En Tepexco, advirtió que aunque fue una “reacción social” por la “debilidad institucional”, jamás debe volver a ocurrir.

Por: Álvaro Ramírez Velasco 

Tepexco, Pue.- Aquí, en los límites de Puebla con Morelos, hace más de ocho años que no le veían la cara a un gobernador y a los presidentes de la república solamente los conocen por fotografías y por la televisión.

Aquí no hay suficientes apoyos para la siembra de maíz y sorgo, que es la vocación de la tierra; los niños toman clases en aulas provisionales móviles que, desde hace dos años, colocaron luego de que los sismos de 2017 devastaron la primaria; las misas en este poblado, profundamente católico, se celebran en el auditorio municipal, pues de sus dos iglesias, la de San Agustín y la de Ocotlán, quedaron apenas ruinas.

Y en esta población, la delincuencia y la exacerbada violencia de bandas organizadas, que la atraviesan en su paso al territorio morelense, son un paisaje de la vida cotidiana.

Por eso luego de andar sus calles, la descripción que hace doña Josefina, quien charla con fluidez mientras atiende su puesto de tacos de guisado en la diminuta plaza principal, es contundente, pero resulta muy natural: “Somos un pueblo abandonado”.

Con lengua ágil y tono muy amable, muchos de los lugareños que esperan la llegada del gobernador Luis Miguel Barbosa Huerta cuentan de sus penurias con la criminalidad, de que no hay respaldo para la reconstrucción de casas y templos, y de varias carencias más.

Andan de aquí a allá mientras también los promotores de la Secretaría de Bienestar federal entregan este domingo los apoyos del programa 70 y más.

Las charlas son incluso alegres, a pesar de los datos y las quejas, hasta que se toca el tema de los linchamientos del pasado miércoles 7 de agosto.

Entonces, la sonrisa empática se les vuelve mueca. A lo más, cuentan que fue “atrás del panteón”, que quisieron secuestrar a un comunero rico, “porque es heredero”, lo que luego desató la cacería de los presuntos implicados.

Pero esa narración la acompañan de un “pues eso me dijeron”; “yo ese día no estaba”; “creo que no fue gente de aquí” y se remata con un “disculpe ya me voy, porque nomás estaba esperando mi apoyo”, o un “no sé mucho más”, como ataja quien fue alcalde de 1993 a 1996, Raúl Vidal Ramírez.

Nadie habla mucho de las siete muertes, de los colgados que primero aparecieron en la carretera federal Cuautla-Izúcar de Matamoros, en la comunidad de Los Reyes Teolco, del municipio de Cohuecan, y del infierno en que —en corto reconocen funcionarios locales— se convirtió esta cabecera ese día.

NUNCA MÁS

Aquí, en el epicentro de los siete linchamientos de esas aciagas mañana, tarde y noche, cuando la población hizo “justicia por propia mano” contra los presuntos responsables de un intento de secuestro, el gobernador Miguel Barbosa Huerta advirtió y también reconoció: “Esto no debe volver a pasar”, en ningún punto del estado, a pesar de que fue producto de una “reacción social”, por el “abandono institucional”.

Este domingo, como anunció que haría apenas ocurrieron los hechos, Barbosa Huerta estuvo en esta cabecera, como primer punto de una gira que también incluyó a Cohuecan, los dos lugares que se vieron involucrados en los linchamientos que dejaron el saldo luctuoso más numeroso para estos casos, tan recurrentes en la Puebla que hereda la administración barbosista, y que en lo que va del año suman 18.

Tras una reunión breve en las oficinas de la alcaldía, Barbosa encabezó un acto para ofrecer el apoyo de su administración y el compromiso de que habrá atención permanente y directa a la población, así como fortalecimiento y respaldo a las autoridades.

NI ODIO NI MIEDO

Antes, de entre los oradores, llamó la atención del mandatario una frase del discurso de la presidenta de Tepexco, Aniceta Peña Aguilar, quien deslindó del “odio y del miedo” a este municipio, en el que viven unos seis mil 500 habitantes, quienes principalmente se dedican a la agricultura y que en muchos casos han decidido andar sus pasos hacia Estados Unidos, desde hace generaciones.

