La Quinta Columna
Por Mario Alberto Mejía

Porfirio Muñoz Ledo dijo desde la tribuna lo que millones de mexicanos piensan muy seguido: “Chinguen a su madre”.

La mentada —cubierta de fastidio— iba dirigida a los diputados federales de la actual legislatura.

El rostro de Muñoz Ledo lo dijo todo: era el de un hombre cansado, vapuleado, dueño de una biografía que está llegando a su fin.

Fue una mentada cubierta también de resentimiento.

Y es qué días atrás, los diputados habían exhibido lo peor del debate parlamentario al discutir la permanencia por un semestre más del multicitado.

Porfirio aguantó vara desde la tribuna y esperó pacientemente su venganza.

(Ya se sabe: las venganzas se urden al amanecer. Lentamente).

Tras ceder la posición mediante un discurso que pasará a la historia (esa otra secreta patria de los muertos), Muñoz Ledo hizo una metáfora que pocos entendieron sobre el sentido de la votación que se realizaba, soltó el micrófono y espetó: “Chinguen a su madre”.

No fue una mentada gritona, como deben ser las mentadas.

Fue una mentada discreta, bañada en el susurro.

Mentada republicana: austera, delicada, pero mentada.

Y vaya que duelen.

No tanto como la pérdida de privilegios, pero duelen.

Chinguen a su madre, dicen los ciudadanos todos los días, aunque nadie los escucha.

Esta mentada, la de Porfirio, vaya que se oyó.

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Danzón Dedicado

Pobre Sor Juana.

Primero la pusieron en un billete de 200 pesos.

Luego, el mismo Banco de México, la sustituyó por Hidalgo y Morelos, que ni poetas eran.

Yo me quedo con los 200 de Sor Juana.

Sus versos siguen vigentes.

Hoy más que nunca.

Qué tal éstos que caben perfectamente en esta historia:

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras, lisonjero,
si has de burlarme luego, fugitivo?

La enamoraron los integrantes del Banco de México en tiempos del PRIAN y la despreciaron los de la 4T.

Qué lisonjeros.

Qué fugitivos.