La Quinta Columna
Por Mario Alberto Mejía

Nos guste o no, el presidente López Obrador está cambiando el país.

Un primer síntoma: el malestar estomacal del dinosaurio.

Ese dinosaurio (en el que caben todos los que se resisten al cambio, incluidos los X González y compañía) siempre navegó en los pantanos del “cambiar, sí, para que todo siga igual”.

Hoy, hay que decirlo, ese grupo está metido en una larga cadena de amparos en aras de evitar Santa Lucía, Dos Bocas y todo lo que se pueda.

Quieren inmovilizar a AMLO.

Es decir: al país.

Son los primeros en celebrar una supuesta recesión, los enojos de Trump, la devaluación de la moneda, las ejecuciones del crimen organizado y las pifias verbales del presidente.

No se dan cuenta (o sí, pero no les importa) que celebrar todo lo anterior se basa en el deseo (ni tan oculto) de que el país se joda ininterrumpidamente.

Esa visión golpista es compartida por muchos hombres de capital que ven un futuro ominoso con López Obrador.

Un futuro ominoso en un país sin privilegios.

Quieren que el país se vaya al abismo sólo para que AMLO terminé también ahí.

México ha sufrido toda clase de agresiones a lo largo de su historia, pero es la primera vez que yo recuerde que los ejecutores son quienes se hacen llamar empresarios.

Y es que ese nombre es sinónimo de construcción y de avance, cosas muy lejanas de sus verdaderas intenciones.

Los golpistas-golfistas no descansan ni descansarán en lograr sus objetivos.

El más importante: la destrucción del país (la destrucción de AMLO).

Sólo un problema tienen: un presidente obsesivo, terco, tenaz, brutalmente echado hacia delante.

El dinosaurio está herido, sí, y tiene problemas estomacales que ni un Lomotil puede curar.