Diario de Viaje
Por Pablo Íñigo Arüguelles

No estoy muy seguro de cuándo conocí a Hugo Hernández Carrasco, y pensándolo bien, no me importa en absoluto no saberlo, pues independientemente del tiempo que llevamos conociéndonos, Hugo se ha convertido en un verdadero amigo en poco tiempo, uno entrañable, de esos con los que uno tiene la sensación de haber vivido cosas innumerables, tantas, que el tiempo en realidad no importa.

            Lo conocí por nuestro amigo Carlos Noyola, en alguna de tantas lecturas en voz alta organizadas por él, en las que tomábamos por asalto   lugares en los que leíamos las cosas que escribíamos, y que terminaban, irremediablemente, en una cena de tacos y dos o tres cervezas.

            De Hugo me llamó la atención su voz apacible a la hora de leer sus textos, una voz tranquila, la voz de alguien que habla desde la experiencia prematura; después su tremenda humildad, la cual es tan grande que todo lo que uno puede hablar con él, se vuelve fanfarronería.

            Compartimos páginas durante el tiempo en que colaboramos para la revista Opción del ITAM, publicación que fue testigo de su novela por entregas —hoy hay pocos que tienen la valentía de hacer una novela por entregas— misma que presentamos, igual, junto a Noyola, hace exactamente un año en el ITAM, en medio de un acto que Hugo, ha descrito bien, se asemejó más a los fusilamientos de Goya que a la presentación de una revista, pero eso definitivamente tendrá que ser contado en otras páginas.

            El viernes pasado, esa novela que se publicó por entregas, fue presentada por fin en un libro como debe de ser, bajo el título “Vístete para ser verdad”, en medio de un acto que, más que ser una simple presentación, me pareció que fue la confirmación definitiva de la amistad que con el tiempo hemos ido construyendo (María Prieto, Hugo Hernández, Carlos Noyola, Mario Galeana) con el mero pretexto de compartir nuestro trabajo.

            Al ser invitado a presentarla, por lo cual le debo un profundo agradecimiento, pude confirmar todo lo que en nuestro poco tiempo de amistad he ido conociendo de Hugo: además de ser un gran escritor, es un ser humano a quien debo aprenderle mucho.

            Al final de su presentación, una fila enorme de amigos y alumnos a quienes les ha dado clase, se formó solamente para que Hugo pudiera firmarles un ejemplar y para poder saludarlo. Mientras yo era testigo de todo eso, pude, me atrevo a decir, ver el futuro: Hugo comienza una carrera literaria exitosa con una madurez y una sabiduría envidiable, de esas que todos los escritores cuyos nombres estaban escritos en letras doradas en las paredes de esa sala, tuvieron durante su vida.

***

PS

Una caca flotante