Bitácora
Por: Pascal Beltrán

Desde sus orígenes, la izquierda mexicana ha tenido una proclividad por los pleitos internos.

En el principio eran los estalinistas y los trotskistas. Luego, cada una de esas facciones del socialismo mexicano se subdividieron hasta crear una constelación de corrientes y membretes que navegaban en el mar del sectarismo.

Cuando la izquierda pudo emerger de los efectos de las represiones de 1968 y 1971 y de la dolorosa aventura de la insurrección armada, comenzó un proceso lento de reunificación, que llevó, en 1981, a la creación del PSUM; luego, en 1987, del PMS, y finalmente, en 1989, del Partido de la Revolución Democrática.

A mediados de la década de los 90, la izquierda vivía su mejor momento del siglo que vio nacer al Partido Comunista Mexicano (un hecho del que se cumplirán cien años en noviembre próximo). El PRD, al que se habían sumado los priistas que abandonaron su partido en 1987, ganó gubernaturas, capitales estatales y una importante representación en el Congreso de la Unión en cosa de unos cuantos años.

Sin embargo, por dentro había comenzado un nuevo proceso de atomización. Los perredistas se dividieron en tribus, las cuales, a diferencia del pasado, no tenían una clasificación estrictamente ideológica, sino se guiaban por la ambición alimentada por los triunfos electorales.

Por encima de las corrientes flotaba el liderazgo moral de Cuauhtémoc Cárdenas, quien no pudo meter en cintura a los aguerridos grupos internos. Tampoco lo consiguió su sucesor, Andrés Manuel López Obrador, quien decidió irse con sus cosas a otro lado y formar su propio partido, Morena, luego de dos campañas presidenciales fracasadas.

Aunque no fue la única división que sufrió el PRD, la que dio origen a Morena fue sin duda la definitiva. Desde la salida de AMLO y sus seguidores, el perredismo ha conocido una sangría sin fin.

Con la obtención del registro como partido político, pero, sobre todo, a raíz del triunfo de López Obrador en su tercera campaña presidencial, Morena parecía destinado a ser el paraíso que la izquierda venía persiguiendo a lo largo de un siglo.

Hay quien niega que Morena sea de izquierda, pero si no nos podemos exquisitos en las definiciones, el movimiento fundado por López Obrador tenía todo para ser la línea de meta de un largo peregrinar, en el que todos los fantasmas quedarían conjurados. Eso, hasta que reapareció el espectro del sectarismo, un mal aparentemente inevitable en la historia de los partidos que tienen como ancestro común al PCM y que se ha materializado en forma de purgas y divisiones desde que surgió la izquierda en el escenario político.

El sectarismo se hizo ayer presente en el Senado de la República, entre las facciones que representan Ricardo Monreal, por un lado, y Martí Batres, por el otro. El segundo acusó al primero de terribles pecados, señalamientos que los morenistas reservaban hasta hace poco para los adversarios: presiones, amenazas, chantajes, cañonazos y divisionismo.

 BUSCAPIÉS

Las del mes entrante serán las primeras Fiestas Patrias desde 1997 en que el Presidente de la República y la máxima autoridad de la Ciudad de México provienen del mismo partido. Hace 22 años, el presidente era Ernesto Zedillo y el jefe del Departamento del Distrito Federal era Óscar Espinosa, el último en usar ese título. Ayer, comenzaron a colocar los adornos en el Zócalo correspondientes al Mes de la Patria, cuyo momento culminante será la ceremonia del Grito. La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, no goza de un buen momento político, pero, pese a ello, no sería raro que fuese invitada de honor en Palacio Nacional la noche del 15 de septiembre. Cada vez que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha tenido un acto público en la capital, ahí ha estado ella en primera fila.