La tarde del lunes 22 de agosto, el cielo de Sao Paulo en Brasil se oscureció durante varias horas del día a consecuencia de los incendios de la Amazonia, a tres mil kilómetros de distancia de esa ciudad. El humo llevado por los vientos sorprendió a los brasileños y llamó la atención del mundo sobre las graves consecuencias que esa catástrofe está generando.

El incendio que castiga a la Amazonia en Brasil es un crimen. Si bien incidentes de esta naturaleza son habituales, Jair Bolsonaro, desde su llegada al Gobierno, flexibilizó la regulación ambiental que aceleró y propició que los incendios se salieran de control, con la consecuente pérdida.

De acuerdo a cifras del Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE) de Brasil, la deforestación ha ido en un aumento constante; 34% en mayo, 88% en junio y 212% en julio, lo anterior en un comparativo de datos con los mismos meses de 2018. Por toda respuesta, y por revelar esa información, el presidente Bolsonaro destituyó al titular del INPE, como si se pudiera ignorar un problema de esas dimensiones.

La merma presupuestal en materia ambiental también ha sido un factor para este suicidio ecológico. Menciono dos ejemplos que me parecen significativos; el presupuesto para la prevención y el control de incendios decreció 38%, pero la agenda climática tuvo un impacto presupuestal negativo del orden de 95%. Eso nos habla de la negligencia del Gobierno y sus graves consecuencias.

Pero si los incendios que consumen la selva de esa región del cono sur ya son graves en sí mismos, la actitud negligente del gobierno de Bolsonaro agravan aún más el problema. Su inacción para hacer frente al ecocidio es reprobable, pero es aún más sancionable su rechazo a la ayuda internacional para combatir los incendios en la Amazonia que ofreció el Grupo de los siete países más ricos del mundo, mejor conocido como G7.

La actitud del mandatario brasileño habla de su estrechez y miopía. Condiciona recibir los 18 millones de euros que ofrecen Alemania, Canadá, Francia, Estados Unidos, Japón, Italia y Reino Unido, hasta que el Presidente francés, Emmanuel Macron, le pida disculpas por haberle llamado “mentiroso” y por tratar “la soberanía de la Amazonia como un tema internacional”.

No es la reputación de un personaje la que se consume. Lo que pierde el mundo es una zona que representa un pulmón ecológico para las generaciones venideras. Pero, lamentablemente, el titular del Ejecutivo en Brasil eso no lo entiende.