Al referirse a los hechos de sangre, que configuraron “un antes y un después” para esta municipalidad y en la región completa, que se extiende con una punta en el Valle de Atlixco y otra en la puerta de la Mixteca, la alcaldesa de filiación priista soltó:

“Les digo que Tepexco no va a vivir con miedo, pero menos con odio, y la única forma de lograrlo es uniéndonos, por los hechos registrados desde antaño y los últimos que enfrentamos esta semana”.

No se equivoca Aniceta, pues los secuestros han sido recurrentes en la cabecera y sus cinco juntas auxiliares, de las que San Juan Calmeca concentra la mayor población.

Uno más de los oradores en la “reunión de trabajo para la preservación del Estado de Derecho”, el ex alcalde Ubaldo Benítez, fue él mismo víctima de un secuestro hace años, y apenas el 24 de enero de 2017, el también ex primer edil, Antolín Vita, fue ejecutado.

SÓLO DIOS QUITA LA VIDA

Acompañado por sus secretarios de Seguridad, Educación, Cultura, su secretaria de Desarrollo Rural, además del encargado de la Fiscalía General del Estado (FGE), Miguel Barbosa Huerta tuvo en su alocución un tono que fue de la advertencia, a la cercana compresión.

Reconoció ante los habitantes reunidos en la cancha municipal el hartazgo de la población por la “violencia generalizada”, y como añadido al discurso que había pronunciado el párroco local, Leónidas Pintor Andrade, el mandatario poblano advirtió que ni siquiera el Estado tiene la facultad de quitar la vida, esa que da y recoge solamente Dios.

“Sabemos que lo que pasó, que puede ser calificado, de muchas maneras, desde el punto de vista legal, desde el punto de vista moral, aquí el padre no se atrevió a decir, a hablar del Derecho Natural, y que la vida, desde el Derecho Natural es un don que Dios otorga y que sólo Dios quita.

“Ni el Estado, en el sistema jurídico mexicano, tiene la regulación de la pena de muerte… Hay en la Constitución una previsión que no tiene una regulación en leyes secundarias”.

Sin embargo llegó asimismo la claridad sobre el caso. El gobernador recordó que, al protestar el cargo, prometió cumplir con las leyes y hacer valer el marco institucional, si es que se quebranta.

Apuntó: “No seré nunca el instrumento de ninguna infamia, desde los instrumentos del Estado, nunca. Pero tampoco seré alguien que permita los excesos. Créanme no puede repetirse en ningún lugar de Puebla, hechos como los que ocurrieron acá en Tepexco y Cohuecan”.

COHUECAN Y EL ESTADO DE DERECHO

Luego, en este día de gira en que el mandatario poblano se metió al epicentro de los linchamientos que llamaron la atención incluso internacionalmente, en Cohuecan reiteró el llamado al respeto a las autoridades y la oferta de que habrá presencia institucional que subsane el abandono que dejó el régimen pasado.

En esta cabecera, que solamente vio la inquietud de “la gente que bajaba de otros pueblos” a la junta auxiliar de Los Reyes Teolco y después a Tepexco, también hay carencias manifiestas.

El camino que la comunica con la Autopista Siglo XXI es de terracería; no hay apoyo a los artesanos, ni a los agricultores y sus templos católicos, de San Bartolomé y Padre Jesús, están prácticamente por caerse desde septiembre de 2017, cuando los terremotos cimbraron con una agresiva sacudida esta región.

El tema duele en esta población de alta devoción, que hoy celebra sus homilías en la pequeña capilla de Los Tres Reyes, y que el próximo 24 de agosto volverá a ver un año más la celebración de su patrono, San Bartolomé, con su principal iglesia cerrada y agrietada.

Aquí, Barbosa pidió a esta gente, que se reunió en la plaza principal con interés, pues tampoco veía a un gobernador desde hace más de un lustro, que tenga “fe en el derecho, la paz y la libertad”.