de cómplices, no de adversarios.

No se necesitaba medir sus resultados en las elecciones, lo que importaba es que participaran y aceptaran, pasara lo que pasara, algo les tocaba.

En una de las tantas reformas electorales, ese acuerdo de socios, se volvió ley y cínicamente se le denominó ¨prerrogativas¨, al dinero que, sin vergüenza alguna, se les daría de manera obligatoria. Los arreglos para repartirse puestos también se volvieron más francos y frecuentes.

Eso sucedió porque el régimen de partidos, de ese entonces, ya no daba para más y había que prolongar su existencia.

Las izquierdas, todas, en los últimos 50 años entraron en ese juego, que funcionó como el consorcio del poder público, una especie de sociedad cuyo fin colectivo era mantener al PRI o al PAN en el poder y aprovechar las dificultades que el PRI tenía para mantenerse en la presidencia de la República que comenzó por compartir los puestos públicos, representación popular y gobiernos estatales y municipales hasta llegar a una franca cohabitación política, donde todo pudo pasar y pasó.

Morena, actual versión de izquierda política, llegó a la presidencia nacional y ha decidido, con la enorme fuerza electoral que la hizo ganar, sustituir ese cansado e ineficiente consorcio del poder público por otro, en el cual los partidos políticos, la mayoría, compitan como adversarios y ya no como cómplices.

La victoria electoral de MORENA expuso la incapacidad de los tres últimos grandes socios, PRI, PAN y PRD, para seguir repartiendo el juego y los dineros del pueblo.

López Obrador les ha pedido austeridad y regresar al juego de ideas y programas, abandonando, el esquema actual que depende sólo del dinero. Debemos regresar a una democracia, eliminar la partidocracia y abandonar el ¨mercado electoral¨.

El primer paso, la petición de devolver dinero del pueblo, no creo será exitoso pero presagia decisiones firmes para disminuir las cantidades a repartir, aunque debería ser radical y eliminar darles dinero que el pueblo con muchos trabajos paga como impuestos y derechos.

El dinero debe ir al pueblo único soberano y financiador de todo…dar al César, lo que es del César.

Se deben revisar las reglas para que favorezcan la elección de ideas y proyectos y eliminen las ya tradicionales compras de votos que tanto éxito dio a los anteriores cómplices de la partidocracia.

Ya nada es imposible en nuestro sistema electoral mexicano.

Nada tampoco presagia la presencia a muy largo plazo del actual partido en el poder nacional.

Por eso todos, el grande, los medianos y los nuevos partidos chiquitos que nacerán en enero próximo, deben ir con nuevas reglas, consultadas con los electores y no volver a caer en los acuerdos entre partidos que resultaron en verdaderos arreglos de una mafia que acabó con la confianza, el único patrimonio electoral de nuestra sociedad política que, con razón, está enojada y se debate entre el odio y la venganza.