Disiento
Por: Pedro Gutiérrez / @pedropanista

Se habla mucho de la mentada Cuarta Transformación, que implica el dogma lopezobradorista de autodesignarse como un movimiento paradigmático de esos que ocurren casi cada 100 años. En efecto, la Independencia, la Reforma, la Revolución y ahora el advenimiento del gobierno de AMLO son, en el actual discurso oficial, las cuatro transformaciones que ha vivido nuestro México. Analizaremos hoy, en esta primera entrega de desmentidos de dichas transformaciones, el mito de la Revolución. Se dice que la cuna de la Revolución Mexicana fue Puebla; sin embargo, he ahí la primera mentira al respecto: en realidad, el origen del movimiento fue Chihuahua. Los grandes héroes poblanos, la familia Serdán, merecen un segundo lugar en la historia después de Toribio Ortega y la lucha que inició en Cuchillo Parado el 13 de noviembre del mismo año de 1910.

La Revolución ha sido una verdadera entelequia nacional, algo así como el ombligo —que no sirve para nada en el cuerpo humano—, desde que la enaltecieron los regímenes autoritarios del siglo pasado y ahora el de López Obrador. Un movimiento armado que duró al menos siete años y que, más que revolución, fue una verdadera guerra fratricida llena de contradicciones y falsedades que, si al menos hubieran acabado felizmente con una mejor nación e instituciones fuertes y democráticas, hubiera sido legítima. Pero como la consecuencia fue un régimen que generó más pobres que los que había en el Porfiriato, claramente podemos afirmar que la Revolución es, cuando menos, ilegítima.

La lucha armada la inicia Madero con un apotegma valioso pero no novedoso: sufragio efectivo, no reelección. Lema ya usado por el propio Porfirio Díaz en el Plan de Tuxtepec, resultó ser sólo una bandera política porque al final la Constitución de 1917 no consignó en la letra el concitado principio, ya que permitió que los legisladores se reeligieran hasta que en 1933 finalmente se proscribió legalmente esta posibilidad. Por cierto, la Constitución revolucionaria no fue más que la edición corregida y aumentada de la Ley Fundamental de 1857, con notorias inserciones en sólo dos rubros: el aspecto social y el aspecto político, al blindar los constituyentes carrancistas la figura del Ejecutivo en la propia Constitución sabedores de que el mismo Carranza ocuparía esa cartera inmediatamente después de promulgada aquella.

Otra contradicción: Carranza inicia su movimiento con la bandera del constitucionalismo, ya que su propio ejército se denominada Ejército Constitucionalista y pugnaba en un principio por el restablecimiento del orden jurídico fundamental de 1857. Cuando las circunstancias cambiaron para Carranza, el Plan de Guadalupe que él había promulgado fue cambiado para permitir el paso a una nueva Constitución, misma que redactarían diputados constituyentes afines a su programa político.

Zapata es uno de los líderes revolucionarios más aplaudidos por la historia oficial de corte indigenista. Sin embargo, a muchos escapa que el loable ideario zapatista tiene sus antecedentes en el programa social de la Iglesia católica desde la encíclica Rerum Novarum. Hoy, los nacionalistas más furibundos y uno que otro izquierdista trasnochado ignora u olvida la circunstancia de la inspiración religiosa de Zapata, quien por si fuera poco pirateó el lema Tierra y Libertad de Ricardo Flores Magón y mucho antes de agraristas vinculados al catolicismo.

El país que teníamos con don Porfirio Díaz no es muy distinto al que hoy tenemos y más aún, claramente ha retrocedido. La diversificación financiera que sostuvo Díaz con inversionistas asiáticos, europeos y americanos desapareció después de la Revolución y dio pie a una nación dependiente ciento por ciento de una sola economía: la estadounidense. Y en el marco de los gobiernos posrevolucionarios nunca alcanzamos los estándares de igualdad social pregonados por la lucha armada, y mucho menos vimos en la realidad la cuestión democrática electoral sino hasta finales de la vigésima centuria. No vale la pena abordar a detalle la penosa realidad de los gobiernos emanados de la revolución, pero basta con referir a uno de los más lamentables y oprobiosos: el de Lázaro Cárdenas. El general Cárdenas —otro héroe nefasto de la 4T— destazó al país con base a la figura ejidal que de poco o nada ha servido al campesino mexicano; socializó la educación pública y fue el puntal de una de las más grandes falacias del discurso político contemporáneo: la nacionalización de la industria petrolera, con todo y el sambenito de que el petróleo y Pemex es de todos los mexicanos, pero es diáfano que ningún ciudadano de este país ha visto jamás reflejado para bien ni ha servido para nada que el petróleo sea nuestro.

Nada que festejar con motivo de la Revolución. La mejor revolución es la que nosotros podamos provocar día a día con nuestro trabajo y esfuerzo por hacer de nuestro país una mejor nación para vivir. En realidad la Revolución es un mito, por más que diga lo contrario la 4T y a las pruebas nos remitimos. Les recomiendo leer al respecto al enorme Friedrich Katz y su obra La guerra secreta en México.