Bitácora

Por: Pascal Beltrán del Río 

 

A nadie debiera sorprender que los programas de combate a la miseria en México hayan tenido resultados tan pobres.

En una década, el porcentaje de mexicanos en situación de pobreza se redujo sólo de 44.4% a 41.9% –apenas 0.24 puntos por año, en promedio–, según dio a conocer ayer el Coneval. Casi nada.

Digo que no debiera sorprender porque durante el lapso 2008-2018 se aplicó la misma fórmula que funcionó durante los 30 años anteriores: lanzar a los pobres un salvavidas hecho de transferencias de dinero público.

Desde que el presidente José López Portillo creó la Coordinación General del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados, en enero de 1977, y el Sistema Alimentario Mexicano, en marzo de 1980, la solución contemplada para la pobreza ha girado siempre en torno de los subsidios.

El presidente Carlos Salinas de Gortari creó el Pronasol, que fue sustituido por Progresa en el sexenio de Ernesto Zedillo y luego transformado en Oportunidades, que funcionó durante los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, después rebautizado como Prospera, en el sexenio de Enrique Peña Nieto. Todos fueron más de lo mismo, con una mayor dotación de dinero como única diferencia sustancial.

Es verdad que en ese camino se dieron esfuerzos serios para analizar el fenómeno de las carencias sociales y aplicar los resultados de esos estudios a las políticas públicas, así como para evaluar el desempeño de éstas. Pero la administración pública se debe medir por resultados, no por intenciones.

¿Cuáles son esos resultados? Pues entre 2008 y 2018 se dotó de más de 800 mil millones de pesos al programa estrella de lucha contra la miseria –Oportunidades y su sucesor, Prospera– y poco cambió: una variación que no llega a los tres puntos en el porcentaje de mexicanos en pobreza. Y aun así, no sabemos si ese leve cambio se debe a ese gasto.

Pero además hay que considerar que el subsidio no se limitaba a Oportunidades y Prospera. De acuerdo con el propio Coneval, en julio de 2018 –es decir, antes de que tomara posesión el actual gobierno– había 136 programas sociales federales para combatir las carencias sociales, de los cuales sólo 14 habían tenido “resultados óptimos”. Así que a esos 800 mmdp habría que sumarle el gasto en otros programas del gobierno.

Durante el gobierno del presidente Calderón, pedí a uno de los titulares de la entonces Sedesol –hoy Secretaría del Bienestar– que me diera ejemplos de mexicanos que hubiesen salido de la pobreza gracias a los programas sociales.

No me pudo dar uno solo.

En el periódico hicimos un trabajo de investigación que nos llevó a descubrir que muchos de los beneficiarios del programa Oportunidades tenían abuelos que habían estado en el Pronasol salinista. Es decir, un círculo vicioso de pobreza.

Es fácil concluir que las transferencias no sacan a nadie de pobre. En algunos informes de Coneval se encuentran cambios marginales en talla baja y años de escolaridad de los beneficiarios, pero no una transformación radical de su realidad.

Así que, si el gobierno del presidente López Obrador quiere irse por el mismo camino de las transferencias –incluso agregando recursos públicos–, se augura el mismo fracaso.

Hay otras maneras de sacar a las personas de la pobreza, como han demostrado distintas naciones e incluso algunos estados del país, en los que se ha seguido una política de creación de empleos.

Valdría la pena intentar algo diferente. A menos, claro, que se trate de mantenerlos pobres para poderlos manipular mejor.