Bitácora

Por: Pascal Beltrán del Río 

 

Apenas unas semanas después de que el mundo revivió, mediante una serie de televisión, los acontecimientos en torno del accidente de la planta nucleoeléctrica de Chernóbil, una nueva explosión de materiales radiactivos ha vuelto a poner los reflectores sobre Rusia.

Ayer, autoridades rusas recomendaron a los residentes de Nyonoska —un puerto del océano Ártico, en el noroeste del país— que abandonen la población mientras se llevan a cabo labores de mitigación de la radiación, luego de un accidente con el motor de un misil ocurrido la semana pasada, informó la agencia de noticias Interfax.

Igual que sucedió con Chernóbil hace 33 años, el gobierno ruso guardó silencio sobre los hechos del jueves pasado. Pero en esta era de comunicaciones instantáneas vía internet, el encubrimiento duró apenas dos días. El sábado, Moscú reconoció la muerte de al menos 7 personas “como consecuencia de la explosión de un motor experimental de combustible líquido”.

Rosatom, acrónimo de la Corporación Estatal de Energía Atómica de Rusia, detalló que se probaba un misil en una plataforma marina frente a las costas de la base militar de Severodvinsk.

De acuerdo con la empresa, sus especialistas estaban realizando investigaciones sobre la propulsión de misiles con radioisótopos. “Una vez terminadas las pruebas, el propulsor se incendió y posteriormente explotó, causando una onda de choque que arrojó a varios de ellos al mar”, se agregó en el comunicado.

La explosión provocó que la radiación en Severodvinsk –una ciudad de 190 mil habitantes, situada a 30 kilómetros– oscilara temporalmente entre cuatro y 16 veces los valores del día previo al accidente, tres veces por encima del nivel máximo permisible. Esto llevó a la defensa civil a recomendar a la población consumir tabletas de yodo, utilizado para contrarrestar los efectos de la radiación, mismas que se agotaron rápidamente en las farmacias locales.

Las escasas y vagas explicaciones de las autoridades rusas sobre el incidente del jueves han llevado a los expertos a concluir que se estaba ensayando con un misil de propulsión nuclear, algo que Estados Unidos probó en los años 60 sin éxito. El proyecto, denominado Plutón, se abandonó en aquel tiempo por considerársele demasiado peligroso.

Un misil de propulsión nuclear teóricamente volaría por un tiempo ilimitado hasta alcanzar su blanco. Para algunos expertos estadunidenses, la prueba fallida en el Ártico podría ser un intento de dar vida a una nueva súper arma anunciada en marzo de 2018 por el presidente ruso Vladimir Putin: el Buresvéstnik, palabra rusa que significa petrel, un ave popularizada por un poema de Máximo Gorki. Sin embargo, esto fue desmentido por medios rusos, que incluso se mofaron del presidente Donald Trump –que hizo suya la versión en un tuit– por no saber distinguir entre diversas fuentes de energía nuclear.

Lo cierto es que la explosión del jueves, ocurrida en una instalación militar, sucede en un momento inquietante, mismo que ya he comentado en este espacio: a principios de este mes, EU y Rusia abandonaron un acuerdo suscrito por los presidentes Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, en 1987, que prohibía el desarrollo de armas nucleares de alcance intermedio, conocido como Tratado INF, y en febrero de 2021 prescribirá el acuerdo que limita el número de armas de largo alcance, el START.

El desdén de Washington y Moscú por estos instrumentos de contención ha dado lugar a la interpretación de que las partes están dispuestas a entrar en una nueva carrera armamentista. Durante la Guerra Fría, no fueron raros los accidentes en el desarrollo de armamento de destrucción masiva, como los ocurridos a la industria militar soviética en Mayak, en septiembre de 1957,y Sverdlovsk, en abril de 1979.

La explosión de la semana pasada en Nyonoska es un recordatorio de los peligros que entrañan estas armas, incluso cuando no se apuntan al enemigo.