Por: Mario Galeana

La crisis política más grande de los últimos años ha llegado a su fin. Un rostro impasible ha emanado del huracán de acontecimientos ocurridos en Puebla desde el año pasado: el rostro de Miguel Barbosa Huerta. Todo ocurrió tan rápido que es imposible no hacer la cuenta. Barbosa es el quinto gobernador en los últimos dos años, pero el único que habrá de gobernar los siguientes cinco. Y tantos lo consideran, también, el primer gobernador de izquierda en el estado.

Quizá por eso, en la ceremonia de investidura ante el Congreso local, Barbosa se delectó con cada palabra. Habló lenta, meticulosamente, y alzó la voz cuando quiso recalcar de qué tratará su gobierno. Tras un largo discurso de casi una hora, se diría que los siguientes cinco años tratarán sobre la búsqueda de la verdad.

Cada quien posee —es cierto— su propia verdad. Verdades hay tantas. Pero, para Barbosa, la única verdad posible es aquella referente a la deuda pública, a los fideicomisos: a la forma como sus dos últimos antecesores gobernaron.

Cada cierto tiempo se espera que un político haga una revelación estruendosa y ocurre que este cierto tiempo coincide, casi siempre, con el inicio de un nuevo gobierno. Y la revelación de Barbosa ha sido esa: la deuda de 44 mil millones de pesos heredada por los dos gobiernos panistas anteriores.

Deslizó aquella suma con una voz casi baja, como si estuviera hablando con una y no con las ciento y tantas personas reunidas en el Congreso local. A la revelación no le sucedió ningún grito ahogado del público en las galerías, ni ningún aullido de desaprobación.

Pero el hechizo había caído: el secreto del morenovallismo sellado a piedra y lodo al fin había caído.

“Puebla necesita saber la verdad”, pronunció con el dedo en alto. A su lado, Olga Sánchez Cordero lo miraba, imperturbable. “Puebla reclama saber la verdad. Por eso he instruido a la Contraloría del estado para llevar a cabo auditorías a los gobiernos anteriores. Los poblanos vamos a conocer la verdad de todo”.

¿Cuánto representan 44 mil millones de pesos? ¿A cuánto ascendía el secreto? El cálculo es sencillo: 44 mil millones son casi la mitad del presupuesto total que Puebla ejercerá de enero hasta finales de este año. Casi la mitad del pago de nómina, obras, programas, más nómina, rehabilitación de caminos, fertilizantes para campesinos, medicamentos, conciertos, policías… todo lo imaginable que el gobierno de un estado con 6.1 millones de habitantes podría gastar en seis meses.

Con la develación de la verdad de Barbosa, quedó claro por qué José Antonio Gali había sido el único ex gobernador en no ser invitado a la investidura. Sin Rafael Moreno Valle —ausente por razones ampliamente conocidas—, la imagen de Barbosa frente al resto de los ex gobernadores que ha tenido Puebla en los últimos años parecía indicar que la única y verdadera transición política había sido el cambio de poder entre el PRI y Morena.

El PAN pudo alzar la voz como oposición, pero su jefa de bancada, Mónica Rodríguez Della Vecchia, se ausentó a la sesión. Entre el resto de los partidos que suponen una oposición a Morena no hubo rastro de ella. Los representantes del PRD, Movimiento Ciudadano, Compromiso Por Puebla y Nueva Alianza —que por años orbitaron al ritmo y a las órdenes del PAN— se limitaron a asumirse como una “oposición responsable, reflexiva, inteligente”, y cualquier otro adjetivo distinto de feroz. Casi diríase que fueron cándidos, dóciles.

Abundaron los lugares comunes, los buenos deseos “por Puebla y los poblanos”, las buenas acciones “por Puebla y los poblanos”, y etcétera. El PRI, en voz de Javier Casique Zárate, llegó al extremo de decir que quería “estar del lado correcto de la historia”. Es decir, mimetizarse —otra vez— con el poder.

Desde que Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia, la historia es el recurso más manido en los discursos políticos. Aunque desde que llegó al poder ha perdido puntos en aprobación, todos buscan asirse a su figura. Este también fue el caso de Barbosa, que ayer emuló no sólo algunas de sus frases y sus acciones, sino que incluso lo describió como “un gigante”.

Y dijo la clásica consigna: “Es un honor estar con Obrador”.

Y a la suya, sucedió la del resto: la de diputados e invitados especiales al Congreso local, la de aquellos que hace poco más de un año llegaron a los Poderes, ocuparon oficinas, estrenaron tribunas y, contentos, satisfechos consigo mismos, se revelaron fieles promotores de la Cuarta Transformación.

“Es un honor estar con Obrador”.

“Es un honor estar con Obrador”.

Entre aquel grupo que atestiguaba la asunción del nuevo gobernador figuraba la nueva clase política del estado y del país. Los nuevos secretarios. Los diputados que pronto habrán de dejar sus curules y buscarán las presidencias municipales. Los senadores que harán lo mismo, pero con la gubernatura. Los que buscarán las dirigencias partidistas. Los que intentarán, en el futuro, imponer su propia verdad.