Diario de Viaje
Por Pablo Íñigo Argüelles 

Justo cuando creía conocer todas las formas con las que se nombra un “tlacoyo”, me voy encontrando con que un cafecito del centro ofrece en su carta unas cosas llamadas Tlalcoyos, que son, como bien lo ha sospechado el sagaz lector, tortillas de maíz gruesas en la forma geométrica de su preferencia, rellenas de alguna legumbre y bañadas en salsa y crema con cebolla al gusto: lo mismo que un tlacoyo, vamos, pero con una l entrometida.

¡Ya basta!, por Dios, ¡decídanse!

No podemos seguir así, corrigiendo a diestra y siniestra a la gente con la que departimos, diciéndole, no es tlacoyo, es clacloyo, etc.

En este país, ya me voy dando cuenta, las más acaloradas discusiones giran en torno a un pedazo de masa de maíz, en cualquiera de sus presentaciones (véase la eterna pugna de las quesadillas).

¡Cómo nos encanta fingir que en realidad nos importan otros temas “de mayor envergadura”!, ¡caray!

Al demonio la agenda—y las instituciones—, si a este país le importa salvarse en verdad, llamo, en voz de urgencia, a realizar el Foro Nacional por la Denominación Definitiva (FONADDE, de nada por el nombre), en el que participarían académicos de las más prestigiosas instituciones, públicas y privadas, cocineras, cocineros, pinches, mi tía, ancianos de la comunidad indígena, merolicos, miembros de la sociedad civil, periodistas-chefs y el diputado de sus confianzas (este lugar podría quedar vacío); la voz de todos ellos, al unísono, determinará la denominación definitiva de uno de los misterios más pugnaces del idioma: el tlacoyo. ¿O cómo demonios se dice?, ¿tlacoyo?, ¿tlayoyo?, ¿clacloyo?, ¿tlalcoyo?, ¿clalcoyo?…no sé.

Claro que, recurriendo a referencias inmediatas, es muy probable que primero se organicen unos foros para ver si se organizan unos foros para que en ellos se discuta si finalmente, la divina austeridad, nos permite realizar finalmente los foros en cuestión.

Ya ve usted, que cuando no es el presupuesto es la mano alzada, y cuando no son los datos es la percepción. De cualquier forma y con optimismo engrandecido, anticipo que para 2050, cuando Cholula tenga playa, estaremos celebrando las primeras y solemnes sesiones, en algún recinto ferial o auditorio, libre, por cierto, de cualquier logotipo non sancto.

             Incluso, y esto ya es una mera cavilación de almohada, podríamos diversificar las discusiones, aderezar el ambiente, trayendo expresamente a nuestros hermanos colombianos con sus arepas, a los salvadoreños y sus pupusas, a los argentinos con sus empanadas y, por qué no, a los hidalguenses y sus pastes, para llegar así a un consenso más completo, más americano, más, si usted me lo permite, bolivariano.

(En la escena anterior, sobra decir, he apuntado que los representantes de las citadas naciones hermanas, portarán el ya tradicional sombrero de charro a su llegada al aeropuerto).

No sé si para el año en el que preveo se lleve a cabo dicho foro exista el Canal Once, pero —y siendo mesuradamente ambiciosos— podríamos vender la exclusiva del coloquio y de esta forma, un puñado de intelectuales del momento nos entregarán atinados comentarios de relleno como bien lo hace cualquier tercer locutor en algún partido soporífero de beisbol, mientras representantes de amplios sectores de la sociedad discuten acaloradamente si “tlacoyo” lleva o no l  intermedia, o si se escribe con C al principio y otras inútiles complicaciones.

Admirar el menú de un restaurante puede llegar a ser una fuente inagotable de inspiración social y revolucionaria. Pero de lo que más estoy seguro, es que sueño verdaderamente con un México en el que podamos referirnos a aquella tortilla gruesa de figura indefinida, rellena de legumbres indistintas y bañada en salsa y crema con cebolla al gusto, de la manera en la que se nos dé la regalada gana.

 

Pero primero hay que hacer un foro.

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PS

Adolescente celebrando sus 15 años en Kampai. Yo sigo haciendo mis fiestas en Juliu’s Pizza.