Diario de Viaje
Por Pablo Íñigo Argüelles 

Yo no me he ganado nada nunca. Y si puse tantos negativos en esa frase, fue a propósito.

No, nada y nunca.

Hace unos días le decía a M. que mi mayor logro, el más grande de mi vida, fue conocer a José José y haber sido consciente de ello.

Ocurrió de la siguiente forma:

Cuando era niño quería ser productor de televisión, aunque no estuviera muy seguro de lo que aquello significaba. Quizá fue culpa de Enrique Segoviano, y de la frase, tatuada hasta el cansancio, con la que cerraban cada capítulo del Chavo del 8, “Productor: Enrique Segoviano”; luego, cuando por alguna razón que sólo puedo adjudicar a la ñoñez, me obsesioné con 100 Mexicanos Dijeron, aquella franquicia de concursos conducida por Marco Antonio Regil, y supe que Enrique Segoviano también lo producía, confirmé mis ambiciones.

Fue por esos días que me colé a un viaje universitario que los maestros de mi hermano habían organizado para conocer Televisa San Ángel, deber e interés de cualquier estudiante de comunicación de la década de los dos mil.

Mi hermano sabía perfectamente mis obsesiones, y con la aprobación de su universidad, ahí estaba yo, el hermano chiquito de un estudiante, yendo a cumplir su sueño de ver cómo demonios se hacía la tele.

Mi hermano, como sabrán, es un hermano mayor adorable.

Entramos a varios foros donde se hacían los programas estrella, pero sin duda, el culmen fue cuando entramos a ver cómo grababan una escena de la telenovela de moda: La Fea más Bella.

Nos pidieron silencio, pues entramos al foro en plena acción. Todo a nuestro al rededor estaba oscuro, y al frente, delante de tres cámaras enormes, en un set iluminado que asemejaba el interior de una casa poblana, Angélica Vale caracterizada de “fea”, discutía al punto del llanto con su madre en escena, quien en la vida real también lo era: Angélica María.

Cuando la escena terminó, un “¡corte!” rompió la paz inducida y la tensión se rompió en el equipo de producción: los maquillistas entraron al retoque y los gaffers a lo suyo.

El grupo con el que iba se congregaba respetuoso y en silencio en medio de la oscuridad, cuando de pronto, una voz eléctrica, que asemejó a un rugido rasposo, dijo detrás de nosotros: Bienvenidos a nuestra casa, muchachos. 

            Todos nos sobresaltamos, pues en la oscuridad cualquier voz es misterio. Cuando supimos de dónde venían esas palabras, y nuestros ojos se acostumbraron a la luz, ahí estaba José José, amable, sonriente, haciéndole plática a unos estudiantes universitarios.

Cuando bajó la mirada hacia mí y notó que yo no cuadraba con la escena, sólo me dijo: ¿y usted?, ¿no está muy niño como para andar en la universidad?.

Ese, querido lector, ha sido el logro más grande de mi vida.

 

***

 

El miércoles pasado me llegó un correo, uno que esperaba y no esperaba. Uno que moría por recibir y no tanto. En él se me informaba que había ganado el primer lugar de la sexta edición del Premio Endira de Cuento Corto.

Bloqueé la pantalla del teléfono y lo dejé a un lado. Lo volví a prender para ver si era cierto. Y sí, al parecer lo era.

Le llamé a M y sólo pude musitar dos o tres palabras.

Una bocanada de aire fresco, pensé luego. Eso sentía en ese momento, más que felicidad, más que emoción, sentía que todo mi cuerpo acababa de dar una bocanada de aire fresco.

En el malecón de Veracruz suele haber niños que piden que se les aviente una moneda al agua. Si la rescatan, es suya.

Esa es la ley no escrita.

Escribir se parece mucho a lo que hacen esos niños.  Uno mismo se lanza una moneda al mar y se avienta inmediatamente a buscarla.

Remueve el agua, agita las extremidades.

Si acaso habrá, en la seguridad de la orilla, un puñado de personas alentándonos.

Pero la búsqueda es incierta. El agua es turbia, el níquel pierde brillo conforme se sumerge.

A veces, cuando uno está a punto de rendirse, regresa a la superficie y toma un respiro, una bocanada de aire fresco, y vuelve, siempre vuelve.

Escribir es eso: echar una moneda al agua y no saber nunca si la vamos a encontrar.

Muchas gracias a la Editorial Endira y a Karenina Saro por su generosidad y aliento a escritores de todas las edades; comparto, estoy seguro, este agradecimiento con los 19 finalistas y con los otros 1,079 participantes de este concurso.

Mi cuento, “Vampiro” —que no, señor, no trata de vampiros— dará título a una antología que será presentada el 1 de diciembre de este año en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Ahí nos vemos.

Muchas gracias a todos los que me han dado sus muestras de cariño y felicitaciones, pero sobre todo y más que todo, a M., quien ha estado desde siempre en la orilla, viéndome remover el agua en esta búsqueda aparentemente inútil, diciéndome, cuando he salido a respirar: anda, regresa y busca, que no has terminado.

Gracias, siempre.

           

***

PS

 

Ver Friends en español es como comer gorditas en el Taco Bell.